¿Quién empuja a Juan Pablo II a la santidad?

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Sandra Buxaderas *

Benedicto XVI reza ante el sarcófago de Juan Pablo II, en la catedral de San Pedro, en una de las ceremonias de beatificación del Papa polaco, celebradas el domingo en Ciudad del Vaticano. / Jacek Bednarczyk (Efe)

Nadie duda que Juan Pablo II es considerado un santo por su sucesor, Benedicto XVI, y por millones de fieles en todo el mundo. Buena muestra de ello es el gentío congregado el domingo en Roma, formado por peregrinos de todos los países: desde Uganda a la Guayana francesa, de Méjico a España, pasando, naturalmente, por Polonia.

Extraordinaria también, sin duda, es la velocidad récord con la que Karol Wojtyla corre hacia el reconocimiento oficial de su santidad, y que no lleva visos de ralentizarse, pues el Vaticano ha prometido "rapidez" en la búsqueda de un milagro que le conduzca definitivamente a los altares.

Tan acelerada es la carrera, que ha adelantado en decenas de años a santos del calibre de Teresa de Ávila o Ignacio de Loyola. Y ha roto una tradición plurisecular, según la cual ningún papa beatifica a su antecesor. El último caso se remonta a Bonifacio VIII, el apasionado pontífice de finales del siglo XIII que con sus ansias de poder se ganó la enemistad de los reyes de su época y que fue mandado al infierno por Dante. El papa guerrero emprendió la canonización de su antitético predecesor, Celestino V -el eremita que tras unos meses en la cima eclesiástica quiso poner pies en polvorosa-, a los pocos años de su muerte en 1296. Quién le hizo santo, sin embargo, fue su tercer sucesor, Clemente V, casi 20 años después, en 1313.

Alguien podría argüir que ya era hora que la Iglesia aprendiera a circular al ritmo de los nuevos tiempos. Al fin y al cabo, fue Juan Pablo II quién agilizó las canonizaciones y nombró a la mitad de los santos de la historia de la Iglesia. Él mismo se lanzó a la carrera para canonizar al ángel de los pobres, Teresa de Calcuta, antes de los tiempos establecidos. Pero ojo, Wojtyla no convirtió en beato al papa Juan XXIII hasta el año 2000, 35 años después de su muerte. Y eso que el pueblo católico le aclamó espontáneamente como "el papa bueno" y a su muerte, en 1965, los cardenales reunidos en el cónclave pidieron convertirle en santo por aclamación. Pablo VI prefirió, sin embargo, cumplir con las normas vaticanas, y Juan Pablo II se tomó también su tiempo.

Tres monjas, el pasado día 1, en la Plaza de San Pedro, durante la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II. / Ettore Ferrari (Efe)

Por eso, que Benedicto XVI hablara el domingo del "perfume de santidad" de su predecesor como justificante inapelable de las prisas le huele a excusa a algunos sectores de la Iglesia católica. No sólo a los más progresistas o a los ultraconservadores, sino también a algunas familias eclesiales que no discuten la santidad del magnético papa polaco, pero sí el agravio comparativo que puede suponer su caso respecto a otras personas que también vivieron envueltas en aromas de extrema bondad.

En Roma se han hecho todo tipo de cábalas sobre qué intereses están empujando el "expediente Wojtyla". Desde fuera del Vaticano, se ha insinuado que Benedicto XVI pretendía sumergir a la Iglesia en un baño mediático más relajante que el de las constantes portadas sobre los casos de pederastia. Pero esta tesis no acaba de encajar con la visión que el actual papa tiene de los medios de comunicación. El papa alemán jamás ha adelantado ninguna decisión relevante para calmar a la prensa -como se vio en los ritmos pausados con los que gestionó el escándalo de abusos sexuales a menores-. Ratzinger, por lo demás, ha adoptado una actitud muy diferente a la de Wojtyla, a quién le encantaba abrazar a sus fieles en público, y se ha reunido siempre en secreto con las víctimas de la pederastia, a pesar de que algunas de ellas ya habían salido ampliamente del anonimato. Jamás ha permitido que una cámara de televisión adulterara la intimidad del encuentro.

La clave hay que buscarla, más bien, en los auténticos modos de proceder de Benedicto XVI. Dos son las constantes de su pontificado. Por encima de todo, la obsesión por mandar un mensaje unívoco, nada condescendiente con las presiones de sectores de la sociedad que considera desviados de la "auténtica" doctrina cristiana. Y por otro, su recelo, precisamente, hacia los movimientos de masas, lo que le ha llevado a suavizar el poder de grupos como los Neocatecumenales de Kiko Argüelles, el Opus Dei, Comunión y Liberación o, desde luego, los Legionarios de Cristo.

Estos grupos siguen ocupando puestos preponderantes en la jerarquía de la Iglesia, pero ya no transitan por la alfombra roja que les extendió Juan Pablo II y han tenido que defender su espacio. Sin ir más lejos, el portavoz del Vaticano ya no es un miembro del Opus Dei como Joaquín Navarro-Valls, sino un jesuita, Federico Lombardi.  Y el secretario de estado, Tarcisio Bertone, es un salesiano.

Estos grupos, pues, han tenido que luchar por la confianza de Benedicto XVI desde nuevas posiciones, y utilizando, sobretodo, la relación personal que han podido tejer con el nuevo pontífice. Por ello, una de las hipótesis es que han sido precisamente estos grupos los que, desde sus posiciones todavía privilegiadas pero menos omnipresentes, han tratado de recuperar protagonismo empujando la beatificación de su protector.

Pero si Benedicto XVI es alguien con suficiente arrojo como para plantarle cara al New York Times y a la prensa mundial, y aunque es cierto que escucha atentamente a todos sus colaboradores, parece más plausible que haya tomado esta decisión por voluntad propia. La canonización de Juan Pablo II es una ocasión privilegiada para enfatizar su propia visión del catolicismo, muy ligada a la de su antecesor. Subirle a los altares es una forma de cristalizar lo que representó su figura, especialmente en aquellos aspectos con los que Joseph Ratzinger más comulga. Le interesa, por ejemplo, hacer cuajar un determinado modo de entender el Concilio Vaticano II y, con ello, la Iglesia. Ratzinger ha encontrado el mejor modo para ponerle la brida tanto a los ultraconservadores que suspiran por los tonos autoritarios de la Iglesia preconciliar, como a los católicos progresistas que se vieron decepcionados por el frenazo sufrido en la aplicación del Concilio y que quisieran celebrar un Tercer encuentro ecuménico para acabar de "ventilar" las estancias vaticanas. Nada de ello. Ratzinger le espetó en la homilía a los primeros que Juan Pablo II, el nuevo beato, atribuía el Concilio a la acción del mismísimo Espíritu Santo. Y a los segundos, les soltó que pueden esperar sentados, pues el popular papa creía que "durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado".

Juan Pablo II, en junio de 1983, durante un encuentro que mantuvo en Varsovia con el general Jaruzelski, entonces primer ministro de Polonia. / Cezary (Efe)

El otro mensaje que Benedicto XVI ha querido subrayar en este proceso de beatificación es que Juan Pablo II restituyó al cristianismo su "auténtica fisionomía" al contraponerlo al marxismo. Con ello, aplica el "divide y vencerás" a sus enemigos. A los ultraconservadores les roba los argumentos para atacarle. Y manda a las catacumbas del catolicismo a todos los obispos, teólogos y fieles que han heredado el espíritu de la Teología de la Liberación, que siempre fue deslegitimada como "marxista" por el pontificado polaco y por Ratzinger en persona -baste el ejemplo de la confrontación que mantuvo con Pedro Casaldáliga, a pesar de que sea muy atrevido calificar de comunista a este obispo catalán de la diócesis brasileña del Mato Grosso.

La canonización de Juan Pablo II le sirve también a Benedicto XVI como legitimación de su propio pontificado, presentándose como su indiscutible heredero. Durante la homilía, Joseph Ratzinger recordó que fue Wojtyla quién le mandó llamar en 1983, y que pudo trabajar codo a codo con él durante 23 años. Nombrarle beato, y pronto santo, le proporciona a Benedicto XVI un árbol todavía más resplandeciente al que arrimarse.

Naturalmente, para alcanzar estos objetivos hay que actuar sin perder tiempo, antes de que puedan surgir otros escándalos en la Iglesia que puedan salpicar la imagen de su antecesor. El de la pederastia ha abierto interrogantes sobre la supuesta pasividad de Juan Pablo II -el caso más citado es el del fundador de los Legionarios de Cristo; que había sospechas más que fundadas de sus abusos lo demuestra que el mismo Ratzinger actuara contra él nada más llegar al Solio Pontificio-. Y ahora mismo, el Vaticano teme otro escándalo mayor todavía, el del dinero de sucia procedencia supuestamente manejado desde hace años por el banco de la Santa Sede, el IOR, y del que habría hecho uso Wojtyla para financiar revoluciones anticomunistas en el Este de Europa y en Latinoamérica. Benedicto XVI está entregado en cuerpo y alma en limpiar los recovecos opacos de las cuentas vaticanas y en convertir el IOR en un banco mucho más transparente. Pero nadie le puede garantizar que los medios de comunicación -atizados, según cree, por sus enemigos- emprendan una nueva campaña contra los pecados financieros vaticanos. Más vale, pues, bendecir cuanto antes la obra de su admirado predecesor antes de que algunos poderosos medios le conviertan en el blanco de una campaña mediática todavía más dañina para la Iglesia.

Sandra Buxaderas es periodista *
11 Comments
  1. @moneyshotsays says

    Está claro que una jerarquía católica necesitaba a toda costa una campaña de relaciones públicas que desviara la atención. Lástima que los «milagros» de sacerdotes como el recién fallecido José Comblin coticen a la baja, imagino que es el precio que hay que pagar por ponerse del lado de los desfavorecidos.

    http://www.mymoneyshot.blogspot.com

  2. Luis says

    Un artículo magnífico. Desde luego, la rápida beatificación de Juan Pablo II hace arrugar las narices y mueve a sospecha. No quiero decir que merezca o desmerezca la condición de beato, sólo que me parece demasiado precipitada e interesada.

  3. Marcel says

    Gràcies per la profunditat del teu article. M’agradaria el teu comentari sobre la caiguda en picat de la credibilitat de «l’esglèsia dels pobres» a tenor de la davallada que s’observa en l’escasa assistència dels joves a les misses dominicals.

  4. Mara9 says

    Interesantísimo. Hacen falta más artículos así.

  5. victoria says

    Molt interessant!!!! Gràcies!

  6. marga says

    Absolutamente genial. Hay que poner a la luz estos temas, dan mucho que pensar…política eclesiástica…intereses como en todas partes

  7. Luis y Silvia says

    Con tu articulo hemos aprendido muchas cosas que desconociamos.
    De todos modos que en el siglo XXI alguien siga creyendo en santos es sorprendente.
    Si hacer santo a una persona es recompensar o agradecer su obra, me parece bien, pero curiosamente si no has sido famoso o muy muy popular en vida no llegas a santo por muy buenas obras que hayas hecho.

  8. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    Está claro qué es lo que mueve a la iglesia católica a todo este movimiento: la falta, cada vez mayor, de gente que llene los templos, así como la falta también de vocación entre la juventud con intención de entrar en un seminario, o convento, etc.
    por ello veo todo esto como una maniobra de propaganda. Algo así como clamar al mundo…, recordarnos que estamos aquí.
    Recuerdo de no hace tanto que, con motivo de la visita a uno de esos conventos de clausura de la amplia geografía española, como una hermanita nos hablaba de lo reducido del número de personas que allí estaban y de la diferencia de con otras épocas.
    Cada vez entiendo mejor a G. Papini, cuando en su obra «GOG», en una de sus narraciones, al personaje que siempre se había manifestado ateo, pero cuando ya mayor, el mismo, en una confencia no dejaba de citar a Dios; un amigo le interpela diciéndole: ¿como puede citar tantas veces a Dios quien siempre se autocalificó ateo? A lo que nuestro viejo personaje le respondió: pues cito a Dios por si acaso…

  9. sonia says

    No nego les virtuts de Joan Pau II, però hi ha massa sombres com per que passi de beat (i això fent concessions). La curia de l’ Església sembla no haver entès el missatge de Jesús i es dedica a fer de public relations i apaga focs…Quants i quants sacredots en canvi sí entenen el missatge i recuperen gent cap a casa seva, que no la de la Cúria, però els de dalt ni s’adonen…

  10. jordi pico says

    M’ha agradat molt. Es un article molt ben documentat

  11. Montse says

    Bravo Sandra, molt ben escrit i molt ben documentat. He après coses que no sabia , m’ajuda a reflexionar i fa bona la dita «que Déu i fassi més que nosaltres» sinó…

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