La voz de Pilar Ruiz

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Imagen de archivo de Pilar Ruiz. / Fernando Cózar

Pilar Ruiz Albisu dice que creció como una refugiada de guerra miserablemente pobre; como la hija de un rojo represaliado que no pudo votar hasta los cuarenta y cuatro años. Por eso, aprecia el valor de la palabra ‘libertad’ en todo su significado. Por eso, asegura, sufrió un calvario de nueve años viendo cómo su hijo, Joseba Pagazaurtundúa -asesinado por ETA en 2003-, escribía su propio asesinato en vida. Un ‘asesinato’ que, explica,  fue cometido para “doblegar a sus jefes y  para que los no nacionalistas traguemos lo que desean los nacionalistas vascos con buena cara, sin echarles en cara que son asesinos y sin volver a utilizar la palabra terrorismo. Mi hijo se jugó la vida por defender la libertad -no por eso que pomposamente se anunciaba como un proceso de Paz-, y fue deshonesto hacer que se jugara la vida para lo contrario de lo que él creía. Mi hijo se arriesgó para derrotar a ETA, no para congraciarse con ella”.

Han pasado muchos años desde entonces.  Y mantiene la misma posición, la misma crítica y el mismo escepticismo. Pilar recibe la sentencia del Tribunal Constitucional que permite a Bildu estar presente en las próximas elecciones municipales del 22 de mayo con la misma actitud inquebrantable con la que observó aquel llamado proceso de paz. Hoy, más que nunca, esta mujer pequeña, pero de fortaleza imbatible, permanece inamovible frente a los acontecimientos que pronostica que nos aguardan. Hoy más que nunca alza la voz de las víctimas y suscribe  aquella carta que dirigió a Patxi López en 2005 cuando las arrugas marcaban su rostro con 73 años. Ese rostro suma hoy seis años más y algunos rescoldos se acumulan en su corazón. No hablo del dolor por la pérdida,  sino de la lucha de una ciudadana por la dignidad y libertad pisoteada. Y de cómo a la madre –pero también ciudadana-, se le ha vuelto a helar la sangre. “¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!", afirmó entonces en aquella misiva y reafirma ahora. Y la dureza retumba en sus ojos de madre rota. “Si esto es lo que hay -y ojalá me equivocase-, es mejor para todos que no nos hagamos trampas. A cada víctima la han matado para algo. ¿Para qué? Pues para que ETA y Batasuna no tengan que condenar la violencia, pero sí puedan obtener beneficios penitenciarios. Yo no sé si es vil o no pero, si aceptamos que todo vale para evitar atentados, pensando sólo en el hoy, maltratando y humillando a muchas víctimas, a una parte importante de los ciudadanos, si no pensamos en la sociedad que dejamos a los que vienen detrás, los políticos serán cada vez peores y la sociedad también”.

No habla de las presiones sin saber. Uno de “esos buenos” de alto copete la dijo que  “ellos traerían la paz” y que “nosotros nos quedariamos solos. Lo dijo para domesticarme y doblegarme.Yo sé mucho de eso  porque he vivido la posguerra y  mi padre pasó muchas humillaciones".

Las anécdotas pueblan los recuerdos. "Cuando mi padre salió de la cárcel le castigaron sin poder regresar a su puesto de trabajo en la papelera de Rentería. Y sobrevivíamos con una pequeña tienda de comestibles y alpargatería. Eran los años cuarenta y mi padre había invertido las cuatro perras que le quedaban de antes de la guerra en alpargatas para una buena venta. Rompieron una ventana de la trastienda y le robaron la misma noche en que estaba listo el encargo. También le robaron unos paquetes de jabón Lagarto. Avisó a los municipales porque un rastro de escamas de jabón llevaba a la única ventana baja de la trasera a la que daba la trastienda.

Como la ventana era de la casa de un señor bien relacionado con el poder de entonces le dijeron que si no encontraban las pruebas en la casa, volvería a la cárcel y estaría más señalado. Lo derrotaron y doblegaron una vez más. Se calló y sufrió por todos nosotros, vencidos y miserables”.

Y retumba de nuevo la voz: “Los que no tienen escrúpulos y algunos oportunistas pueden convertirnos a las víctimas en apestados, pueden enredar diciendo que no queremos la paz, y eso es utilizar el poder de coacción desde arriba”. Y retumban de nuevo aquellas palabras, para los nuevos ciegos, escritas en 2005.

CARTA A LOS NUEVOS CIEGOS

"En el segundo aniversario del asesinato de mi hijo Joseba te hablé en público y en privado, Patxi, porque estaba cada vez más preocupada por algunas palabras y gestos de quienes te acompañan en el partido. Soy mayor, Patxi, tengo setenta y tres años y tú eres muy joven, como lo es el presidente del Gobierno. Por eso me atreví a decirte que pensaras en las cosas que son realmente importantes: la vida y la dignidad. La defensa de la vida y de la libertad y de la dignidad es más importante que el poder o que el interés del Partido Socialista. Sabes muy bien que mi hijo pensaba exactamente así. Y desde luego la defensa de nuestra dignidad como personas en las políticas antiterroristas es más importante que el mantenimiento de los actuales aliados del Partido Socialista, te lo digo tal y como lo pienso.

Te hablé de la traición de los nacionalistas en Santoña en 1937, Patxi, como te hablé de mi infancia y te recordé que, el que pacta con los traidores se convierte en un traidor, y tú me dijiste que nada de eso pasaría. Todavía no se hablaba de la palabra mágica, proceso de paz, ésa que va asomando poco a poco, que tanta ilusión provoca en gentes ansiosas de paz, y que cubre las posibles vergüenzas que puede traer una negociación -que no rendición- con los terroristas. A mí me parece que la palabra viste el santo. La negociación es un atajo, no es la solución democrática, Patxi. Quienes lloramos a los muertos hemos renunciado a vengarnos. Como sociedad no aplicamos la pena de muerte, ni la cadena perpetua. Ésta es la prueba de la inmensa generosidad de nuestra sociedad. Lo hemos comentado muchas veces en casa. A veces he pensado que ETA no mata en Francia porque tal vez también influya que allí las penas son más severas y que no tienen esperanza de que el Gobierno francés escuche cantos de sirena. También te lo digo como lo pienso.

Con José Luis Rodríguez Zapatero hablé el 13 de diciembre de 2003. Ahora estamos en el año 2005 y yo todavía tengo voz, y no callaré, pero ahora hay muchos ciegos en España y creo que serán ciegos y mudos ante nosotros. Hay muchos ciegos que serán leales a lo que hagáis, aunque nos traicionéis, porque sólo ven las siglas y éste es el país de Caín y Abel, de unos contra otros, de la política que parece tantas veces un partido de unos forofos contra otros forofos. Y sí, los hinchas que escriben de vuestro lado dirán lo que vosotros no diréis en voz alta, que es lo que ya nos han dicho los nacionalistas: que estamos manipulados por el Partido Popular y por nuestro dolor, y que deberíamos estar callados cuando nos den un abrazo y un homenaje.

ETA no ha dado tregua, pero a veces creo que os ha podido o que está a punto de poderos. A Odón Elorza y a Gemma Zabaleta les escribí el 14 de noviembre de 2004 que, para perdonar, es necesario que quien ha hecho mal se arrepienta, y ETA no se ha arrepentido de matar, y puesto que no va a reconocer el mal causado, si obtiene algo de vosotros significará por fin que matar ha valido la pena. Me apena -a veces me indigna, si tengo que ser totalmente sincera- veros enredaros en las palabras con que os intenta descolocar el mundo de ETA. Es la dignidad de los muertos inocentes lo que está en juego, y la dignidad de toda la sociedad. Y salvo que deseemos engañarnos, nos consta que Ibarretxe no se ha arrepentido de haber pactado con ETA, ni de romper por la mitad la sociedad vasca. Ibarretxe y la gran mayoría de los nacionalistas -tengan pistola o no- son de los de a Dios rogando y con el mazo dando, y en la negociación irán de la mano con las mismas palabras. Por eso, después de leer a Javier Rojo en el «Diario Vasco», he pensado en cada muerto y en cada familia rota y en cada uno de sus días y de sus años sin tregua en el dolor. Y he pensado en el sueño de poder llorar a los muertos por haber rendido a ETA. En una paz sin trampas y en llorar, en ese momento, tranquilos y con la conciencia limpia y tranquila. Y cerrar por fin el duelo.

Ay, Patxi, ya sé que no me enseñarás los lugares donde estuve refugiada. Tú me dijiste que mi vida había sido triste. Fui una refugiada de guerra miserablemente pobre, crecí como la hija de un rojo represaliado, no pude votar hasta los cuarenta y cuatro años. Y después vino el calvario de nueve años de ver sufrir a mi hijo, que veía llegar su propio asesinato. Se jugó la vida por defender la libertad, no por lo que parece que viene de vuestra mano, eso que pomposamente se anuncia como un proceso de Paz. Porque, Patxi, ahora veo que, efectivamente, has puesto en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido, y que te has reunido con EHAK. Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!, Patxi. ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!".

PILAR RUIZ ALBISU

Nueve de febrero de 2005, segundo aniversario del asesinato de Joseba.

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