El hombre que se comió un ramo de rosas

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Vista general del centro de la ciudad de Tánger. / Joaquín Mayordomo

Tánger vivía en una eterna primavera... Un grupo de chicas departe distendido en torno al té de las cinco en una de aquellas terrazas de moda que había en la ciudad; una ciudad que, entonces, para muchos, era el ombligo del mundo antes de convertirse en un mito. Se consumían los últimos años cuarenta del siglo pasado y el joven Chukri, desaliñado, huidizo y pobre todavía, se acerca hasta el grupo de chicas que ríen sin dejar de hablar. Lleva un ramo de rosas en la mano izquierda y con la derecha le ofrece sus rosas, una a una, a aquellas mujeres que parecen felices. Ni se fijan en él. Hasta que Mohamed Chukri comienza a comerse las rosas. Parsimoniosamente va arrancando los pétalos de cada capullo y se los introduce en la boca con determinación. Los saborea como si fueran pan tierno; con apetito y pasión... La anécdota me la contó Raquel Muyal, la que fuera, durante 25 años, la encargada de la Librería de Colonnes, la más singular y famosa de todas cuantas han existido hasta ahora en Tánger. Raquel, hoy ya casi octogenaria, siempre recuerda esta anécdota sonriendo mientras comenta que aquel gesto fue una premonición de lo que luego sería la vida de Chukri; una existencia confusa, casi siempre rozando la genialidad. “Fue la primera vez que lo vi; luego le trataría con frecuencia debido a mi trabajo y su condición de escritor. Pero jamás olvidaré aquella cara ni la tranquilidad con la que se fue comiendo las rosas delante de nosotras sin dejar de mirarnos”.

Este era Chukri. El Escritor de Tánger, cómo a él le gustaba que se le reconociese. El único. El eterno bebedor, el husmeador de los bajos fondos urbanos y amigo de prostitutas; el que mentía compulsivamente, aunque a su amigo Khalid Raissouni le guste ahora decir, para justificarle, que “la mentira para un creador es esencial”. Raissouni, poeta, traductor al árabe de Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Caballero Bonald, Antonio Gamoneda o de Luís García Montero, entre otros, y profesor de árabe en el instituto español de Enseñanzas Secundaria Severo Ochoa, deja caer enseguida la primera gran interrogante sobre el escritor:

—¿Qué libro fue el que tradujo Paul Bowles al inglés, cuando hizo la traducción de El pan desnudo?   —Ninguno —se responde Raissouni. Lo que Bowles trascribió al inglés —añade— y se publicó en 1973 en una edición de Peter Owen, en Nueva York, fueron las narraciones orales que sobre su propia vida le había ido contando Mohamed Chukri. En aquellos días Chukri todavía no era capaz de escribir...

—¡Pero si el mismo Chukri cuenta en su libro Paul Bowles, el recluso de Tánger, cómo escribía por las noches algunas cuartillas y por las mañanas iba corriendo a leérselas a Paul, y éste las traducía al instante! —le digo.

—Ya, eso es lo que cuenta Chukri. Pero la realidad es que la versión inglesa de El pan desnudo corresponde a una narración oral, no a esas cuartillas que luego, efectivamente, sí terminaría escribiendo. Es a partir de la edición en inglés que Chukri ya se pone en serio con su novela biográfica. Y es de este manuscrito del que sale después, en 1980, la edición en francés, en una traducción de Tahar Ben Jelloun que, por cierto, en mi opinión, mejora bastante el original —explica Raissouni

Chukri, en el centro, y Khalid Raissouni, primero por la derecha, en el año 2001, con otros escritores marroquíes. / Foto cedida por K. R.

Fuera o no fuese verdad este hecho que hoy da por cierto Khalid Raissouni —él, que pasó tardes enteras con Chukri, conocía muy bien sus andanzas—, no deja de ser este embrollo uno más de los muchos que tuvo y vivió el autor de Tiempo de errores, el segundo libro que escribió.

Ya desde el principio, desde que se acercara a Paul Bowles y al grupo de narradores orales (Mohamed Mrabet, Ahmed Yacoubi, o Driss Cherradi) conocido como El círculo de los narradores de Tánger, Chukri pretendió no ser uno de ellos. Según Khalid, “les despreciaba un poco a todos” porque él no se sentía uno de ellos, sino un escritor; no sólo narrador.

Había aprendido a escribir a los 18 años. Era inteligente. Tenía una vida maldita detrás que contar. Y sabía inventar historias... Sólo tenía que plasmarlas en el papel. E intentar conocer a Paul Bowles, al que vio por primera vez en abril del año 1969. El americano fue para él ese trampolín que le haría saltar a la fama, a pesar de que “no le gustaba cómo le trataba” y de  que “era un gitano con él y con los narradores que le contaban los cuentos”, explica Raissouni. Aún así “aceptó las condiciones que Bowles le ponía” pues enseguida entendió que era la forma más rápida de que se le abriesen las puertas al mundo de la literatura, y a conocer, como así fue, a otros grandes escritores.

Bowles nunca aceptó que Chukri “se le escapase del círculo de narradores” que él controlaba, dice Khalid; tampoco que viviese por su cuenta el mundo de la literatura. A este mutuo desencuentro contribuía bastante el ego de Chukri. “Sabes Khalid, yo soy un escritor universal”, recuerda el poeta que el autor de Rostros, amores, maldiciones, su tercer libro, le decía en ocasiones. Se lo decía con esa mezcla de ingenuidad y de orgullo que adornaba a Mohamed Chukri, un hombre hecho a sí mismo y ducho en la literatura a base de leer y leer, pero siempre muy niño. Chukri se consideraba una especie de  Patrón literario de Tánger. Y en cierto modo lo era. Él ha sido hasta ahora el único escritor marroquí que habiendo residido siempre en Marruecos ha podido vivir exclusivamente de la literatura.

Pero, por encima de todo, Mohamed Chukri era una buena persona. Generoso. Aunque a veces se ofuscaba con sus amigos y les negaba un asiento a su mesa o una copa de vino. “En cierta ocasión, en Ashila, una ciudad costera a 40 kilómetros de Tánger”, cuenta Khalid Raissouni, “Chukri estaba con unos amigos y estos le pidieron que pagase una botella de vino para todos. ‘No tengo dinero’, les dijo. Pero, sin saber muy bien por qué, Chukri se puso a hacer una de esas piruetas que a veces hacía, colocando las manos en el suelo y poniéndose en vertical con los pies hacia arriba, ¡era un saltimbanqui!, y, claro, los billetes cayeron de uno de sus bolsillos sin que se diese cuenta. Discretamente, uno de los amigos los recogió e invitó a compartir una botella al grupo; vino que pagaría... con el dinero de Chukri. Bebieron y el amigo pagó la cuenta. Luego, Chukri, sin venir a cuento —solía hacer cosas así—, se alejó hasta otra mesa y se sentó solo y pidió una ‘buena’ botella de vino para él, la mejor, convencido de que podría pagarla, pero, al ir a hacerlo descubrió que había perdido el dinero. Solicitó la colaboración de sus amigos y estos, entre risas, le dijeron que sí, que le pagarían el vino que había pedido, pero con “su” dinero. Así era Chukri; un ser extraño que vivía siempre bordeando la genialidad o el precipicio”. Bebía, sí; continuamente. ¿Y se perdía en el alcohol, imposibilitándole escribir? También... Pero eso no perjudicaba a nadie, nada más que a él.

Chukri había nacido en la aldea de Beni Chiker en 1935, en territorio del Rif, en el seno de una familia muy humilde. Su padre, un ser violento, le forzó a huir de casa siendo aún un niño; el joven Mohamed terminaría luego viviendo de la mendicidad y sumido en la prostitución infantil. A los 18 años aprendió a leer; y años después acabaría ejerciendo de maestro. En su primera novela, El pan desnudo, descarnada y brutal a veces, cuenta su vida. La novela, traducida prácticamente a todos los idiomas importantes, tuvo un gran éxito; sólo Marruecos prohibió su edición; prohibición que fue levantada en el año 2000. Para muchos El pan desnudo es una especie de icono; un relato sobrecogedor que hay que leer. Luego escribiría Tiempo de errores y otros libros que tuvieron menos éxito, aunque el mito que él perseguía para sí desde que pergeñara sus primeras líneas en una cuartilla ya lo había conseguido.

Tánger es su ciudad; ciudad a la que entiende y aprecia; a la que acaricia y abraza y en la que desgrana su vida diaria yendo de bar en bar o simplemente callejeando. A ella vienen y seguirán viniendo viajeros que quieren conocer los lugares, los santuarios que Chukri frecuentó antes de fallecer de cáncer el 15 de noviembre de 2003 en Rabat. El café París o el café Rif son sólo dos de aquellas direcciones a las que Chukri acudía a asentar sus reales durante horas, sin nada concreto que hacer, en torno a una cajetilla de tabaco y a un trago. Más que el alcohol, lo que le mató fue el tabaco. “Debí dejar de fumar hace tiempo”, le dijo un día a su amigo Raissouni, cuando ya el cáncer le corroía el pulmón, los riñones y el hígado. “No me quiero morir”, le confesó con miedo. Pero ya era tarde. Tan tarde como para intentar aprender a vivir de otra forma o cómo para corregir ciertos errores que ya habían criado callo y que, reconocería más tarde, cometió al escribir, por ejemplo, algunos libros. Libros como los dedicados a Tennessee Williams (Tennessee Williams en Tánger, 1992), a Jean Genet (Jean Genet en Tánger, 1993) o a Paul Bowles.

Sobre este último acaba de publicarse en español la pasada primavera Paul Bowles, el recluso de Tánger; una especie de ajuste de cuentas con el norteamericano, al que criba social y emocionalmente, y del que destaca su tacañería, su incapacidad para el sexo y el amor o su gran egoísmo. Sobre el libro en cuestión, Chukri llega a afirmar que con él ha matado a su “segundo padre”. Por el libro desfilan, como si abriese a la ciudad tangerina en canal, esa pléyade de ilustres excéntricos —Tennessee Williams, Truman Capote, William Burroughs, Allen Ginsberg, Jack Kerouak, Gore Vidal y Jane Bowles, entre otros— venidos a Tánger en los años 40 y 50 (algunos repitieron varias veces visita), siempre buscando no sé qué —tampoco Chukri pudo averiguar y confirmar qué buscaban—, aunque las malas lenguas afirmen que el placer carnal y las drogas eran su principal objetivo.

En cualquier caso, el tiempo y el café compartidos con Khalid Raissouni nos ha servido a los dos para intentar revivir por unas horas al gran Mohamed Chukri. De él, recuerda el poeta y traductor, que le encantaba dedicarle a la gente sus libros. “Cuando compartes con alguien que quieres tanto tiempo no le das importancia a las cosas... Hasta que no se te va y entonces descubres que no tienes nada material de él. Yo sólo tengo un libro suyo dedicado. Yo, que me pasé años y años llevándole a gente, a mis amigos españoles, con los libros que yo les compraba de Chukri para que se los dedicase...”

Como le ocurría con demasiada frecuencia al autor de El loco de las rosas, título de una de las pocas novelas propiamente dichas que escribió Chukri, también al poeta Raissouni, que acaba de publicar la traducción al árabe de  Soledades, Galerías y Otros poemas de Machado, también a él, insisto, parece que se le va la vida en la charla; se queda pensativo. Quizá ha sentido el soplo del mito en la oreja. Quizá. Aunque lo que es seguro es que en su caso la inspiración nada tiene que ver con el vino; A Khalid, a parte del té, sólo le atrapan los versos.

2 Comments
  1. paco otero says

    Sin acritud ; Que lastima todavía María Victoria Reyzabal no tiene dimensión internacional para ser incluida entre los poetas traducidos por Raissouni(Por cierto juntos acompañamos a Chucri hasta el cementerio) y por cierto el director del Cervantes y yo fuimos los únicos españoles que fuimos en la riada de gentes(junto a Raissouni insisto) que siguieron a chukri hasta su
    tumba)
    En once años en Tánger jamas vi a Chukri sentado en el café Paris, el suyo era el Negresco (pocos más) y ya enfermo el Rizt.

    perdon,fuera de tema, para cuando hablar de los españoles que en diferentes campos de la cración dieron a Tánger bastante más que los tan traidos y llevados americanos…y por favor no me interpreten como un chovinista hispano pues no soy tan estupidp com para cuestionar la obra de grandes maestros americanos mi ironia va por otro camino…en fin ¡POR QUE NO BUSCAN OTRO Tańger internacional que el de Bowles posiblemente se encuentren con joyas sorprendentes. un abrazo

  2. paco otero says

    Perdón,de nuevo, para los que busquen Tánger hoy estos bellos versos de Raissouni:

    A Tánger le ofrezco este silencio de sombras
    y una cancion de barro a mi herida

    Tenues y tristes los colores de las azoteas
    viajan hacia otras sombras
    Y el mar arroja su reluciente manto
    sobre el umbral de un atardecer mudo.
    Quiebra los últimos fulgores del alma
    revela los secretos de mi ceguera.

    A Tánger le ofrezco este silencio de sombras
    y una canción de barro a mi herida.

    Y si piensan seguir buscando,busquen a creo, el mejor escritor español residente en esta ciudad; José Luis Barranco y estoy seguro habra mas gente que este haciendo un Tánger vivo y plural en este nuevo siglo con alma de FUTURO.

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