Luengo: “El acoso escolar es un síntoma más de nuestra falta de empatía como sociedad”
- Este psicólogo lleva 26 años estudiando la violencia en las aulas, el tiempo suficiente como para haber llegado a una conclusión: todos somos responsables
“Existe el acoso porque lleva mucho tiempo siendo popular el que unos --los que ocupan el lugar más alto en la jerarquía social-- muestren su poder e influencia con comportamientos que dañan la dignidad de otros”.
La frase corresponde a la guía “El acoso escolar y la convivencia en los centros educativos” editado este año por la comunidad de Madrid. Pero viéndola así, sacada de contexto, resulta difícil distinguir si se refiere al comportamiento de los niños o al de los adultos. Probablemente porque ambos están relacionados.
Que el patio del recreo es una extensión más de la propia vida, que los niños reproducen la intolerancia y la intransigencia que les rodea es algo que conoce bien el psicólogo y autor de esta guía, José Antonio Luengo. Este especialista lleva 26 años estudiando la violencia en las aulas, el tiempo suficiente como para haber llegado a una conclusión: todos somos responsables.
“El acoso escolar es un síntoma de nuestra falta de empatía como sociedad. Estamos en un momento inquietante en el que la chulería, la arrogancia, los malos modos y el desprecio al otro son demasiado frecuentes. Los chicos están viendo lo que ocurre alrededor. Ven el clima de violencia, ven cómo tratamos a los inmigrantes, cómo se trata a las personas más vulnerables”, advierte Luengo. Y todo eso se acaba filtrando en la manera en la que tratan a sus compañeros, en la forma en que perciben a aquellos que consideran “diferentes”.
Es difícil determinar cuántos niños sufren hoy acoso. Según el informe Cisneros, el primer gran estudio que abordó la violencia entre iguales en 2006, uno de cada cuatro niños en España —el 23,4%- es víctima de bullying. Otras investigaciones más recientes, como la de Save the Children, lo reducen a un 9,3%. Las cifras dependen de la herramienta que se utilice para medir y los expertos aún no se ponen de acuerdo.
Según José Antonio Luengo, uno de cada cuatro alumnos es excesivo, “si fuera así no podría sostenerse”. Él lo sitúa entre un 1 y un 2% de chicos y chicas que viven situaciones de acoso grave, pero –advierte- “eso son muchos niños. No es cualquier cosa”.
Lo que sí parece evidente –y en esto coinciden los estudios-- es que la incidencia del acoso se mantiene y, lo que es peor, con el tiempo se ha hecho más virulento y dañino a consecuencia de la tecnología. El daño es más viral.
Datos recogidos por el teléfono contra el acoso de la Fundación ANAR muestran como el 24,7% de los casos denunciados se refieren a episodios de ciberbullying en los que se incluyen insultos, amenazas, exclusión en redes sociales, exposición de fotos y vídeos comprometidos o difusión de rumores. La edad media de las víctimas es de 13,5 años y dos terceras partes son niñas.
Cómo mejorar la respuesta en las escuelas
Existen mecanismos de actuación frente al bullying. Cada colegio tiene un protocolo que varía según la comunidad autónoma y que, a grandes rasgos, informa sobre los pasos a seguir: investigar qué ha pasado, hablar con las personas implicadas, avisar a las familias, tomar medidas para proteger a la víctima. Sin embargo, para muchos especialistas esta guía sigue siendo insuficiente. Este mismo año, Amnistía Internacional denunciaba en su informe Hacer la vista... ¡gorda! El acoso escolar en España que “la mayoría de los centros educativos no activan los protocolos si no hay daño físico” y que la formación de los docentes sobre este tema es "insuficiente" e "ineficaz".
Luengo, que ha trabajado como asesor y secretario del Defensor Del Menor en Madrid y forma parte del equipo de prevención contra el acoso en esta comunidad, defiende que los protocolos son buenas hojas de ruta. “Otra cosa es que los ejecutemos bien”, admite. Sobre todo por falta de herramientas y de personal. “Los centros tienen en general un personal muy justo, desde el punto de vista formal no siempre encontramos los tiempos y recursos personales”.
Si se detecta un caso de bullying, el psicólogo recomienda siempre trabajar a nivel individual con la víctima – “sabemos que cuando se llega a una situación de acoso grave se conduce a situaciones cercanas al estrés postraumático”, asegura-, pero también trabajar con el resto de compañeros. “Es muy importante crear en el entorno un espacio que permita al niño ver que las cosas han cambiado, que es tenido en cuenta, que hay gente que le cuida, le acoge, que se sienta querido. El centro debe reconfigurar la situación para que el niño excluido deje de estarlo y sea tenido en consideración”.
También aconseja trabajar con el agresor o agresores aunque, en este caso, la terapia sea distinta. “Igual que con el agredido debes trabajar su capacidad para responder ante situaciones delicadas, con el que agrede se trata de hacerles entender las tragedias que ellos mismos están creando. Reconfigurar su mapa cognitivo y afectivo que hace que estos chicos no sientan ningún sufrimiento cuando hacen sufrir a otro”.
Enseñar a convivir
No todos los conflictos se consideran acoso escolar. Para ello deben concurrir una serie de características: que sea intencional, que sea reiterado y sobre todo que haya un desequilibrio de poder entre la víctima y su agresor o agresores. En todo caso, como explica Luengo, es necesario enseñar a los niños desde muy pequeños a afrontar esos conflictos, a aprender a convivir y a respetar la dignidad de quienes les rodean. Una responsabilidad que recae en las familias, en los medios de comunicación, en el conjunto de la sociedad y cada vez más en las escuelas.
“Dentro de nada los únicos espacios donde los chicos van a tener que aprender a convivir con otros chicos van a ser las escuelas porque en casa no va a haber hermanos”, asegura. Por eso señala la importancia de darles más tiempo y recursos a los centros escolares para que puedan desarrollar planes y proyectos que sirvan para enseñar a convivir.
“Siempre va a haber situaciones de acoso, pero podemos formar a los niños para que aprendan a arrinconarlas. Cuando unos chicos salen en defensa de un chaval acosado la violencia acaba. Hay que conseguir que cada vez más miembros de la comunidad educativa sean proactivos, bondadosos, solidarios. Crear un caldo de rechazo social, reivindicar la bondad como un valor. El violento va a estar, pero no va a tener capacidad operativa”.