Golfo de México: cuando nadie ayuda a Obama

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Obama y Cameron, ayer martes, en el balcón Truman de la Casa Blanca. / Chuck Kennedy (whitehouse.gov)

(Actualización)

Los tres meses que se cumplieron el día 20 del inicio del mayor desastre ambiental en Estados Unidos, el vertido de petróleo en el Golfo de México, adquirieron aparentemente una dimensión especial con la primera visita del nuevo premier británico, David Cameron, a Barack Obama, en medio de la polémica entre la Administración y la compañía BP sobre cómo salir del embrollo causado por la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, el 20 de abril, y la ausencia de soluciones de futuro.

Obama y Cameron recompusieron de cara a la galería las relaciones dañadas por las reticencias americanas ante las trapacerías de BP, pero el británico no hizo sino pasar de puntillas sobre el tema, y ambos reafirmaron la necesidad de que BP siga siendo una compañía potente: pertenece a fondos de pensiones británicos y su debilidad tendría consecuencias sociales funestas para el Gobierno de Su Graciosa Majestad. O sea que, a pesar de las agrias verbalizaciones precedentes del mandatario americano, la petrolera seguirá actuando a su libre albedrío.

BP anunció el pasado sábado que había conseguido detener, al menos momentáneamente, la salida de crudo del pozo que ya ha manchado más de 900 kilómetros de costa de cuatro estados sureños ribereños: Luisiana, Misisipi, Florida y Alabama.

La reacción al respecto del máximo responsable oficial estadounidense de la lucha contra el vertido, Thad Allen, mostró la profunda desconfianza que preside las relaciones y contactos entre la Administración estadounidense y la compañía petrolera desde que se inició el desastre. Finalmente, Allen dio permiso el lunes para que BP mantuviera sellado el escape del pozo durante un tiempo más a pesar de sus temores iniciales de que esa acción podría causar otra u otras roturas incontrolables a causa de la presión.

Las divergencias, las dudas, las contradicciones e, incluso, las críticas recíprocas entre los actores de este drama ecológico ocultan lo que realmente debería importar desde una perspectiva ambiental: la industria petrolera ya no puede controlar las consecuencias de su actividad cuando se producen accidentes, o errores graves, como el que nos ocupa en el Golfo de México.

Cameron no aportó soluciones a Obama sobre cómo lidiar con BP y su errático comportamiento en esta crisis ambiental, a pesar de que el nuevo jefe de Gobierno británico reconoció hace semanas que se trataba de un auténtico desastre. Pero ahí quedó todo: BP es la mayor empresa del Reino Unido y no parece posible que un gobierno conservador-liberal vaya a apretarle las tuercas. Ni en esto ni en la controvertida liberación por supuestas presiones de BP del terrorista libio responsable de la explosión de un avión de Pan Am sobre Lockerbie (Escocia).

No obstante, en mayo la primera reacción de Obama, cuando se supo a ciencia cierta la magnitud del desastre causado por la explosión, es digna de ser tenida cuenta, pues paralizó la continuación de prospecciones petrolíferas marítimas a gran profundidad.

Sin embargo, esa moratoria para las exploraciones submarinas no ha tenido eco ni seguimiento en el resto del mundo. A pesar de que el vertido no ha hecho sino agravarse en el Golfo de México desde el 20 de abril, no hay noticias de que otros gobiernos vayan ni siquiera a tomar en consideración la posibilidad de detener ese tipo de prospecciones de las que ya sabemos que son potencialmente incontrolables, si todo va bien, y absolutamente descontroladas, si se produce un accidente.

En las costas españolas tenemos un ejemplo a escala, pues durante el desarrollo de la marea negra de BP hemos sabido que escapes similares, aunque de mucha menor cuantía, se registraron el año pasado en los pozos marinos situados frente al Delta del Ebro, mar adentro, donde opera la plataforma Casablanca, de Repsol. Greenpeace ha iniciado una campaña para pedir al Ministerio de Industria un decisión similar a la adoptada por Obama. ¿Tendrá éxito?

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