El Corredor Mediterráneo puede favorecer la burbuja infraestructural

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Empresarios, sindicatos, PP y PSOE llevan unos días afanados en mostrar al electorado que hacen presión sobre la Unión Europea para que el miércoles, 19 de octubre, declare prioritaria la construcción del llamado Corredor Mediterráneo, una infraestructura ferroviaria que conectará, cuando se haga, Algeciras con la frontera francesa y el resto de Europa.

Indudablemente, esa instalación es fundamental para mejorar exponencialmente el tránsito sobre todo de mercancías desde el norte de África hasta el corazón europeo, gracias al ancho de vía ferroviaria común que quedará instaurado para todo el occidente continental. No parece necesario explicar la innegable sostenibilidad y rendimiento económico que el uso masivo del ferrocarril acarrea frente a otros medios de transporte.

También contibruiría a romper el sentido radial de las comunicaciones españolas heredado del franquismo, facilitando los flujos comerciales entre continentes y mercados por sus cauces naturales. Es, por tanto, apriorísticamente una infraestructura necesaria y recomendable, sin entrar en profundidades como la de que compite por el “favor” de la Unión frente a otro corredor que, atravesando el Pirineo, conectaría con Aragón, Madrid y Portugal. O la de que su financiación parece -lejos de ser obtenida fácilmente a corto/medio plazo en la actual crisis sistémica- cuanto menos lejana, si no incierta.

No obstante, a la hora de pensar el futuro a medio plazo conviene recordar que no todas las infraestructuras son de por sí absolutamente recomendables ni necesarias. Digo esto porque hace muy pocas semanas se presentó el último Destrucción a Toda Costa, informe anual de Greenpeace , que advertía precisamente de que en breve plazo nos podemos enfrentar a una especie de burbuja infraestructural, como sucesora de la inmobiliaria en esta constante huida hacia delante que nos impone un sistema ahora en situación profundamente crítica.

De hecho, en las autonomías de la costa mediterránea española, que obviamente son las que más pujan por el corredor de que hablamos, es ya digna de resaltar la presión política y mediática de los gobernantes locales a favor de las consecuencias infraestructurales que aportaría ese gran ferrocarril paneuropeo. Se insiste en que, en el futuro y gracias a él, habría que reforzar, reconstruir o ampliar gran parte de las instalaciones portuarias existentes desde Port Bou hasta Tarifa.

Hay ya planes en marcha de mejora y potenciación de los puertos de Algeciras, Cartagena, Valencia, para aumentar su capacidad de recepción y distribución de mercancías y bienes transportadas por contenedor. En todas esos lugares, las Autoridades Portuarias gastan tiempo y dinero en explicar en los medios locales que el Corredor Mediterráneo y las respectivas ampliaciones son no sólo complementarias sino que, según aseguran, no se entenderían el uno sin las otras.

Al tiempo, minimizan las seguras consecuencias ambientales y exageran los discutibles impactos económicos que acarrearía todo el entramado complementario al Corredor Mediterráneo que suponen y desean que sea bendecido en Bruselas. Quizá los promotores de esa nueva burbuja que se avecina estaban de vacaciones, o preparándolas, cuando Greenpeace presentó el informe Destrucción a toda Costa de este año, el pasado 20 de julio.

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