Rafael Soler: “Me gustan los libros donde el autor, bendito insensato, se la juega”

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Rafael Soler (Valencia, 1947) es un caso curioso en la vida literaria española. Desde que en 1979 publicó El grito, fue saludado por la crítica como una de las jóvenes promesas de la narrativa que comenzó a renovar ciertos modos de la literatura española que comenzaban ya a oler a rancio. A la vez publicó un poemario Los sitios interiores, en 1980, de claro interés. Luego vinieron títulos como El corazón del lobo, El sueño de Torba o Barranco, libros que consiguieron fueran alabados por figuras como Manuel Andújar. Siguieron, visto desde fuera, inexplicablemente, veinte años de silencio hasta que en 2009 regresó con un libro de poemas, Maneras de volver. Desde entonces alterna la publicación de libros de poesía con narrativa, así, El último Gin Tonic (Ediciones Contrabando), que ahora nos ocupa y excusa estupenda para realizar a Soler esta entrevista.

El autor es, además, vicepresidente de la ACE, Asociación Colegial de Escritores, en su nueva etapa que va ya para cuatro años. En este tiempo se han conseguido varias cosas, desde luego la más sonada la defensa de los derechos de los autores al jubilarse, problemática que llegó al Congreso y de la que dimos cuenta en su momento en cuartopoder. En esta entrevista, amén de profundizar, nos hemos referido a tareas pendientes de la ACE y los temas pendientes a resolver por la Asociación.

El Último Gin Tonic es su última novela. Parecería que se trata de un tema que tuvo su momento álgido con El Gatopardo, respecto a la disolución de una estirpe por lo menos con unas características muy definidas...

— Nadie duda ya que estos tiempos raros que nos toca vivir, entre el desconcierto de muchos y el insensato jolgorio de unos pocos, anuncian un cambio de época, y la llegada de un tiempo nuevo, no necesariamente mejor. Todo acaba siempre antes de tiempo, con la cama sin hacer y la vida, que es un incidente vertical y pasajero, se encarga de poner las cosas en su sitio. ¿Disolución de una estirpe? Los Casares, protagonistas de esta novela coral, son duros de pelar, saben perder con mucho desparpajo, abrazan poco y hablan lo justo, pero tienen pasta de supervivientes, cada uno aferrado a su madero, cada cual entre su espada y la pared, cada quien pendiente de esa mala racha que no termina nunca, de los antojos de un jefe cocodrilo o el agobio de regresar a casa solo.

— Lucas tiene tres hijos llamados Marcos, Mateo y Juan. El humor es, desde luego, parte esencial de su literatura...

— El humor, la ironía, son recursos amables que dan mucho juego para contar asuntos de calado que a todos nos conciernen: la traición, el desamparo, la soledad mal llevada, los abrazos pendientes. San Marcos era un verdadero artista de la narración, y Marcos es un artista de la supervivencia que hace del póker y el alcohol una manera de estar en el mundo; San Mateo fue recaudador de impuestos, y Mateo, con el peso terrible de la pérdida de su mujer y el hijo en un accidente, es recaudador de historias por su condición de guionista; san Juan, tan joven, tan dado a la piedad, hizo del amor el tema central de las tres epístolas que escribió, y Juan vive atrapado entre el amor desquiciado de su novia Paola, y los encantos de la extranjera Paola, que del cuello a los tacones es todo fruta.

— Como, por otra parte, las tramas complejas y el juego con el lenguaje, características que parecen haberse olvidado en la narrativa actual, plena de convencionalismo. Sin embargo, es evidente que sin esa ruptura en las formas no hay manera de arrancar pedazos de realidad. Por ejemplo, ese correlato al final del libro entre lo que es la vida y una receta de gin tonic...

— ¿Y qué es una novela sino una trama compleja bien resuelta y bien contada? Y en ese empeño, el lenguaje tiene un papel esencial. Sugerir, subvertir, implicar al lector con lo no dicho, el lenguaje como principal protagonista, pero sin que se note, ojo, de eso va la Literatura que más me interesa. Y disfrutar escribiendo, siempre en el filo, jugándotela. Empieza la novela con el correo que envía Diego Wieckmann recién salido de la cárcel a Lucas Casares, preguntándole por su desaparecida esposa y haciéndole llegar la receta de una torta de lentejas. Y se cierra la historia con otro correo, y la receta de un gin-tonic de los que dejan “un noble sabor de recuerdo amargo”. Y entre ambas recetas –paradigma en mi opinión de la comunicación- incomunicación, según venga la mano– cuatro días para acompañar a cada protagonista en su encrucijada.

— En su novela el diálogo es esencial, mucho más que la descripción. ¿Podría abundar en esta opinión? Noto, por ejemplo, una acusada tendencia a la representación...

— Muy cierto. Todos los personajes saben que perder es solo cuestión de método, tienen mucho que contar y que decirse, y en cuanto el autor se descuida rompen a hablar y no hay quien les pare. ¿Hay algo que defina más a una persona que su lenguaje corporal y sus maneras a la hora de contarse y de contarnos? Es esta una novela con muchos recursos expresivos pensados para encajar como las piezas de un puzle, y los diálogos están pensados para dar profundidad a los personajes, y ligereza al texto. Y aquí hablan hasta los muertos. Que so digan a don Moisés, el patriarca, horizontal y ventilado en su sala del tanatorio; que se lo digan a Cara Gato, que se despide de sus compañeros de timba a las primeras de cambio, pero ahí sigue, atento a todo camino del horno crematorio.

— Usted es indistintamente poeta y narrador, algo insólito en estos tiempos donde parece que no se puede, ni se debe, abundar y sobresalir en varios géneros. ¿Podría hablarnos de la relación entre los dos géneros en su obra y si se influyen de una manera u otra? Yo no lo veo.

— Soy sincero si digo que ambos géneros conviven con templada educación, no son celosos, y saben ceder el paso cuando toca. Y ha sido así siempre, el novelista desasosegado hasta encontrar pulso y tono, el poeta perdido siempre, y siempre encontrando lo que no busca. Me considero un poeta que también escribe novelas, dicho sea con el mayor respeto a unos y otros. Y hay un razonable equilibrio entre ambos géneros si nos atenemos a la obra publicada hasta el momento: cinco novelas y cinco libros de poemas, empate que se rompe a favor de la narrativa por mis dos libros de relatos. Y hay que decir también que este empate se produce por la publicación de tres libros de poesía tras Maneras de volver en 2009. El poeta tenía mucho que contar, y se ha despachado a gusto. Ahora es el merecido turno de El último gin-tonic, y confieso que me siento reconocido en lo escrito, y satisfecho tras casi cuatro años sacando de paseo a los Casares.

— Puede decirse que usted comenzó muy bien su carrera literaria, desde aquella primera El grito o El corazón del lobo, que fue saludada por críticos como Ricardo Senabre con cierta exultación... o Francisco Yndurain. ¿Por qué ese silencio de veinte años?

— Soy de vocación periférica, como los jóvenes elefantes marinos patagónicos que acechan al sultán en esta novela para robarle el harén. Escribir es una forma de resistencia, y yo disfruté mucho en los ochenta, escribiendo a mi aire y ganando premios que me permitían publicar sin incomodar a nadie. Ricardo Senabre, que luego sería muy buen amigo, escribió a Gustavo Domínguez, recomendándome para Ediciones Cátedra, tras recibir mi novela El corazón del lobo el Premio Cáceres. Pude así publicar, y no precisamente a la chita callando, El sueño de Torba y Barranco. Soplaba el viento a favor, y me dije después de siete libros publicados en solo cinco años: “voy a darme un respirito”. Y zás, vino la vida, que no es otra cosa que la vida bien bebida, y me atropelló. En el mejor sentido, claro.

— La novela, publicada en 1982, se reeditó en 2012. Resalta y lo digo una vez más la complejidad estructural de la narración... pero hay en ella un débito lírico que creo que, por fortuna, no aparece en El último Gin Tonic...

— El corazón del lobo se reeditó celebrando los treinta años de su publicación. Y tiene, es cierto, un gran aliento lírico. Disfruté mucho escribiéndola, con el poeta agazapado en cada folio para dar lo mejor si era requerido, en una historia íntima que cuenta el irreparable deterioro del amor cuando entre la pareja se acomoda el tedio, un agente tóxico que todo lo arrasa. Novela, sí, intimista y experimental que, al parecer, ha envejecido bien. El último Gin Tonic tiene una respiración diferente, con un lenguaje más directo.

— Usted es ahora Vicepresidente de ACE, asociación que en su nueva etapa ha conseguido cosas impensables hace poco para los escritores. Háblenos de los retos con que tiene que enfrentarse ahora la ACE.

— Cumpliremos en mayo cuatro años de gestión, y se ha trabajado mucho en asuntos centrales para los escritores: derechos de autor, compatibilidad de pensión y otras retribuciones, visibilidad del escritor en foros nacionales e internacionales; el Libro Blanco del Escritor, ya en fase final de elaboración, para conocer la situación actual de nuestro colectivo; colaboración vía convenios y jornadas de trabajo con Asociaciones de Escritores en el ámbito autonómico… Nueva etapa, nuevo impulso y todavía mucha tela por cortar.

— ¿Qué se podría hacer en la Asociación para atraer a los jóvenes habida cuenta de que recurren a otros materiales de expresión. Lo digo porque representan el futuro y pervivencia de la ACE.

— Es sin duda la gran asignatura pendiente. ¿Para que sirve una asociación, con lo que me gusta ir a mi bola?, ¿qué pinto ahí, qué gano, qué me aporta, qué puedo aportar yo? Adoptar iniciativas que permitan dar una respuesta solvente y motivadora a esas preguntas es el secreto. Vivimos en una sociedad líquida, donde todo es urgente y al mismo tiempo prescindible, una sociedad donde las redes mandan. Hay que escuchar a los más jóvenes, darles sitio, hablar en su idioma. Y ahora usted podría decirme “no termina de contestar a mi pregunta”, y yo lo diría “denos tiempo, estamos en ello”.

— Aunque supongo que se excusará, ¿podría darnos su opinión sobre la narrativa que se hace hoy día entre nosotros y que rehúye en cierto sentido la experimentación, que es una de las señas de identidad de su literatura?

— No me excuso, y entro al trapo. Visito bastante las librerías, y es apabullante el número de novedades que vivaquean en las mesas. Libros de todo pelaje y condición a la espera impaciente de un lector que justifique su ISBN y el albur con castañuelas de su publicación. A la hora de leer, cada uno con sus ganas. Me gustan los libros donde su autor, bendito insensato, se la juega. ¿Experimentar? Si disfrutas escribiendo, disfrutarán al leerte. Basta con hacer del lenguaje un escalpelo.

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