Bolivia 2019: ¿una última esperanza para América Latina?

  • "Se muestran como la oportunidad de no resignarse ante la falta de alternativa"
  • Es un territorio en donde porcentualmente, a nivel regional, más se ha reducido el analfabetismo en la última década.

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Un fantasma se cierne sobre América Latina, es el fantasma del neoliberalismo. Bajo distintas formas y diferentes intensidades, pero su presencia no es nueva; no es fácil de olvidar lo que supuso en los ochenta y en los noventa. En algunos casos no se fue nunca, en otros aún a pesar de haber hecho amagos de desalojo, no se ha conseguido en la práctica, y hay otros en los que su alargada sombra se deja ver cada vez más de cerca.

Radiografiemos: en Argentina, como si de un déjà vu se tratase, se empieza a recordar lo que es una devaluación tan salvaje, y todo lo que viene detrás de ello. Brasil, tras un golpe de Estado en un primer momento y apartar a Lula de la posibilidad de que regresara a Planalto después, empieza a coger aire sin titubeos la alternativa más reaccionaria posible, la alternativa más destructiva. Venezuela (merecería una larga reflexión) pero de primeras habría que pensar si en estos casi veinte años se ha hecho todo lo que se podía hacer. No es un actor aislado de la escena internacional y, por su puesto, ningún Estado es autónomo y el poder excede las estructuras de éste, pero ¿había margen para haber avanzado más?.

En Ecuador, probablemente se estén viviendo los últimos años de gobierno de izquierdas, hasta que pasen varios ciclos; todo un proyecto de país roto, todas las aspiraciones al traste por luchas internas ¿Habrán merecido la pena?. En Colombia, ni la opción con el más mínimo tinte progresista, como es el caso de Petro, es capaz de asentarse tras años de conflicto armado, que han terminado a la larga reforzando al conservadurismo. Cuba, tras el inicio de su particular Perestroika, empieza a dar pasos hacia la normalización de un modo de producción y sociedad que en la isla fue dejado al margen durante décadas. Nicaragüa, qué vamos a decir de Nicaragüa, no hay palabras que sean capaces de plasmar toda la decepción que está generando un gobierno que opera bajo la denominación de sandinista.

Habrá quienes digan que en México, por ejemplo, esto no es así, que López Obrador supone un punto de inflexión. Es cierto, pero el debate no está ahí, el debate no debe(ría) estar centrado en el balance meramente electoral que hacemos de estos últimos años. La cuestión clave es otra, lo importante es: ¿en qué espacios se conseguido “tocar la tecla”?¿Dónde hay atisbos de la certeza de caminar hacia un orden alternativo, con seguridades y con un horizonte de futuro? Ser capaces de mostrar un proyecto solvente, que va a la raíz y que tiene el apoyo suficiente de venir para quedarse y no para deshacerse a la primera de cambio.

Puede que sea precipitado y atrevido decirlo, además de que obviamente queda mucho tiempo para ser más firmes en esta afirmación pero, probablemente, a día de hoy, tras la caída del muro de Berlín, el único destello firme dentro de esta larga noche es Bolivia. Quizás esté siendo infravalorado el cambio radical que se lleva dando desde hace quince años, pero puede que esta vez, sí que sí, la cosa va en serio. 

Pequeña en superficie, atravesada por los Andes, sin salida al Pacífico, pero ahí donde está es la que más crece económicamente en estos últimos años, a la vez que es la que más población ha sacado de la pobreza y la que más ha reducido la desigualdad, según el propio Banco Mundial. La que, pese a la tendencia regional a primarizar la economía, consigue diversificar avanzando hacia un modelo menos dependiente del centro, dejando atrás el tan recurrido, pero a la vez maldito, consenso de la commodities. Un territorio en donde porcentualmente, a nivel regional, más se ha reducido el analfabetismo en la última década. Un modelo de sociedad, que tiende a buscar mecanismos de inclusión de la diversidad del país dentro de sus instituciones, donde haya cabida para todas las voces sin que una valga más que la otra como años atrás; una clara vocación de ensanchar el demos por abajo.

Sin duda, el largo recorrido que experimentó desde sus inicios el marxismo-katarismo, hasta lo que hoy es conocido, y tan nombrado, como lo nacional-popular, su intención de que “el todo” sean los y las desposeídas; la voluntad de construir una amplia res publica que tenga en cuenta la cuestión de clase y la cuestión indígena; el haber hecho frente a las fuertes brechas en la división del trabajo, en el nivel del género, en el nivel campo/ciudad, en el nivel étnico (aymara/quechua), de cara a constituir ese nuevo sujeto político… Todo ello, nos da pie a ilusionarnos porque muestra que hay aún posibilidades para soñar, para tener nuevos horizontes a la vorágine neoliberal que intenta rodear todos y cada uno de los espacios de la vida.

Tres objetivos para 2019

Por ello, de cara a seguir soñando, las elecciones presidenciales de Bolivia en 2019, se presentan como una prueba de fuego para demostrar que se han construido los suficientes diques para que el oleaje no lo arrastre y desdibuje todo. En esa línea, el MAS no puede, ni debe dejar de lado, tres objetivos que se antojan como indispensables:

-El primero mostrar que el proyecto va más allá Evo. Linera ya dio un paso atrás, y al igual que Evo, han sido fundamentales para llevar a Bolivia en donde está, eso hay que reconocerlo. Pero hay que conseguir garantías, de que pase lo que pase, independientemente de quien esté, en unos años se seguirá trabajando por y para la transformación del país.

-Precisamente, al igual que se consiguió una unidad popular inimaginable a través del contorno del MAS; dadas las últimas tensiones fruto de esa heterogeneidad organizativa, se hace fundamental repensar la estructura de cara a seguir dando cabida a toda esa diversidad, de arriba a abajo; siendo capaces de responder a los desafíos electorales, pero sin dejar de dar respuesta a los conflictos de los cotidiano.

-Además, en el largo plazo, será necesario poseer una línea política capaz de articular el último problema, dentro del marco del conflicto del desarrollo económico frente a las reivindicaciones de las comunidades indígenas, aprovechadas por actores que han ido a la contra. Las tensiones procedentes de la cuestión del TIPNIS marcan un antes y un después en estos años. Los mismos conflictos ambientales, que fueron decisivos para la ventana de oportunidad de un proyecto como el del MAS, no pueden ser los mismos que hagan que estos quince años todo quede en vano.

Igual es un poco precipitado hablar de cambio de ciclo en América Latina, hasta que en unos años lo veamos fríamente y lo analicemos con otra mirada, pero en definitiva, las elecciones de Bolivia en 2019 se presentan como la posibilidad de continuar con un horizonte verdaderamente radical en términos democráticos. Se muestran como la oportunidad de no resignarse ante la falta de alternativa, se muestran como una última esperanza para América.

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