De aquellos polvos estas cenizas: precisiones sobre lo moderno

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Felipe Fernández-Armesto. / Debate

Las cenizas del volcán islandés parecen haber respetado más a los pigs (Portugal, Italy, Greece, Spain) –aunque algún daño han hecho sobre todo al turismo en España– que a los que podríamos decir fukgs (France, United Kingdom, Germany, Sueden), los países del norte de Europa. Puede tratarse de una restitución por los desprecios ocasionados, una justicia histórica, digamos.

Esta invasión cenicienta viene a coincidir con el debate suscitado en los medios sobre la tolerancia entre españoles: con el velo islámico (que no tradicional) en las escuelas, con la cesión de más soberanía a Cataluña, con el proceso al juez Garzón a quien parecen haber encausado los ultraderechistas en vez de los magistrados del Tribunal Supremo.

Ambos asuntos están relacionados en lo que quiero contarles, que no es otra cosa que la oportuna aparición de dos libros muy recomendables. Uno es el escrito por el historiador británico Felipe Fernández-Armesto, El nacimiento de la modernidad (Debate), en el que el eminente profesor asegura que 1492 fue el año decisivo en que el mundo medieval deja de serlo para volverse moderno, el año en que se intercambian semillas, animales, vidas y trabajos, lo que supone una revolución ecológica sin precedentes en todo el planeta. Intercambio, por cierto, que los españoles continuaron, entre otras cosas, con el Galeón de Manila, en 1565, o en las expediciones del científico José Celestino Mutis en busca de flores para el Rey, por ejemplo, ya en el siglo XVIII.

Según Fernández-Armesto, la Reforma que para los historiadores más inmovilistas es el punto de partida del desarrollo de los pueblos hacia la vida moderna, no es más que un fenómeno “de pequeña escala” que pasó en “un rincón muy limitado”. Sin embargo, la llegada a América por los españoles sí entra en otra dimensión. (Por mucho que Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, se empeñe en afirmar que fueron los italianos los que descubrieron América, habrá que reconocer que alguna responsabilidad tuvieron en tamaña expedición los denostados Reyes Católicos).

El otro libro muy recomendable es La leyenda negra, del francés Joseph Pérez, editado por Gadir. Pérez coincide con Armesto en relativizar la importancia de la Reforma pero le concede un papel fundamental en la creación de la denominación pigs, o habría que decir protopigs. Tras la decadencia de la hegemonía española, con los tratados de Westfalia, los países del norte ocuparon el vacío dejado por los meridionales: “No hizo falta más para que aquella Europa anglosajona y mayoritariamente protestante se creyera superior a la primera, la latina pero también católica. Desde el siglo XVII –sigue Joseph Pérez- se extendió la idea de que la Ilustración y la civilización eran hijas de la Reforma y que las naciones católicas estaban en cierto modo condenadas al subdesarrollo”. Para el autor, estas cosas ya están superadas en pleno siglo XXI. ¿Lo están?

Yo creo que no. O no del todo. De ahí la necesidad compulsiva de buena parte de la sociedad española por mostrar al mundo lo tolerantes que somos, la liberalidad de nuestro comportamiento capaz de soportar velos ignominiosos en la escuela, hooligans universitarios británicos vociferando en nuestras calles, desatinos independentistas de políticos que no tienen medida, etc. etc. Y una desasosegante incapacidad de decisión, incluso de instituciones que nunca se habían comportado con tal indecisión, de tomar medidas efectivas y rápidas, sin complejos.

La leyenda negra ha sido tan asumida por los españoles desde su invención, haciéndola verdadera, como algo propio, que persigue aún buena parte del comportamiento público. Y aquí es donde me ha parecido que convergen las cenizas, los pigs y la realidad española actual, de pesadilla.

Lean; leer buenos libros calma la ansiedad, tranquiliza el espíritu.

6 Comments
  1. tirel says

    La principal diferencia entre países católicos y protestantes a lo largo de la historia radica en una máxima muy simple. Para el católico (no el actual), el cura lee la biblia desde el púlpito, sólo él la interpreta. Para un protestante lo fundamental es que debe leer la biblia y la debe interpretar él mismo. Con lo cual en los países católicos el analfabetismo era casi endémico. Si no se sabe leer la biblia no se sabe leer.. No se empapan nuevas ideas culturales, científicas, etc.

  2. Elvira Huelbes says

    Cierto. La ventaja católica, en materia de tolerancia, es que se admite la confesión. Entre los protestantes, el pecado es temible por el castigo que le sigue.

  3. santiago says

    Yo creo que la ventaja principal del mundo protestante frente al católico es que cada miembro de esa comunidad tiene interiorizada la idea de influencia,trabajo y competitividad además de no denostar ni el trabajo ni el dinero como tal, lo que les lleva a sentir como consecuencia, superioridad moral.
    Nuestro complejo nos lastra, buscando el perdón por cada éxito obtenido, evitando las cuestiones que puedan dar de nosotros una imagen de firmeza y claridad de miras, lo que a la postre se traduce en una inferioridad real.

  4. Tirel says

    No todos los protestantes ven o valoran el dinero de la misma forma, pues para un Luterano no es lo mismo que para un anabaptista. Para muchísima más información: La moral protestante y el espíritu del capitalismo de Weber, el gran sociólogo alemán. Aunque no estoy de acuerdo en todos sus planteamientos, es la «biblia» para este tipo de temas. De todas formas la usura católica (ganar dinero a interés) es parecida en el luteranismo (protestantes), no nos confundamos. Repito no es lo mismo anabaptistas, luteranos, calvinistas.. Aunque algunas confesiones deriven de otras o tengan una observancia más estricta.

  5. jonathan says

    Las páginas de la biblia de los protestantes se señalan con dólares; en los USA heredaron el desprecio por los católicos que cariturizaron los Monty Python en una peli cuyo nombre olvidé. A mí me parece que un término medio entre idiosincrasias sería ideal. La eficiencia protestante, la tolerancia católica.

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