Rebeldía musical en el país de los Ayatolás

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Hace ya casi seis años en el último día de proyecciones oficiales del Festival Internacional de Cine de San Sebastián todos los críticos nos quedamos conmovidos después de ver una película con un extraño título coproducida por Irán e Iraq de un tipo nacido en Teherán que decía ser Kurdo. Eran los tiempos de la invasión Estadounidense de Iraq y contaba con una delicadeza extrema las condiciones de vida de un campo de refugiados kurdos a través de la mirada de unos niños. La mayoría supimos en ese momento que Las tortugas también vuelan iba a ganar la concha de oro, como así sucedió.

Dos años después nos relató en Media Luna con magia y sensibilidad el viaje que hace un músico, ya anciano, recogiendo a sus hijos, también músicos, desperdigados por el Kurdistán iraní para dar todos juntos un concierto en Iraq. Ahora este discípulo de Abbas Kiarostami ha regresado a su Teherán natal para rodar durante diecisiete días clandestinamente –hubo de mentir sobre el contenido del filme y ahora no puede volver- las peripecias de una pareja de jóvenes músicos indies que quieren viajar a Londres para dar un concierto, ya que en Irán está prohibido tocar música occidental y las mujeres no pueden cantar en público si no es un coro de más de cuatro.

Nadie sabe nada de gatos persas se sume en el mundo underground de la cultura musical iraní y nos muestra a través de la mirada de un joven buscavidas –interpretado de manera magistral por Hamed Behdad, el único actor profesional de la película- las vidas subrepticias de miles de jóvenes que tienes pósters de Joy Division en sus habitaciones y ensayan su música prohibida en los sótanos de los amigos mientras sus madres caminan cubiertas por un hiyab y sus padres son funcionarios de la República Islámica de Irán.

Son las contradicciones internas de todos los regímenes poco democráticos, en cuya juventud hierve a menos grados la sangre de la rebeldía avivada por el fuego de la música. Si en la Cuba de los noventa lo alternativo era el rock duro y luego el rap (Benito Zambrano se acercó de soslayo en Habana Blues), en Irán lo es cualquier tipo de música. Cambian los regímenes y cambian los géneros pero los jóvenes son los mismos y sus sueños también.

Bahman Ghobadi ha lanzado un grito de rabia por la libertad y ha filmado con la ayuda de muchos amigos todo ese universo paralelo de Teherán en el que los músicos graban CDs ilegales que se distribuyen en el mercado negro, los jóvenes acuden a fiestas y conciertos clandestinos, se venden visados y pasaportes falsos a precios distintos según el país (EEUU el más caro, Afganistán a precio de saldo…) y las mascotas están prohibidas, de ahí el extraño título del filme.

Pero también nos ha enseñado el paisaje urbano de callejuelas escondidas y concurridas avenidas de la capital de un país desconocido para la mayoría de los occidentales, que sólo sabemos de él, según nos cuenta el telediario, la maldad de su líder, sus ambiciones nucleares y la represión de sus opositores; los cinéfilos algo más por el cine de sus directores más internacionales: Jafar Panahi, Mohsen Makhmalbaf y su hija Samira, Kiarostami y Ghobadi.

Descubrimos jóvenes universitarias sonriendo con la cabeza descubierta; afamados raperos alternativos explicando su visión del mundo desde una obra; estupendos músicos y cantantes actuando en azoteas, descampados o vaquerías; mujeres conduciendo coches por calles atestadas de tráfico; talleres descomunales de compraventa de motos; músicos profesionales dando clases voluntarias a niños de familias con inquietudes; olorosos mercados; paseantes; ancianos…. En definitiva, la intrahistoria de una ciudad contradictoria que en treinta años -revolución islámica mediante- ha pasado de tres a trece millones de habitantes, como recordaba en El País hace poco el arquitecto valenciano Vicente Guallart.

Nadie sabe nada de gatos persas es una película ágil, de buena factura, con alta dosis de humor y trufada de canciones excelentes de gente como Rana Farhan, Mahdyar Aghajani, Hichkas o Yellow Dogs, que nos interesa más como documento antropológico que como producto cinematográfico, aunque haya obtenido el Premio Especial una cierta mirada en el pasado Festival de Cannes.

Y como la realidad siempre va tres pasos por delante de la ficción, el otro día pudimos leer en El País que un grupo de Heavy Metal del vecino Iraq, que ya fue protagonista de un documental , había conseguido grabar por fin un disco en EEUU a pesar de los años de prohibición en su país, de perder su local de ensayo en un bombardeo aliado y de haberse exiliado a Siria. Pero esa es otra historia, que nos huele un poquito a marketing.

3 Comments
  1. krollian says

    Off Topic:

    La nana. Peliculón…

  2. esther says

    Me encantó Nadie sabe nada de gatos persas y me alegra que haya escrito sobre esta película; es una pena que esté pasando desapercibida, incluso entre el circuito más alternativo

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