Marchando una doble con queso

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Ofelia de Pablo

Foto: Ofelia de Pablo.

He soñado tantas veces con esta imagen. Cuando empezaba en esto de la fotografía mi ilusión era ser como Ansel Adams –el fotógrafo americano que retrató con maestría el espíritu de los Parques Nacionales de Estados Unidos en un soberbio blanco y negro– Maestro de maestros, Ansel Adams guió mis pasos por las montañas, los valles y el laboratorio del cuarto oscuro. Ni que decir tiene que me quedé en una triste imitadora así que cambié al color por si la cosa mejoraba.

Unos años más tarde me armé con las cámaras y me marché a este rincón del mundo que tanta ilusión me había despertado en los maravillosos libros de Ansel: El Parque Nacional del Valle de Yosemite (hasta me llevé blanco y negro por si las musas me inspiraban). Cuál fue mi sorpresa cuando al llegar a este lugar (el de la foto) no solo no era una idílica colina desde la que se divisa un valle mágico e infinito, sino que era un aparcamiento gigante para 15 autobuses lleno de turistas intentando imitar a mi adorado maestro. Primera decepción. Pero el circo no había hecho más que empezar.

Bajo esa frondosa masa de árboles (foto de la que yo tenía una idolatrada lámina pegada en mi casa) habita una ciudad con sus hoteles, cafeterías, sus tiendas de moda, sus bares de copas y como no podía ser menos ¡su hamburguesería! Descendí al epicentro del huracán y me recibió una carretera de doble carril –eso sí, previo pago de 20 € para la protección del parque nacional–. Un agente forestal bien uniformado y dispuesto a defender la naturaleza a toda costa me amenazó con un severo “¿de dónde es esa piña?”. “¡Joder! ¿La piña? ¿Qué piña?” –exclamé yo con el susto metido en el cuerpo. Y es que, insensata de mí, había cogido ese valioso objeto de recuerdo. “¿En este parqueeee?” –me apremió el agente– ,“No –consté anonadada- es del bosque de aquí al lado donde he estado antes”. “¡Ah! –exclamó– por esta vez ha tenido usted suerte porque eso no es parte del Parque Nacional”. “¡Uf!” –suspiré aliviada como si me hubiera librado de la perpetua (que igual así habría sido sin yo saberlo).

Así que llegué a mi idolatrado rincón del paraíso tan maltrecha espiritualmente que solo me quedó rodar apenada hasta unas mesas donde las masas tártaras devoraban, consumían y dañaban a la naturaleza. Me acerqué al mostrador y resignada solo puede decir: “Una doble con queso por favor”.

2 Comments
  1. jorge says

    Muy bueno, me encanta cómo lo cuentas. Es así. Y ambos lo sabemos…..un beso

  2. celine says

    Creo que tu adorado Ansel Adams estaría orgulloso de ti. Me alegra haberte conocido en estas entradas.

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