Paseo por los sueños y el tiempo

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Portada del libro.

Quizá espoleado por el ingenio de G. C. Lichtenberg, el científico alemán afamado por sus aforismos, que echaba en falta una “historia de los hombres que duermen”, ya que la existente está hecha por los despiertos, Jacobo Siruela ha emprendido un viaje largo y trabajoso pero que ha debido de suponerle alguna que otra alegría.

El resultado: El mundo bajo los párpados (Atalanta, 2010), es un trabajo espléndido, detectivesco y bibliotecario, escrito con rigor y humor, trufado de interesantes hallazgos como el de la periodista judeo alemana, Charlotte Beradt (The Third Reich of Dreams, 1966) que recopiló sueños de la gente durante los siete años que van de 1931 a 1938, para demostrar cómo el régimen del führer influía en lo que soñaba la gente: sueños políticos o históricos, no los sueños arquetípicos que a todos nos han visitado alguna vez en nuestra vida: que huyes de alguien sin avanzar, que te persigue un toro (sobre todo a los chicos), que nadas en el aire, que te acuestas con el rey de España o con la reina de Inglaterra, que luchas con un perro rabioso, que buscas un retrete desesperadamente y todo son obstáculos hasta que despiertas con una urgencia inaplazable, en fin.

Recoge ordenadamente el autor los sueños y su consideración según épocas y según asuntos: los sueños y la historia, lo sagrado, el espacio onírico, el tiempo y la muerte. Todos de gran interés, pero a mí me han molado sobre todos ellos, los sueños en relación con el tiempo y la muerte, apasionante.

La confusión de espacio y tiempo que inspira a científicos, filósofos y escritores de la más variada estirpe, se manifiesta de manera nada lineal en los sueños, como empezó a investigar Saint-Dennys, al que el autor dedica buena parte del libro, con su acercamiento fenomenológico del sueño. Lograr un estado de vigilia parecido a cuando estamos despiertos era el objetivo del investigador para poder ordenar conceptos y darles cierto tinte científico o verosímil. A aquellas personas capaces de lograrlo se les llama onironautas. Me encanta la palabreja.

H. G. Wells hace decir al prota de su novela, The Time Machine: “Los científicos saben muy bien que el tiempo sólo es una especie de espacio” y más cerca en el tiempo de nosotros, W. G. Sebald dejó escrito en su magnífica Austerlitz (2001) que el tiempo “es la más artificial de nuestras invenciones”.

Porque, ¿qué pasa en los sueños con el tiempo? Pues que flota libre como el viento, sin imposiciones convencionales humanas, sin trabas. Y luego queda, al despertar, la tarea de recordar en qué secuencias sucedieron las cosas del sueño. Esa materia tan evanescente, tan inasible. Y la rabia que da cuando se te escapa sin que puedas hacer nada por remediarlo.

El tiempo y el espacio no existen en los sueños o van a su bola. Para el filósofo Henri Bergson, los mundos oníricos están más allá del tiempo.

Alfred Maury, uno de los investigadores onironautas de los que trae JS al libro, soñó un día con la Revolución Francesa. En los tumultos de París, es prendido y se encuentra ante un tribunal popular. En la presidencia del tribunal, ve a Robespierre y a Marat y otros dirigentes del momento que lo condenan a la guillotina. El verdugo lo coloca cuidadosamente en el nuevo invento y, tras instantes interminables de angustia, él siente perfectamente cómo la cuchilla le entra y le separa la cabeza del cuerpo. Despierta aterrado, sudando, para descubrir que “uno de los barrotes se había desprendido de la cabecera de la cama y le había golpeado en las cervicales, en el mismo lugar en donde pocos segundos antes la hoja de la guillotina le cortaba el cuello”. Para Maury, todas esas escenas revolucionarias, su arresto y condena y su ejecución habían sucedido en el intervalo que va entre el golpe del barrote y el despertar, casi instantáneamente.

Pero no se zanja tan fácilmente la cuestión, no se crean. La pregunta sobre el tiempo sigue en boca de muchos otros pensadores e investigadores entre los que figura Schoppenhauer, quien, tras mucho cavilar sigue preguntándose cuál es la estructura donde se desarrolla el tiempo.

No faltan Jung ni Pauli, naturalmente. Ni el Epicuro más atractivo, cuando se pregunta por la muerte: “Por qué inquietarse? Mientras esperamos la muerte, la muerte no existe, y cuando llega, somos nosotros los que ya no existimos. Esta es toda la verdad, su único secreto”. Y el filósofo anima al lector a que viva instante a instante “esta vida única que nos han regalado, como si la muerte no existiera”.

Egipcios, hindúes, islámicos, todas las sociedades han reflexionado sobre lo que el sueño acerca a la idea de la muerte. También Sancho en El Quijote: “Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia”. Las ricas referencias que aporta el libro resultan más que sugerentes. Quedan ganas de repetir capítulos. Eso debe de ser buena señal.

1 Comment
  1. Jonatan says

    Eran muy buenos los sueños del Punch.

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