Sólo son imágenes

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Rulfo, en una imagen de archivo. / Wikimedia Commons

La belleza de estas fotografías es extraña, produce una sensación de lejanía, de gozoso aislamiento, de intensa proximidad también, si esta palabra no entrara en contradicción aparente con la de distancia, que tiene que ver punto con punto con lo atisbado en su narrativa. Pocas veces se ha dado una correspondencia tan sutil y coherente en la visión de un mundo como la que se nos presenta leyendo la obra de Juan Rulfo y la exposición que durante este año va a recorrer las sedes de las FNAC españolas, primero ha sido Bilbao y luego viajará en abril a Madrid y más tarde a otras como Barcelona, Sevilla, Zaragoza y Valencia, donde se recogen veinticinco fotografías de la totalidad que integra el libro 100 fotografías de Juan Rulfo que ha editado recientemente RM, nos muestran que esa coherencia no perdía una sola de sus inmensas connotaciones cuando cambiaba de forma de expresión. Sabido es que Rulfo se dedicó a la fotografía con más profusión que a la literatura pero, si se me permite, con resultados bastante más menguados en lo que se refiere a la expresión feroz de su genialidad que en su narrativa. ¿Será esto prejuicio de narrador?

Aun y así la muestra sorprende por el enorme talento desplegado en ellas. Andrew Dempsey y Daniele De Luigi son dos expertos en fotografía que, además, han sido los responsables de la bella edición de RM y de las fotos expuestas en las salas de la FNAC. De lo escogido se deduce su buen hacer, cómo no, pero también algo más importante, el haber sabido captar un hecho esencial: el paralelismo entre las imágenes captadas y el mundo que estaba gestando en esos momentos en su narrativa, pues Rulfo comenzó a interesarse en la fotografía al mismo tiempo que comenzó a escribir en una suerte de actividades paralelas que tiene mucho de inquietante. En cierta manera podría decirse que en estas imágenes se percibe la carnalidad que en la narrativa se resuelve en un frecuentar espectros. En cierto modo se complementan en un diálogo entre distintos géneros artísticos Es la lección que podemos sacar de todo esto, que sacamos.

Escultura totonaca en Castillo de Teayo (México). / Juan Rulfo

Los responsables de la exposición han agrupado las fotografías en cuatro apartados: los edificios, los pueblos, los paisajes y los retratos, es decir, la temática desnuda de Rulfo, su tendencia a petrificar los hombres, a individualizar los edificios y dotar a los paisajes de una esencialidad necesaria, y todo ello enmarcado en la profunda soledad que sólo otorga el aire, un aire que Rulfo supo captar como pocos, en su transparencia, en su elocuente falta de corporeidad pero sí de vivida presencia, una presencia que, al final, parece sólo está habitada por espectros, vale decir, por la memoria.

De ahí la importancia de esta exposición tan bien resuelta por Andrew Dempsey y Daniele De Luigi, cuyo libro, editado por la impresora japonesa Toppan en Hong Kong, es una joya en cuanto a la calidad de las reproducciones, una importancia que queda resaltada por lo que tiene de trampa. Me explico: la fotografía es un arte que tiene razón de ser en su etapa mecanizada, como bien supo ver Walter Benjamin, pero contemplando estas fotos uno se olvida de ello, nos hablan desde un aquí y un ahora, parecen tener aura, y quizá la razón de ello se encuentre en un secreto del que Velázquez, por ejemplo, estaba dotado casi hasta la infinitud, el de saber captar la transparencia del aire, una cualidad que es la que determina la corporeidad de lo reflejado o pintado. Una cualidad que mantiene su correspondencia en la intensa capacidad para captar lo físico que se vislumbra en los relatos de El llano en llamas, una tendencia a lo corpóreo que no reniega de su lado espectral, es más, parece llamarlo. Viendo estas fotos, esos paisajes planos donde sólo aparece una planta casi escultural, donde el resto es llenado por el aire, se entiende mejor Pedro Páramo, pero no porque así hayamos enmarcado la obra en un paisaje real, físico, sino justo por lo contrario, porque ese paisaje, a pesar de esa pesadez física, está dotado de un lado espectral, inquietante, donde parecen habitar sólo los muertos.

El recorrido es pequeño, apenas veinticinco fotografías, pero pocas veces el espacio se ha reducido tanto en aras de una intensidad tan rabiosa. Nada de esto es sueño.

2 Comments
  1. Jonatan says

    Bella persona. Escritor admirable. Fotógrafo sensible. Lástima de alcohol.

  2. Pallarés says

    Las fotografías bien, pero leer «Pedro Páramo» es una experiencia, creo que la novela, en este caso, está por encima de las imágenes. Después de leer «Pedro Páramo» uno se queda un rato en suspenso, detenido, saboreando una historia que te deja perplejo.
    Aunque no tenga nada que ver «El aire de las colinas. Cartas a Clara» es un libro de Rulfo que da la medida de su humanidad. Bien las fotos, pero la hondura está en lo que escribe.

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