Hemingway era una fiesta

0
Hemingway apunta a la cámara con una ametralladora, en una imagen de 1935 tomada en su yate. / Wikimedia Commons

El pasado 2 de julio se cumplió el cincuentenario de la muerte de Hemingway por suicidio o por un disparo fortuito de la escopeta que llevaba, nunca llegará a saberse aunque la leyenda, con visos de coherencia y verdad, presume que pocos días antes se le diagnosticó la enfermedad de Alzheimer, me viene a la cabeza la foto de Hemingway en la que se le ve junto a un balbuciente Pío Baroja en la cama como algo premonitorio, y que la noticia, unida a la depresión que le aniquilaba desde hacía meses y el alcoholismo, es probable que le llevara a ese desenlace. Nada extraño, por otro lado. Para quien haya leído con arrobo y placer los cuentos de Hemingway sabe que el suicidio le rondaba como sólo sabe rondar, en realidad, una vez disipadas todas las connotaciones románticas, no como una solución sino como un problema irresuelto. Cincuenta años ya desde que Hemingway desapareció en aquel pueblecito de Ketchum, en Idaho,  y, sin embargo, la fecha, que se suponía iba a ser recordada acorde con la fama de aquel que se supone uno de los pilares de la literatura del siglo XX, no ha ido acompasada con la gloria otorgada.

La razón de tamaña cicatería podría encontrarse en que, definitivamente, estos tiempos no son nada hemingwayanos, antes bien, todo lo contrario, y si a eso añadimos que hace cuarenta años fue un escritor modelo para dos o tres generaciones de escritores, y no sólo en lo concerniente al modo y estilo de escritura, sino en una manera de afrontar la vida, el mundo, ya saben, mujeres, vivir peligrosamente o, por lo menos, creérselo, alcohol, fanfarronería…, gracias a la ley pendular nos encontramos con que la figura de Hemingway está pasando el purgatorio obligado por el que pasan, tarde o temprano, todos los grandes hasta que, luego, se instalan en el Paraíso, ese sitio incuestionable donde no existe el dolor de saberse preterido, por ejemplo, o maltratado, o  simplemente olvidado, pero donde, por el contrario, nunca sucede nada. En el purgatorio no está solo, desde luego no le acompañan los reyes del Panteón de la literatura del siglo XX, los Kafka, James Joyce, Marcel Proust, Robert Musil, Thomas Mann, Jorge Luís Borges, pero se sitúa en compañía adecuada, Bertolt Brecht, sin ir más lejos, o el mismísimo William Faulkner, o Juan Carlos Onetti, o Jean Paul Sartre, o Jean Genet, o Samuel Beckett, santones hasta antesdeayer mismo y hoy cuestionados de una u otra manera por razones que nada, o poco, tienen que ver con su excelencia literaria. A algunos se les achaca su machismo un tanto fanfarrón y caótico, caso de nuestro Ernest,  a otros que se apropiaban de las ideas de las mujeres con las que convivían, además de ser un descarado comunista irredento, caso de Bertolt Becht, a otros su incidencia en patologías rurales en un mundo urbano por necesidad, a otros, en fin, su transgresión continua del orden escudándose en su homosexualidad…excusas que, transformadas en razones,  ocultan otra cosa en apariencia más sencilla pero más cruda en el fondo, el de que la sociedad actual ya no se reconoce en esos modelos.

Cuando le concedieron el Premio Nobel a Hemingway, éste dijo que en realidad quien merecía el premio era Karen Blixen y que era a ella a quien tenía que habérsele dado. Siempre fui devoto de los cuentos de la baronesa y también de los Hemingway, pero por razones radicalmente distintas y, desde que supe de aquella declaración, una sensación de extrañeza me invadió porque me parecía una declaración incongruente, y si algo sé es que los grandes artistas pueden ser caprichosos en apariencia -Tolstoi afirmando que Shakespeare era un escritor amoral, Nabokov negando toda validez literaria a Dostoievski… -pero son implacablemente coherentes con su arte. Y Hemingway lo era. La respuesta me vino después, muchos años después, y sin advertencia, leyendo una biografía norteamericana de la baronesa Blixen, conocida por muchos como Isak Dinesen aunque utilizara también otros pseudónimos. Hemingway, que era un apasionado cazador y pescador, aunque sus proezas no fueran tan épicas como lo que escribió sobre el asunto ya que se cuenta que pescaba peces espada con metralleta, hizo algunas batidas de leones en compañía del barón Bror Blixen, el marido de Karen y de quién tomó título nobiliario y apellido, estableciendo esas sólidas amistades cómplices que se dan entre cazadores. Un día, éste le habló de que su mujer escribía cuentos y que se trataba de Isak Dinesen. Años después, y por pura cortesía hacia la esposa de su amigo, una manera sutil de quitarle importancia a su labor como escritora, Hemingway recordó convenientemente la labor de la Blixen y esa mera cortesía ha pasado a la publicidad editorial como uno de los mayores reclamos que se utilizó para lanzar a la escritora danesa al mercado norteamericano.

La cortesía se convirtió en un malentendido., como la mayoría de las cosas de esta vida. El purgatorio de Hemingway es probable que sea producto de algo parecido, de hecho lo es, pero la leyenda de un personaje literario, decía César González Ruano a un jovencito que quería ser escritor que lo primero que tenía que hacer antes incluso de ponerse a escribir era construirse una leyenda, así lo requiere. La cortesía hacia las mujeres ha pasado a ser deferencia y la construcción de un modelo literario que excitó a tantas generaciones, jovencita encandilada por maduro galán de vuelta ya de muchas cosas, y que en la pantalla interpretaban a la perfección Lauren Bacall y Humphrey Bogart en algunas películas basadas en textos de Hemingway como Tener o  no tener, produce hastío en un mundo en que se anhelan los modelos pero se rechazan por hartazgo los conocidos. Desde luego no son tiempos para la épica, ni siquiera la agonal, que fue la que se inventó Hemingway en el frente de guerra, en las cacerías de leones en África, en la cama con ciertas damas, una épica que era idónea en los tiempos de la guerra mundial e, incluso, en una pulverizada posguerra. A nosotros Hemingway nos descubríó la épica oculta y melancólica de los toros, de la que ya sabíamos pero no por mediación anglosajona, y por eso le adoramos hasta el momento en que ya no importó épica alguna y los toros pasaron  a ser una fiesta curiosa y un tanto degradada producto de una sociedad rural. Con estos consecuentes no es de extrañar que el cincuentenario de su muerte fuera tan discreto en los medios de comunicación, unos medios, por otra parte, deseosos de temas que agotar, que no hay tantos. Definitivamente Hemingway pertenece a otros tiempos. Cabría preguntarse si también la literatura.

Leave A Reply