El paseo por África de sir Vidia Naipaul

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Portada del libro de V. S. Naipaul.

Presentado en una famosa sinagoga de la calle Sexta de Washington meses atrás con una gran expectación -al publicó asistente llegó  a dársele un papel y un lápiz para que formulase las preguntas que, luego, metidas en un canastillo, el Premio Nobel elegiría al azar para contestar el mayor número posible de aquella aparente infinitud de papelinas, aunque los más exigentes salieron ligeramente frustrados al comprobar que tanto preguntas como respuestas no pasaban de  más allá de los tópicos establecidos sobre la negritud,- el nuevo libro de viajes de V.S. Naipaul, The Masque of Africa. Glimpses of African Belief, traducido como La máscara de África. Un viaje por las creencias africanas, ve ahora la luz en nuestro país. No tendremos la suerte de los habitantes de la capital norteamericana, tampoco su paciencia  ante la frustración probable, de ver a sir Vidia departir sobre la negritud y tratar de fustigar con siempre buena fortuna las mentes de sus congéneres anglosajones a los que tarde o temprano logra escandalizar a pesar de que a sus 78 años no parezca estar en su mejor momento -hay gentes que dicen que aparenta por lo menos diez años más, pero me temo que son aquellos que no le tienen mucho aprecio, que son muchos-, y no tendremos esa fortuna porque España, para los responsables de marketing de la obra del escritor, no entra en las previsiones de ser un país dado a contestar adecuadamente a los planteamientos de sir Vidia sobre África. Dicho de otra manera, porque no respondemos en número suficiente para que el viaje les resulte rentable, ya que tenemos fama de ser poco porosos ante los problemas de otros continentes y nada frustra tanto a un escritor famoso como el comprobar que su fama  a veces no es capaz de llenar un aforo medio.

Desde luego el contraste de las reacciones que la obra de Naipaul suscita en el mundo anglosajón y en el nuestro es sonado, pero cabría decir que en Francia, país muy dado al debate y donde se conoce bien la obra del escritor antillano, tampoco se dramatizan demasiado las opiniones del escritor, que en Inglaterra y en Estados Unidos han llegado al punto de la controversia pública, y no se dramatizan porque en realidad aquello que dice, salpicado es verdad de un cierto conservadurismo forzado, no pasa de estar basado en un sentido común que parece faltarles a sus detractores cuando le acusan de fomentar los viejos tópicos colonialistas, “nociones anticuadas y vetustas”, como gozan decir algunos colegas norteamericanos. La verdad es que desde que salió a la luz su biografía, curiosamente autorizada por él, escrita por Patrick French, El mundo es así, la manía contra el escritor, cuando no abiertamente el odio, no ha hecho más que incrementarse, todo ello fomentado por grupos feministas a quienes no les gustan las revelaciones sobre el maltrato psicológico que ha infligido a las mujeres con las que ha convivido - se habló de que Pat, una de sus esposas, murió prematuramente debido a ello-, y no digamos nada sobre sus preferencias sexuales por el sadomasoquismo, que ha escandalizado a los muchos bienpensantes, por grupos que aglutinan las reivindicaciones de los pueblos del Tercer Mundo, y por las opiniones vertidas en libros sobe el Islam y la India y donde defendía la occidentalización real de las comunidades musulmanas e hindúes si querían salir del atraso secular y, ¿porqué no decirlo?, también porque es un chivo expiatorio idóneo para verter las frustraciones de una sociedad como la británica, que se debate entre la decadencia de una cultura que ya no sabe reconocer como propia y el temor ante un multiculturalismo que no sabe digerir ni siquiera en sus mejores propósitos. Todo ello fomentado por algo que se antoja obvio: los medios de comunicación no paran de hablar de sir Vidia cuando suelta alguna de las suyas, no paran de remarcar su agudo acento de clase alta cuando todo el mundo sabe que en su infancia era un chico pobre del poblado de Chaguanas, en las Antillas, algo que se perdona poco en un país tan esnob como el Reino Unido, pero en realidad poca gente ha leído y debatido aquello que dice en sus libros.

Así, éste sobre África. Naipaul se ha pasado una buena temporada por Angola, Ghana, Costa de Marfil, Nigeria, Gabón y Sudáfrica entrevistándose con las personas más adecuadas para hacer el reportaje que quería, se dice que tiene una legión de periodistas que le facilitan esa labor, y, luego, tras las entrevistas con esas gentes pasa lo que ha vivido a unas notas muy perfiladas que, más tarde, no tiene más que estructurar en forma de libro. El resultado, desde luego, no es tan espectacular como India, una civilización herida, magnífica descripción de un continente que supo descifrar como pocos, sobre todo para los aparentemente muy enterados habitantes del Primer Mundo, pero mantiene esa cualidad que le dio fama a su autor, la de inaugurar un nuevo tratamiento en el  género de los relatos de viajes al introducir elementos de reflexión política y social pertinentes. Lo que sucede es que ahora Naipaul ha abandonado, quizá en aras de un pesimismo más sostenido, su acerada visión sobre el Tercer Mundo y en este libro indaga en orígenes más etéreos, menos concretos, más metafísicos, como es el componente animista que determina en buena medida aún la realidad de gran parte de África.

El libro es un recorrido fascinante por el presente de estos países, una Angola que se cae a trozos por la pobreza y el caos generalizado, una Nigeria que sigue el mismo camino a pesar de su aparente riqueza petrolera, una Ghana que no sabe muy bien adonde dirigir su mirada, como una Costa de Marfil minada por sus contradicciones, que son las de toda África, un continente cuyos habitantes no pueden dar un paso sin que el más mínimo accidente tenga un sentido bueno o malo para su propia existencia, donde todo parece estar animado, y que saben que a la vez los blancos les dominan por su técnica, y, también un paseo por el origen oscuro de un inmenso territorio oscuro, vale decir, sin tradición escrita y donde la socorrida frase de la noche de los tiempos puede referirse allí a dos o tres generaciones atrás al basar toda referencia temporal en una tradición oral. Naipaul trata estos elementos con maestría notable y describe la huella del animismo omnipresente como solo un narrador dotado sabe hacerlo, de tal manera que el resultado es excelente en una gran parte del libro. A modo de salpicadura en el texto aparecen, sin embargo, las pinceladas que han hecho de sir Vidia quien es: se ahorra detalles de la inmensa indigencia de los poblados por donde pasa pero insiste una y otra vez en los gatitos, perros y chimpancés que se come la gente al modo de un indignado inglés de clase media alta del momento, dejándonos en la incertidumbre relativa, porque en realidad sabemos que no es así, de si en el poblado de Chaguanas de su infancia trataban mejor a los animales.

Patrick French, su biógrafo, describió a Naipaul como un hombre sin lealtades, algo que, curiosamente, conviene a la leyenda que quiere dejarnos de su figura, para bien o para mal. Este libro desmiente, como todos los suyos, magníficos, la ya famosa frase. Desde luego es leal a su literatura, lo que no es poco, pero en este último libro descubrimos en sir Vidia una lealtad más oscura, más escondida: el animismo africano le apasiona, le conmueve, lo comprende, en cierta forma, aun cuando deja entrever el caos en que esa práctica sumerge a quien lo practica, pero, por otra parte, parece querer decirnos, el abandonar la creencia no va a mejorarlos tampoco. África como el continente expoliado por el Islam y el Cristianismo. Curiosamente en el libro sólo hay una sola referencia a la entrada de China en el paisaje inmenso del continente: hay quien dice que en poco tiempo se van acordar de blancos y árabes… hasta el punto de echarlos de menos.

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