Un escritor no debería estar en la cárcel

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La reciente concesión del Premio Euskadi 2011en la modalidad de Ensayo al escritor Joseba Sarrionaindia por ¿Somos moros entre la niebla?, sobre la figura de Pedro Hilario Sarrionaindia, un antepasado que fue autor de la primera gramática en lengua bereber y que el jurado ha estimado podría convertirse en un clásico por la justa y veraz defensa que hace del multiculturalismo, ha levantado ampollas entre una parte de la opinión pública, es decir, de algunos medios de comunicación, que consideran que un etarra, por muy autor que sea, que además está huido de la cárcel, se escapó en1985,  no debería ser premiado con un galardón que otorga el Gobierno Vasco. Éste, por su parte, en boca de su portavoz, el viceconsejero de cultura Antonio Rivera,  ha respondido diciendo que ellos no tienen derecho para inmiscuirse en las decisiones del jurado y que lo que sí han hecho ha sido retener la cuantía, 18.000 euros, del Premio hasta que el autor regularice su situación con la Justicia (ver vídeo). Hasta aquí la buena dirección que otorga el sentido común y el respeto a las leyes. Todo lo demás es emoción añadida, política, morbo y tontería sin fin, cuando no interés oculto que no debería interesarnos lo más mínimo y que, por otro lado, de seguro no nos interesaría si este Premio no se hubiese otorgado en pleno debate sobre los acercamientos de presos etarras al País Vasco y el tan esperado anuncio de que la organización etarra da comienzo definitivo a la paz.

Josefa Sarrionaindia es tan conocido escritor en Euskadi como desconocido fuera de la autonomía y yo tengo ciertas referencias de la calidad de su obra gracias a amigos como Jon Kortazar y Bernardo Atxaga que siempre hablaron de cierta excelencia en su narrativa y poesía, sin ir más lejos, además de su labor como traductor, por ahí andan textos suyos traducidos al euskera de T.S. Eliot, Fernando Pessoa, Coleridge o Manuel Bandeira. En su juventud perteneció al grupo Pott Banda, y alí se encontraban gentes  como el ya citado Atxaga, pero también Rupert Ordorika, vinculado a la música, o Jon Juaristi, poeta, narrador y ensayista. Desde luego eran otros tiempos, pero nada mejor que remontarnos a Pott Banda para intentar comprender lo que ha sucedido en el País Vasco desde la década de los ochenta: No hay más que saber de la trayectoria posterior de Jon Juaristi, de Bernardo Atxaga, de Ordorika y de Joseba Sarrionaindia, es decir, de todos y cada uno de ellos, para entender lo que ocurre en Euskadi tratar el asunto como una enorme, triste, metáfora del despropósito que es la vida en aquella tierra, y digo vida, porque de ello se trata. No de otra cosa.

Estaba yo enterándome de la noticia de la concesión del Premio y su consiguiente revuelo, cuando de inmediato me vino a la cabeza un libro recientemente publicado en Alfaguara por parte de José Ovejero, Escritores delincuentes, donde se da un repaso muy gracioso y pertinente a las relaciones entre delincuencia y literatura. El libro es muy recomendable, sobre todo para los profanos en la materia, porque no se imaginan lo cerca que están las dos modalidades una de otra y lo estrechamente que han convivido a lo largo de los tiempos, desde el gran poeta francés François Villon, que regentaba una banda de ladrones hasta nuestro Cervantes, encarcelado por malversación, pasando por Brasillach, Louis Ferdinand Céline, Jean Genet, Ann Perry, la autora de best sellers, que de adolescente estuvo implicada en un asesinato, nuestro Álvaro Mutis que estuvo en la cárcel de Lecumberri por malversación de fondos, o William Borroughs, de quién se sospecha que mató a su mujer haciendo de Guillermo Tell, algo dramático porque le acerca mucho al chiste. En fin, la nómina es interminable.

Pero lo interesante del asunto está en lo que Ovejero no pasa por alto: para Sartre, para Cocteau, el que Jean Genet estuviera en la cárcel era un insulto porque se trataba de un novelista que había creado una obra maestra y un escritor nunca debería estar en la cárcel, lo mismo que ocurrió cuando gran parte de la intelectualidad parisina clamó porque se le concediera la gracia a Louis Althusser por haber estrangulado a su mujer, gracia que le concedió el entonces presidente de la República, François Mitterrand. Es verdad que estas cruzadas de intelectuales en defensa de los colegas se produce más en Francia que en otros porque está aún muy enraizada en la cultura francesa la cuestión del mandarinato y su consiguiente endogamia. En países como los anglosajones o los nórdicos e, incluso, Alemania, no Rusia, que conoce una tradición más acorde con la francesa, se distingue entre el ciudadano que comete una infracción y el escritor que produce obras literarias y las dos actividades, legal una, e ilegal la otra, no deberían mezclarse.

Pero en realidad la cosa no es tan sencilla, y no me refiero a la cuestión jurídica, al cumplimiento de las leyes en un Estado de Derecho y todas esas cosas, que me parecen una obviedad, sino a otra, que tiene que ver con el ámbito de lo psíquico y que no es tan fácil de dilucidar. Nuestro imaginario quiere relacionar al artista con el chamán porque, de  hecho, uno y otro establecen relaciones con el misterio, y esto es así desde la noche de los vates y de los sacrificios y de las invocaciones a los dioses y ni siquiera la Ilustración ha podido remover un ápice ese vínculo cada vez más escondido en nuestra mente. Joseba Sarrionaindia no es un escritor de tres al cuarto, de esos que tanto abundan en los escaparates de nuestras librerías, sino que ha hecho de ese oficio una pasión, como hace cualquier artista veraz. Su obra es una constante búsqueda de elementos nuevos, tomados de las vanguardias, para insertarlos en un discurso difícil, denso, ambiguo, en la linde, no de lo inconsciente, sino de lo incognoscible. Una obra así tiene que ser sugerente por fuerza y no debería ser pasada por alto. Es más, debería ser más conocida fuera del ámbito de su tierra y de su lengua.

Dicho esto no debería añadir nada más porque, en realidad, no hay más que añadir. El que Sarrionaindia sea un prófugo por haber eludido la cárcel por unos delitos ya prescritos y que ello lleve condena no es asunto en el que pueda opinar porque desconozco todo en cuestiones de Derecho y no me sumo a aquellos que piensan que un escritor no debería estar en la cárcel. Por el hecho de ser un escritor. La cuestión, ya digo, no es tan banal y sugiere otras reacciones en nuestro imaginario que se remontan a raíces muy profundas. Yo estoy en las antípodas de pensar de la manera en que piensa Sarrionaindia, pero reconozco que me gustaría tener un debate con él, por saber del Otro, de los oscuros motivos, de la linde peligrosa en que ha convertido su vida, cosa que, por otro lado, está en su obra. Lo que sucede es que aquí, en este caso, vida y obra se han uido más de lo que suele ser usual. De ahí el peligro.

2 Comments
  1. Lacort says

    Se agradecen artículos como este, tras dos días de informaciones interesadas, con acusaciones gravísimas y falsas.
    Es muy importante, cosa que el Gobierno Vasco no ha hecho, saber con exactitud la situación legal de Sarrionandía, porque las medidas adoptadas lo han sido por esa cuestión. La SER informaba ayer de que, consultadas fuentes jurídica y la Audiencia Nacional, se confirmaba que Sarrionandia NO tiene ninguna causa pendiente con la Justicia. Si esto es así para la máxima institución, ¿por qué se empeña el Gobierno Vasco en mantener una opinión diferente, planteando la certeza de que sí tiene que regularizar su situación con la Justicia? Una cosa son las opiniones particulares, pero en una democracia nadie, y el Gobierno Vasco tampoco, tiene derecho a cuestionar los deechos que le corresponden a cualquier ciudadano.
    Por otra parte, no hay que ser muy lince para saber que el escritor, desde hace muchos años, vive al margen de las pertenencias que se le atribuyen. Es cuestión de querer informarse, pero esto no vende.
    Salud y gracias.

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