La fiesta de Hokusai en Berlín

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Una de las obras de Hokusai que se exponen en el Martin Gropius Bau. / berlinerfestspiele.de

No es para menos.El pintor Hokusai, sin cuya influencia no puede entenderse cierta deriva de  la pintura europea desde que se le descubrió con enorme fascinación mediado el siglo XIX en una exposición en París ya mítica en la historia del arte, vale decir, la pintura de Van Gogh, Monet, Edgar Degas y Toulouse Lautrec, entre otros, no había conocido en Alemania una retrospectiva. Gracias al Museo berlinés Martin Gropius Bau, y en el marco de las celebraciones de los 150 años de amistad entre el Japón y Alemania, se ha abierto una muestra en la capital,  hasta finales de octubre, de cerca de 440 obras de este prolífico artista, en casi setenta años de actividad realizó decenas de millares de grabados y dibujos, en el que, por desgracia no están presentes sus conocidos y admirados grabados eróticos, que para muchos expertos representan gran parte de su obra mayor. Aun y así, la muestra es espectacular ya que según el comisario de la exposición, Seiji Nagata, se han traído estampas que nunca habían salido del Japón. Nagata ha dividido el recorrido de la muestra en un orden cronológico, lo que es convencional pero necesario ya que Hokusai trabajó con más de treinta nombres diferentes, entre ellos Kako, Taito, Sori, Manji…, que empleaba según el tema a tratar.

Tamaño convencionalismo se entiende si atendemos, además, al modo en que han quedado agrupados los temas. Por ejemplo, de las cuarenta y seis famosas estampas sobre el monte Fuji que Hokusai realizó en 1830 a la edad de setenta años, se muestran aquí veintiocho, entre ellas las celebérrimas La gran ola de Kanagawa, El Fuji en tiempo despejado o El pescador de Kajikazawa. Este período, fundamental en la obra de Hokusai, representa, además, una quiebra en el modo de concebir su propia obra, pues si bien no hay que olvidar que fueron precisamente estas estampas las que conmovieron a los artistas europeos, también es cierto que ellas están vistas con la perspectiva del arte occidental, gracias a los grabados holandeses que se encontraban por doquier en Japón por los contactos comerciales, en una suerte de juego de influencias mutuas que ha enriquecido el modo de concebir el hecho pictórico, ignorado unos modos de otros durante siglos. Hay, también, estampas que dan cuenta del modo japonés de usar la perspectiva. Por ejemplo, las famosas tomas a vuelo de pájaro, que le permite reflejar tanto la totalidad de un puerto japonés como de toda China, lo que sorprende todavía hoy al espectador occidental a pesar de estar acostumbrado al uso de esa perspectiva en películas, mangas y cómics de toda condición. Cosa que no sucede con las series basadas en el género fantástico; así, esa maravillosa Madame Oiwa , mitad espectro, mitad lámpara, y que sirve de ilustración  a un famoso cuento tradicional japonés.

Apartado especial merecen los mangas por las expectativas a que han dado lugar. Hokusai no inventó el género, pero a él se debe una definición del manga reveladora: “Pintar una cosa sin finalidad”, lo que le diferencia de la concepción actual, apegada a la narratividad del cómic, refiriéndose a los pequeños dibujos que realizaba en libros con fines pedagógicos. Hokusai publicó quince de esos volúmenes a partir de 1814, los conocidos como Hokusai Manga, que fueron conocidos en Occidente en 1854 gracias al comodoro Matthew Perry,  y un ordenador instalado en la sala permite al espectador hacerse una idea precisa del contenido de esos libros donde sólo empleaba tres colores, negro, gris y rosáceo, que tuvieron un éxito sin precedentes. Es curioso hacer constar, sobre todo si lo comparamos con Occidente, donde estos  métodos tardaron mucho más tiempo en ser tomados en cuenta, que Hokusai, diez años antes de la realización de estos mangas, dibujaba grabados para libros con la intención de hacer subir sus ventas. Hay una novela china, Al borde del agua, publicada en noventa y un volúmenes, que conoció un éxito en las tiradas nunca otorgado a un libro en Japón durante treinta años.

Berlín, así, parece cerrar un ciclo abierto hace casi doscientos años con aquella exposición en París, donde los occidentales descubrieron las estampas ukiyo-e de los pintores japoneses y que tanta importancia tuvo entre los impresionistas. Aquella influencia mutua enriqueció a Occidente por el modo de utilizar los colores planos hasta el punto de que Van Gogh, en carta a su hermano Theo, llegó a decir de muchas de sus pinturas que no parecían japonesas, pero que son las obras más japonesas que había hecho, pero también propició la llegada de las nuevas técnicas de impresión a los puertos nipones, sobre todo a partir de 1868, y con ellas la fotografía: el arte ukiyo-e de estampar llegó en la práctica a desaparecer. Con esta muestra, además, a juzgar por el éxito de la misma, se demuestra que el poder de fascinación de Oriente nunca ha desaparecido, a pesar de la globalización, del imaginario occidental. Hokusai fue el artista japonés que más fascinó en aquella lejana retrospectiva parisina, a pesar de que no fue el único artista representado. Hay en él una cierta flexibilidad, una lírica no manifiesta a primera vista, que es grato al ojo occidental, que le entra fácilmente, sobre todo en estas estampas que le dieron fama, las llamadas “pinturas del mundo flotante”, y que permitían un coste más reducido que las pinturas tradicionales. Es probable que esa fascinación tenga mucho que ver, al igual que los interiores de las casas japonesas, con una cierta identificación que el hombre occidental estableció, y establece, entre estos grabados y la modernidad. Así, fascinación y asombro se dan la mano en una mezcla explosiva que no tiene en cuenta las diferencias reales.

¿Pero quién se resiste a contemplar la estampa de la ola con la barca en postura casi inverosímil y, en el centro, lejana, diminuta, la silueta del monte Fuji? Esta obra fascina en la misma categoría de Las Meninas. Estará en Berlín hasta finalizar octubre.

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