50 años no es nada

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Albert Boadella. / elsjoglars.com

Els Joglars cumplen medio siglo y parece que fue ayer, porque siguen tan campantes “tratando de transformar la ficción en algo real a los ojos del espectador”, en palabras de su guru y fundador, Albert Boadella. Hasta mediados de noviembre están representando El Nacional en el Nuevo Alcalá de Madrid. El dramaturgo –él prefiere “bufón”– dirige los Teatros del Canal desde 2009, cuando fue llamado a la Villa y Corte por Aguirre, para colmo de indignación de sus ex conciudadanos de Cataluña. Otros ciudadanos de otras partes también le pusieron como a chupa de dómine por aceptar el ofrecimiento, pero ya conocemos cuál es el pecado capital preferido por los españoles.

Si algo ha caracterizado la vida pública de Boadella ha sido, y sigue siendo, su libertad de opinión y su coherencia. En un territorio comanche como es España para librepensadores y declaraciones independientes, me parece una proeza. Fue catalanista en tiempos de Franco, pasó por la cárcel en la Transición y hasta se fugó de ella como hubiera podido hacerlo uno de sus personajes, conoció y criticó a la izquierda socialdemócrata, aceptó la llamada de la derecha, sin mojarse y no duda un segundo en poner a caldo a los nacionalistas, particularmente a los que mejor conoce.

Así que Boadella ha pasado de ser aclamado en su Cataluña natal, cuando sus conciudadanos pedían la amnistía para él, a que ahora le quieran ver ardiendo en la hoguera y –esto es muy interesante- por las mismas razones. En esta historia, es AB quien no ha cambiado y son los catalanistas quienes se han ido perdiendo en la bruma de los mitos y leyendas creados, la ficción nacional de sus diferencias del resto de los españoles, como si “el resto de los españoles” fueran todos la misma cosa indiferenciada. Supongo que nunca le perdonarán el tino con que contaba las cosas en Operació Ubú (1985) y Ubú president (1995), por ejemplo.

AB ha ido ganando amigos con los años. Después de dejar claro lo que piensa de la izquierda buenista y su sectarismo en La cena, imagino que alguno habrá quedado atrás. Pero este hombre eligió desde el principio la independencia de pensamiento y eso hay que pagarlo caro. Quizá por esa razón AB se está planteando preguntas que vuelven a requerir de valor para encontrar las respuestas. ¿Merece la pena seguir en el teatro si parece que a nadie le importa un pimiento?

Los enemigos –siempre al acecho- ya se están frotando las manos: “el Boadella lo deja, tú”, parece que se les oye decir. ¿Quedará al fin silenciada la inquieta mosca cojonera? Todo lo humano tiene su final, como sabemos, y puede que el cansancio y cierta sensación de soledad minen la rebeldía de AB. Sin embargo, mientras haya enemigos hay esperanza. Lo ha dicho el propio autor: ni hablar de bajar el telón. No hay que darles el gustazo y eso le condena a seguir en la noria, para regocijo de sus seguidores entre los que tengo la alegría de contarme.

Mucho antes de que AB decidiera “exiliarse” en Madrid, sus obras eran aplaudidas con el teatro a rebosar, en la capital, mientras se las boicoteaba y obstaculizaba en su tierra natal. Merece la pena leer Adiós Cataluña. Crónica de amor y guerra (2009) y Memorias de un bufón (2004) y, más aún, asistir al teatro para ver la interpretación de sus actores –Ramón Fontseré, Pilar Sáenz y Jesús Agelet, especialmente-, capaces de hacer creer al espectador que se encuentra ante el personaje real al que representan. Artistas. Por muchas razones, larga vida a Els  Joglars, no vayamos a perder ese tesoro.

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