La sangre y la tierra

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Casi todas las historias nos las han contado alguna vez, las hemos visto antes o las hemos leído un día. Todo es lo mismo y lo que distingue a una buena película del resto es el enfoque, el punto de vista y el tono. Es sobre estos aspectos, en apariencia menores, donde los directores que son también guionistas y tienen cierta libertad de producción basan sus mejores trabajos. El director de Entre copas o A propósito de Schmidt, Alexander Payne, nos lo demuestra en Los descendientes, película excelente y de producción modesta que certifica su madurez y que se ha colado en la cartelera como una bocanada de viento fresco.

Quienes hayan vivido en una isla de buen clima sabrán que allí la vida tiene un ritmo más pausado y las cosas graves tienen menos importancia, como si el sol y la brisa del mar evitaran la solemnidad. Quizá porque vivir en un trozo de tierra sobre el mar es como hacer equilibrio: conviene estar pendiente de lo importante para no resbalar por una distracción. O quizá porque es como viajar en un barco que siempre se está alejando de todo.

Puede que precisamente por ello la novelista de origen hawaiano Kaui Hart Hemmings ambientase la novela en la que está basada Los descendientes en su isla y barnizase de comedia este relato con fondo dramático que cuenta la historia de un abogado brillante de mediana edad y rancio abolengo cuya mujer se queda en coma y ha de afrontar en solitario la responsabilidad paterna sobre sus hijas de unos 10 y 15 años, de la que hasta ahora se había librado, y decidir también el destino de las extensas, virginales y ambicionadas tierras familiares, de las que es administrador único.

Con un guión bien estructurado, en el que los personajes tienen un coherente tratamiento moral y su peso dramático está bien distribuido, Payne ha sabido encontrar el pulso narrativo de esta historia agridulce y sacar el máximo partido de todos sus actores, muy bien elegidos, por cierto, al frente de los cuales está un extraordinario George Clooney que logra mostrar toda la perplejidad de su personaje y transmitirnos su vulnerabilidad en contraste con su belleza madura.

En su peripecia de cambio de enfoque y aceptación de lo inevitable acompañan al personaje de Clooney su hija adolescente (Shailene Woodley), que es el motor involuntario de las decisiones de su padre; el novio de ésta (Nick Krause), un muchacho de apariencia torpe pero de gran madurez; y la hija pequeña (Amara Miller), reacia a asumir los acontecimientos. Todos ellos actúan de manera sobresaliente, bajo la batuta de Payne, lo mismo que el granado plantel de secundarios.

La excelente selección musical y la importancia dramática del lugar donde se desarrolla la acción vuelven a ser señas de identidad de este director, quien con una puesta en escena sobria, que alterna con naturalidad interiores y escenas de la ciudad y paisajes de las playas y la isla, y una realización realista basada en el respeto a los personajes y en la inclusión de primeros planos, valientemente sostenidos por todos los actores, ha logrado colocar a Los descendientes como firme candidata a ganar un oscar en las categorías en la que está propuesta: guión adaptado, actor principal y director. De lo mejor del año. No se la pierdan.

5 Comments
  1. celine says

    El estilo, Pascual; veo que coincides con Proust en la importancia del tono. Lo cierto es que cuando leo avisos como éste no puedo evitar en lo lejos que se encuentra el cine español del pulimiento del buen cine. Dirás que son ganas de criticar. Y sí; pero también es cierta envidia.

  2. maria says

    fui a verla ayer, la película está bien pero no me creo a Clooney, ni cuando está triste, ni cuando está enfadado ni cuando está perplejo, no le acabo de encontrar la chispa a este actor

  3. hook says

    Me la bajo si o no? Es un G

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