Andy Warhol, el otro rey del pop

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Recuerdo aún la visita que hizo Andy Warhol a España. Creo que fue en el 83, antes había realizado un  retrato de Miguel Bosé para la portada del disco Made in Spain y luego apareció en un videoclip del mismo titulado Ángeles caídos, y de aquella tournée un tanto paleta por parte de nuestras ilustres personalidades artísticas, Pedro Almodóvar y Fabio Mcnamara, nuestros chicos más modernos, se comportaron con él como veinte años antes Luís Miguel Dominguín con Hemingway y Orson Welles, saqué la conclusión de que en lo tocante al famoseo, ya sea éste de porte intelectual o no, nos sale una vena, mezcla de hospitalidad y complejo de inferioridad, que es reconocible a distancia y que se confunde las más de las veces con cierta predisposición al vasallaje. A Warhol se le veía feliz, un tanto sorprendido de tanto agasajo, como Orson Welles, como James Stuart, como Ava Gardner antes que él, como Al Gore cuando recibió a  empresarios españoles, tengo grabada aún la cara de arrobo de Adolfo Domínguez escuchando sus discursos ecologistas, pero las cifras cantan, y detrás de tanto posado, tanta comilona y fiestorro, lo cierto es que el rey del arte pop vendió muy pocos cuadros de la muestra suya que inauguró en Madrid.

Han pasado muchos años y la figura de Andy Warhol ya no es cosa exclusiva de modernos con pocos recursos, por aquel entonces, y ciertas ínfulas, sino que forma parte ya de nuestro imaginario popular y pondría la mano en el fuego de que si se repitiera la misma historia, y a pesar de la crisis económica, o quizá por ella, los cuadros de Warhol se venderían en un abrir y cerrar de ojos. Además, la estética pop de Warhol nos entra a los españoles por los ojos porque mantiene dos elementos engañosos, el aparente realismo y la imaginería popular. De esas dos cosas nos hemos alimentado aquí durante siglos, y el pop art cumple a la perfección con estas exigencias. Así, no es de extrañar que la reciente exposición del artista norteamericano en Zaragoza, en la sede social de Ibercaja, en su sala del Patio de la Infanta, haya sido un éxito desde el día de su inauguración, el pasado 26 de enero, y que a tenor de lo visto por ahora, se cierre el venidero 22 de abril, que es cuando está previsto su clausura, como una de la muestras de Warhol más visitadas en el mundo. Su comisario, Jesse Wkowalsky, no tendría motivo por dudar de ello. Su elección ha sido idónea.

La muestra es importante. Desde luego por la obra expuesta, 99  piezas en riguroso orden cronológico, se extiende desde que el artista tenía 2 años,  una fotografía, hasta obras creadas cuatro meses antes de que falleciera, pero también por la excepcionalidad de lo expuesto: sólo se ha mostrado una vez antes de ésta de Zaragoza y fue en Pittsburg, en el propio Museo Andy Warhol, de donde proceden los fondos, uno de los cuatro Carnegie que posee la ciudad, y consta de una mezcla única de dibujos, pinturas, fotografías, que hacen que comprendamos en toda su extensión la evolución de uno de los creadores más curiosos y legendarios del arte del siglo XX. Cinco décadas, desde los años cuarenta hasta los ochenta, con la intromisión de diez fotografías tomadas en la década de los años treinta que muestra a un niño Warhol un tanto alejado de su destino posterior pero que ya apuntaba maneras: se expone una fotografía de Shirley Temple dedicada a él, como señalando la poderosa influencia del glamour  asociado a la cultura de masas que pocos como él supieron develar… y adorar.

'Autorretrato', 1950 / obrasocial.ibercaja.es

Sus años de formación, los cuarenta. En esos años fue expulsado de la escuela Carnegie, pero un profesor, Robert Lepper, vio los dibujos de frutas que Warhol realizaba cuando su hermano repartía la mercancía y volvió  a ser admitido. Warhol le dibujó en una caricatura datada en 1948 que se puede ver en esta muestra, aunque de esta década lo más significativo es Personajes junto a un camión, su primera obra: un dibujo del camión de reparto negocio de su hermano. Productos en serie, preocupación por reflejar la subsistencia, la foto de Shirley Temple… Warhol perfilaba su mundo informe hacia un destino rutilante. Por eso tenía que ir a la gran ciudad. Y en esa época decir esto en los Estados Unidos quería significar Nueva York en el mundillo del arte. Vemos así, en la obra de los años cincuenta, al Warhol seducido por la moda, por la notoriedad social, en los figurines que hace para Harper´s Bazaar, The New York Times, Glamour, publicaciones de las que realiza una pequeña revolución con sus innovaciones en acuarelas y líneas borrosas, muy acorde con la estética clara de esos tiempos. De esta época lo más destacable es su primer autorretrato. Destacable por la importancia que tendrá después hasta el punto de poder asegurar que es el pintor que más autorretratos realizó en la historia de la pintura. Algo coherente si tenemos en cuenta que representó a gusto y con perfecto dominio de la cosa su papel de representante de la cultura pop, tan ligada al narcisismo, al consumo.

Pero es en la sección dedicada a los años sesenta donde apreciamos al Warhol más representativo también el más perfilado como artista, hasta el punto de poder decir que él fue uno de los que contribuyó a dar color a esos años. Es aquí donde comienza  a dar cuerpo a las fotografías de estrellas de cine que le hicieron famoso, Elisabeth Taylor, Kim Novak, Greta Garbo… y Marilyn Monroe, en aquella famosa fotografía de Niágara, que Warhol inmortalizó en sus series casi infinitas. También a Jacqueline Kennedy antes y después del asesinato de su marido. Es el Warhol que todo el mundo reconoce, el que luego, ya en los setenta, recurre al fotomatón para la realización de sus fotografías, cuando hace las Screen Test, películas que proyectaba a velocidad más lenta y que resultaban filmes de cuatro minutos de duración de insospechados efectos. Este es el tiempo de pintar a sus colaboradores de la Factory, Gerard Marlanga, Edie Segdwick, Susan Bottomly… los años de la Velvet Underground

Luego el cambio del fotomatón por la Polaroid junto a las cuadros por encargo, y los contrastes que esta técnica ofrecía en los blancos y negros. Aquí se aprecia a Yves Saint Laurent, Liza Minnelli, Arnold Schwazenagger, famosos que, más tarde, en la década de los ochenta, cuando Warhol se convierta en el camión de reparto simbólico que tuvo su hermano en la infancia, pintará no a cualquier precio sino a los astronómicos que ya tiene por costumbre: de aquí salen los de Sylverter Stallone, Dolly Parton, Marisa Berenson, Carolina Herrera, que se pueden contemplar en la muestra. Una muestra que, cómo no, incluye multitud de autorretratos y, desde luego, las pinturas dedicadas a Mao, convertido en símbolo pop por excelencia. Una muestra muy completa, polifacética, del polifacético artista, creador hasta de una revista, Interview, que tuvo sus luces y sombras, aquí sólo se exponen las luces, y cuya biografía filmada puede también verse en la muestra, el documental de Ric Burns, La época y el mundo de Warhol , realizado en 2006. En fin, una exposición que nos habla bien  a las claras de lo lejos que estamos ya de aquellos años ochenta, cuando la productora de Miguel Bosé pagó una millonada para que Warhol le hiciera aquella portada del disco. Hoy, sería imposible… se trata ya de un clásico.

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