La vida como obra de ficción

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Luis Goytisolo, ayer, durante la presentación en Barcelona de "Antagonía". / Toni Albir (Efe)

Anagrama festeja su número 500 de la colección Narrativas, una especie de colección convertida en canónica de lo que se ha hecho en buena parte de la literatura española de los últimos años, con la publicación en un solo tomo, por vez primera, de Antagonía, de Luís Goytisolo, con prólogo de Ignacio Echevarría, una vasta empresa narrativa que comenzó en 1973, en la edición mexicana, con la publicación de Recuento y que, después de Los verdes de mayo hasta el mar y La cólera de Aquiles, finalizó en 1981 con la edición de Teoría del conocimiento. Desde la aparición de la primera parte, la obra fue acogida como un hito en la renovación de los presupuestos estéticos de la literatura española, encorsetada entre una larvada y nunca aclarada ambigüedad realista por parte de los representantes de la cultura oficial y un realismo social, encorsetado, rígido y, sobre todo, sometido a unos presupuestos políticos muy concretos y carentes de cualquier perspectiva cultural de entidad. Recuento fue una de las obras, junto a otras como Escuela de mandarines, de Miguel Espinosa, o La saga fuga de JB, de Gonzalo Torrente Ballester, estas dos en otro orden de cosas y por no referirnos más que dos que fueron publicadas con intervalos de meses entre unas y otras, que conmovieron los cimientos de la literatura del momento, y fue saludada como una de las novelas que más habían contribuido a colocar la novela en español a la altura de lo mejor  que se hacía en Occidente. Ignacio Echevarría, en una conferencia que dio en el Instituto Cervantes en Nueva York, recordó citando a Pere Gimferrer  la importancia que muchas de estas obras ubicadas en la década de los setenta tuvo para esa normalización y la paradoja de que esa normalización llevara aparejada cierto pacto entre los agentes culturales y los empresarios, en este caso, las grandes editoriales, para que esa normalización se encauzara en una puesta a punto de los valores de la narratividad en detrimento de la experimentación: el resultado se traduciría en un mayor índice de ventas y un acento marcado en la rentabilidad. La consecuencia, desde luego, fue que obras que fueron en su momento punteras terminaron por ser preteridas y sus autores, en el mejor de los casos, pasaron a convertirse en objeto de culto.

El caso de Antagonía no fue el de Escuela de mandarines, por poner un ejemplo. La obra fue saludada desde el primer momento con grandes elogios, desde los de Rafael Conte hasta Luís Suñén, dos de los críticos que en los ochenta sentaban cierta idea canónica en la narrativa que se producía en España, pero sí es verdad que hubo algunos hechos que han hecho que esta obra, a pesar de los elogios, y no sólo de los autores de aquí, recuérdese la frase de Claude Simon comparando a su autor con cualquiera de los grandes del momento en Europa, no alcance el eco que su importancia merece. Desde luego que la dilatación en el tiempo de las cuatro entregas no ayudó a ello pues se extiende en unos años en que los avatares del gusto sufrieron vaivenes constantes en aras de una comercialización rabiosa de la novela, pero también habría que incidir en la complejidad de la misma, una complejidad que ha hecho que en cierta manera fuera relegada al ámbito de lo metaliterario y pasto de estudios académicos por doquier. Se daría, así, la paradoja de que Antagonía se convirtió en un referente obligado de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX pero nunca alcanzó índices de ventas acordes con esa fama y, a su vez, era objeto de múltiples estudios académicos que lo que hacían era encerrarla en un gueto dorado, lleno de excelencia pero sin la exigencia que toda obra de arte requiere: la de la accesibilidad pública y que los interlocutores del foro, por eso mismo, se ocupen profusamente de ella.

Esto es algo que no sólo atañe a esta obra sino que es una constante que recorre el siglo, el enfrentamiento entre vanguardia y receptividad pública, haciendo que muchos añoren en secreto aquellos tiempos del XIX en que parecía no existir ese abismo. Sea como fuere, lo cierto es que Antagonía  es una obra muy citada y editada de vez en cuando, por ahí tengo también la edición en dos tomos que publicó en un estuche Alfaguara en 1988, creo recordar, pero su destino parece concentrarse en un reconocimiento de su excelencia y una serie de leyendas que han dificultado esa receptividad. Dije antes que hacer exclusivamente de ella un objeto de estudios metaliterarios ha podido ser un factor en contra, también el de su publicación  en un tiempo dilatado, lo que haría de la misma una novela que correría suerte con otras citadas con profusión en el siglo y que han tenido la misma fortuna, caso de El hombre sin atributos, de Robert Musil. Desde luego no es este el espacio para realizar una crítica, aun sea raquítica, de la tetralogía, pero sí apuntar que la riqueza de significados que contiene esta obra no puede empañar, antes al contrario, que se la lea como si fuera una novela gozosa, que lo es. Valga como ejemplo, La cólera de Aquiles, donde existe un argumento casi lineal, los avatares amorosos de Matilde Moret, que no estorba otras lecturas, casi como una metáfora de la propia condición de la literatura, con referencias  a Dante respecto a la importancia del número tres y sus múltiplos tres y a Cervantes en guiños a sus recursos estructurales, como por ejemplo la inclusión dentro de esa novela de El Edicto de Milán, otra narración de corte amorosa pero con unos ribetes irónicos donde se describe un París imposible.

Creo que hay una línea secreta que une a Antagonía con la Recherche proustiana. Para esta ocasión que festeja Anagrama, me gustaría destacar esa unión por la vía de una transfiguración  a través de la literatura del significado de  la vida. No es casual que tanto  el último tomo de la obra de Proust como Teoría del conocimiento, la última entrega de Antagonía, se constituyan, mediante una meditación sobre la obra de arte, en un vehículo de autoconocimiento. Esto forjaría un hilo que incluiría a lo mejor de la literatura del siglo, por ahí anda Paul Valéry.  No es este el motivo de este artículo, pero convendría dar fe de ello: Antagonía pertenece a esa estirpe.

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