Cuando las palabras se vuelven proyectiles

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Cubierta de Tópicos. / planetadelibros.com

Maite Pagaza ha escrito que etarras y filoetarras están ahora cosechando los frutos de sus siembras terroríficas. Sembraron bombas lapa, tiros en la nuca, trampas arbitrarias donde morían inocentes, terror sordo y mudo en la sociedad española, el silencio atemorizado de los vascos, y recogen ahora la consideración de parte importante de la población y la atención de las fuerzas políticas a las que les gustaría ver el final definitivo de quienes persiguen la independencia de -¿todos?- los vascos.

Las palabras más suaves, las más comprensivas, las correctas, las que tratan de atravesar senderos siniestros sin molestar a nadie, ésas acaban siendo las más peligrosas, las que hieren a muerte. Con ese tipo de palabras se intercambian aparentes mensajes de afecto, de consuelo, de solidaridad, de comprensión y sobre todo, mensajes políticos, sociales, públicos. El filósofo Aurelio Arteta reúne algunos de estos grupos de palabras, que suelen formar tópicos insufribles y que se repiten con gran facilidad, en un libro que promete diversión y ofrece, además de eso, unas pautas de reflexión que se agradecen. Tantos tontos tópicos (Ariel, 2012), un título que evoca el de Tristes trópicos, de Claude Lévi-Strauss, el mítico antropólogo que murió casi centenario, en 2009.

Una abre el libro regocijándose del buen rato que va a pasar con las coincidencias que pudieran darse con el autor y, sobre todo, con las cavilaciones escritas de las que sacar provecho intelectual y se encuentra con que hay de eso, sí, pero hay, sobre todo, una enjundia que se sale del aparente límite de los “tontos tópicos”. Y claro, es que no son tan tontos. Ni un pelo.

La mayoría de tópicos analizados en el libro se refieren a la corrección política, esa fórmula insoportable que empezó, creo yo, antes de que la moda llegara desde los Estados Unidos de Norteamérica, cuando, hace mil años, se empezó a hablar de la “tercera edad” para no herir a los viejos con su realidad añosa, o de las “empleadas del hogar” porque lo de asistentas sonaba feo. Con el tiempo, las expresiones se volvieron más sofisticadas, más sutiles. Cosas como “respeto sus ideas pero no las comparto”, sobre lo que Arteta pregunta quién no lo ha dicho alguna vez y arremete contra la zafiedad que oculta. O “déjate de filosofías”, cuando alguien trata de razonar sobre un asunto concreto. O expresiones que se han elevado al altar de lo sagrado sin que hasta el momento se haya aclarado la confusión a que inducen: “estoy en mi perfecto derecho”, “seamos tolerantes”, “nadie es más que nadie”, “bueno, es su cultura”. No tiene desperdicio el libro.

Me detendré en las que vienen a resultar parte de un tronco común: la paz y el deseo de obtenerla, que en materia de terrorismo, son ideas repetidas hasta el aburrimiento. “todos queremos la paz”, o bien, “sin violencia todos los proyectos políticos son legítimos” y, más aún, “con la violencia no se consigue nada”, “condenamos la violencia venga de donde venga”…

Arteta discurre que está por ver qué paz es la que queremos todos. Recuerda que la siembra de ETA y sus apoyos cuenta con beneficiarios políticos directos que mandan ahora elegidos democráticamente: “Durante décadas, demasiados ciudadanos que se creen pacíficos han confraternizado con los que vareaban el árbol en los cuerpos de las víctimas, encantados aquellos seres apacibles de recoger las nueces que iban cayendo”. Seres apacibles, sí; me recuerdan a las vaquitas de los pastos sobre las que ha escrito Bernardo Atxaga o se han hecho películas. Claro que el terrorismo se deslegitima por sí sólo, pero, como escribe Arteta, “Lo que más cuesta, y más nos compete, es deslegitimar los abundantes discursos y prejuicios con los que se ha querido acreditarlo”.

Eso de que con la violencia no se consigue nada casi se deshace sin esfuerzo. Por ponerlo en sus palabras: “Son muchos los éxitos obtenidos mediante la violencia y el miedo que segrega: desde la eliminación física de los oponentes hasta el voto del miedo, desde el desarme intelectual de la mayoría hasta la degradación moral del ambiente, desde el descuido de otras necesidades públicas hasta la conquista de una atención pública (nacional e internacional) pendiente de lo que a los violentos interesa”. Una atención internacional capaz de atraer a la pista del circo a payasos como Koffi Anan, quien ya dio la talla de su miseria moral cuando presidía las Naciones Unidas.

En cuanto a que sin violencia, todos los proyectos políticos sean legítimos, los representantes públicos harían bien en detenerse a evitar el tópico, a explicarse mejor para no ofender a sus electores que quizás no estén del todo de acuerdo con esta afirmación. Quizás, como escribe Arteta, “la falta de violencia no vuelve ella sola legítimo lo que esencialmente no lo es ni puede serlo. Los medios decentes no justifican por sí solos unos fines indecentes”.

La maldad del terrorismo no se acaba en sus crímenes, desde luego; por lo pronto, los valedores de ETA ya acceden a los asuntos de gobierno, deciden a quién sí y a quién no beneficiar con las subvenciones y procuran ambiente adverso entre los miembros del Grupo Mixto donde asientan sus explosivas posaderas. Conviene no dejar esto en el olvido pretendidamente pacifista del anhelo de paz.

¿Paz de los cementerios? no, gracias.

2 Comments
  1. anick says

    Entrevista a Rafael Chirbes:

    «Miren ustedes, esto es una gran farsa que se montó en el 78 por la cual los derrotados han seguido siendo derrotados, y ya no hablo de individuos (que ya se han muerto todos), sino de todo un concepto de la sociedad y del estado. Y ellos tendrían que haberlo corregido. Lo que desapareció con la República fue una sociedad compleja de ateneos, sindicatos, locales de partidos, asociaciones culturales, anarquistas por aquí, sindicalistas por allá, prensa de todos los colores y de todos los partidos… un hervidero. Y un concepto horizontal de la sociedad, de tú a tú.
    Éstos lo que hicieron fue cargarse todas las asociaciones de vecinos, cargarse todas las asociaciones culturales, cargárselo todo en los años setenta después de la muerte de Franco. No dejaron nada. O lo controlaban ellos y se convertía en aparato del partido o se perseguía con más inquina que a cualquier cosa de derechas. Esa sociedad es la que ellos deberían haber intentado restaurar y no restauraron. Al revés, se encargaron de laminar lo poco que quedaba: los núcleos antifranquistas que quedaban.
    Y en la cultura hicieron lo mismo. Ya en los últimos años de Franco comenzaba a entrar la literatura de los exiliados. Llegó un omento en que la literatura de los exiliados formaba el núcleo de la almendra ideológica y ellos se encargaron de tirarla fuera. Jordi
    Gracia dice que cuando los libros de los exiliados llegaron la gente estaba ya bailando y la juventud quería otras cosas. La Movida y todo eso. No, eso fue lo que ellos potenciaron, expulsar toda la cultura de la República y sacar otra cultura nueva que siguen pagando con mucha gratitud. Gente como Alaska…
    … que ahora es tertuliana de La Cope.»

    Y podría decirse parafraseando a Maite Pagaza que franquistas y tardofranquistas están ahora cosechando los frutos de sus tres años de guerra, cuarenta de victorioso alzamiento y treinta de dejarlo todo atado y bien atado. Bombardeos terroríficos. Sembraron bombas , tiros de gracia , asesinatos arbitrarios donde morían inocentes, terror sordo y mudo en la sociedad española , cárceles repletas, represión al movimiento obrero, ejecuciones sumarias, garrote vil hasta 1973, y pena de muerte hasta el 75, torturas,etc,etc, el silencio atemorizado de los españoles, y recogen ahora la consideración de parte importante de la población y la atención de las fuerzas políticas a las que les gustaría ver el final definitivo de la clase obrera, vencida y desarmada para siempre. Lo que comenzó en el 36, culminará con este gobierno.

  2. Jonatan says

    Ah, ya entiendo: y ETA vino a arreglarlo todo. Pozzi.

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