Comer flores

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Retrato de Daniel Lambert, que llegó a pesar 335 klos / Wikipedia

Cada vez me encuentro a más gente que ha dejado de comer carne y que come poco pescado o menos huevos y que ya no prueba la leche. Una razón puede ser que vamos cumpliendo años –un hobby como otro cualquiera- y los cuerpos viejunos acusan la toxicidad de esos alimentos. Según mi hija, hacerse vegetariano en España requiere estar bien de pelas. Algo de razón lleva. Desde luego, los nuevos vegetarianos, a los que llamaré veganos añosos, son gente educada, profesionalmente cualificada y con las cuentas del banco muy saneadas.

Casi siempre, la razón primera de esos cambios de condumio es el corazón. No es que queramos ser inmortales pero es que palmar del corazón suele ocurrir un poco pronto. Tampoco tiene gracia que ciertos hábitos alimenticios muestren tendencia a amenazar la salud del cerebro.

Aunque todo esto está en estudio todavía, la mera sospecha hace recular a los comilones de chuletas y entrecotes de tamaño descomunal. Algo así le pasó a Clinton, el ex de USA, razón por la que de infatigable propagandista de hamburguesas se ha convertido en el paladín de los vegetarianos estrictos en su país, conducido de la mano por un tal doctor Esselstyn.

Anecdóticamente, les diré que me he leído el libro por el que se produjo el milagro del expresidente americano, Prevent and Reverse Heart Desease,  y no acaba de convencerme. La clave quizás esté en que pone como ejemplo de dieta mediterránea la que se sigue en Lyon, una ciudad donde prácticamente desconocen el aceite de oliva, por ejemplo, y le ponen deliciosa –y terrible- mantequilla a todo lo que cocinan. Pero, a lo que íbamos.

Viene todo esto a cuento porque de vez en cuando se publican en la prensa o en televisión reportajes sobre la obesidad, que llega a preocupar a mis amigas las Naciones Unidas igual que el hambre en el mundo –manda carallo-, sobre lo mal que se come en España con lo buena que era nuestra extinta dieta mediterránea, sobre el envenenamiento a que someten las hortalizas para que la tierra produzca cada vez más aunque menos sabroso y sin vitaminas, sobre el maltrato a los animales que luego nos comemos, sobre las tretas a las que recurre la industria de alimentos para que los españoles desconozcan las normas impuestas por la comunidad europea, etc. Son caras de un asunto común que nos concierne y que viene a resumirse con un dicho clásico: “somos lo que comemos”, que sirvió al filósofo australiano Peter Singer para titular un polémico libro. 

Código marcado en el huevo/ huevo.org.es

Un ejemplo facilito: hace años, puede que diez o más, el Ministerio de Sanidad y Consumo publicó en los papeles un anuncio a toda página mostrando la clasificación de los huevos según su calidad y su producción en origen. Los huevos llevan unos números y letras impresos. Los que empiezan por 3 seguido de la ES que indica el país, osease España, son huevos que salen de gallinas torturadas en granjas infernales, donde no tienen sitio vital, casi no se les desarrollan las plumas por las condiciones de vida, son masivamente medicadas para evitar bajas, y otras lindezas por el estilo.

Bueno, pues ahora id al frigorífico a ver si ésos son los vuestros. Seguro que sí. Sólo que el anuncio del ministerio era más aséptico, menos expresivo, digamos, que lo que yo acabo de escribir aquí. ¿No serán esos huevos un veneno homeopático que va haciendo de las suyas en el organismo humano? Aunque sólo fuera por justicia telúrica, seguro que así es.

El caso es que seguimos comiendo pimientos sin preguntar cómo se han cultivado ni dónde. Compramos un pimiento y nos regalan, por el mismo precio, unas sustancias venenosas que acabarán dando la cara en alguna enfermedad de alguno de nuestros órganos, andado el tiempo.

Es asombrosa la falta de conciencia que tenemos los españoles. España es el primer productor de alimentos ecológicos. El 80 por ciento de la producción ecoagrícola sale de nuestro país para alimentar a poblaciones mejor informadas de Europa. La especie extendida es que lo eco es feo y caro y difícil de encontrar. La realidad es que la agricultura ecológica apenas encuentra ayuda para salir adelante, la distribución y transporte son carísimos, y la falta de demanda la hace casi inviable en nuestro país. Sólo la conciencia de los consumidores, saber que están siendo envenenados por una industria que sólo mira por sus beneficios a costa de lo que sea, podría cambiar el estado de cosas. Pero…

En la pasada jornada de huelga general en España, corrió por la red una consigna para que los consumidores que somos todos –los parados y los empleados, los pobres y los ricos- dejaran de comprar ese día para que se notara el poder de la gente corriente y moliente. No he oído en las noticias datos sobre la falta de consumo, pero a lo mejor hay alguien que lo sepa y pueda aportarlos.

Este asunto es demasiado importante como para dejarlo en manos de mercachifles poderosos. Que Monsanto y las grandes empresas transnacionales elijan España para sus experimentos transgénicos es vergonzoso.

Que seamos el primer país productor de transgénicos en Europa es un triste récord que lo que denuncia es que en otros países como la vecina Francia, la gente protesta e impide que se practiquen cultivos sospechosos para la salud. España, debido a su diversidad de flora es el país más interesante de Europa en producción de miel, pero no se puede exportar porque está contaminada por trazas de transgénicos. Y, mientras tanto, los españolitos que vienen al mundo se ven abocados a un envenenamiento lento e inexorable. Pues sí que vamos bien. Continuará.

 

4 Comments
  1. perniculás says

    ¿Y a quién le importa el veneno si las fresas son gordas, gordas, gordas? Además, contra el veneno tenemos pastillas, pastillas, pastillas.
    Interesante el artículo. Y, ¡Salud!, por supuesto.

  2. me says

    Pues yo cada vez como menos, se me está haciendo el estómago chico…menuda suerte tengo!

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