Las tribulaciones de un chino en China

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Escena final de la película Sorgo rojo, de Zhang Yimou

La suerte ha sonreído a la editorial Kailas, de ocho años de edad, con el premio Nobel de Literatura a uno de sus autores. Su fundador, Angel Fernández Fermoselle, está contento e hiperactivo: ha puesto las máquinas a trabajar para que los lectores españoles nos encontremos libros de Mo Yan en las librerías, sin falta. El editor recomienda a los que aún no hayan leído al autor chino que empiecen con Grandes pechos y anchas caderas, una novela de 1996 que tardó once años en llegar a España, en la que el escritor muestra su compromiso con la resistencia de las mujeres a la injusticia y a los golpes de la fortuna. La Academia Sueca, sin embargo, prefiere recomendar Las baladas del ajo (Kailas, 2008). Pero empecemos desde el principio.

Un joven tímido llamado Guan Moye, empieza escribir para librarse del opresivo ambiente del pueblo donde nació –y aún vive-, al norte de China, para expresar a las personas que ama su amor, ya que no se atreve a hacerlo en persona y para ganar algo de dinero. El joven había sido un niño al que sus padres recomendaron “no hables” - Mo Yan, mote por el que se le conoce- para evitar que metiera la pata con lo que se dice, ya que aprendió a hablar tarde, a los cinco años. Este dato no es muy raro en China donde aprender a hablar, y mucho más, a escribir, toma más tiempo que en el mundo de los alfabetos latino y griego.

Al Nobel de Literatura 2012, que renueva el premio a un escritor chino (el exiliado Gao Xingjian que lo ganó en 2000, lleva más de treinta años viviendo en París), ya le han salido objetores por su postura ante los abusos de las autoridades chinas sobre sus compatriotas.

Las críticas de tibieza política que se hacen al escritor me recuerdan las que se le hicieron a Ismail Kadaré que, como el chino en China, siguió viviendo y escribiendo en la Albania de Enver Hoxa. Ambas me parecen injustas. Como la de Kadaré, la obra de Yan ha sufrido muchas veces la estúpida censura de los políticos de turno. Que Mo Yan no elija las sonadas manifestaciones críticas de su compatriota, el artista plástico Wei Wei, para mostrar su disconformidad con el gobierno de China no significa que comulgue con él o sea condescendiente.

Y, en el caso de que sí lo sea, volvemos a la cantinela de siempre: ¿hay que dejar de leer a Céline porque insultó a los judíos? O quizás hay que despreciar a Cela porque no era amable con los escritores jóvenes y además con frecuencia resultaba grosero. Hombre…  Yan ha elegido quedarse en su país porque desde su país es desde donde considera que puede escribir algo que sea útil a la especie y a su tiempo. Parece razonable.

Como le habrá pasado a muchos, mi encuentro con Yan no fue por la lectura de Sorgo rojo sino por la peli de Zhang Yimou que recibió el premio Oso de Oro del festival de cine de Berlín, 1988. Así que tengo la suerte de saborear de antemano su literatura como sólo los primerizos pueden disfrutar. La vida y la muerte me están desgastando (Kailas, 2010) va a ser mi primera lectura; me parece un titulo irresistible.

Este Premio Nobel, además, abrirá a los lectores menos familiarizados con lo que se está escribiendo en China, a autores como el controvertido Lu Xun (1881-1936), al que se considera fundador de la literatura moderna china; Yu Luojin, escritora que sufrió duramente la represión de la Revolución cultural y que ahora es ciudadana alemana. como contó el bien documentado colega, Rafael Poch, hace años, desde la Feria del Libro, de Francfort.

 

 

 

2 Comments
  1. Y más says

    Pues creo que en todas partes y en todo momento hay ocasiones para «Mo Yan». Que se lo digan a los no nacionalistas en Cat y en Eus.

  2. gardenia says

    Vale, pero hubiera preferido a Murakami.

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