Los muchos poetas de Juan Gelman

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Juan Gelman, en una imagen de archivo. / Wikipedia

Tiene algo de acontecimiento que se haya reunido toda la poesía de Juan Gelman en una edición casi definitiva gracias a Seix Barral. Hacía falta. Y hacía falta porque escribir sobre Juan Gelman, para aquel que no esté familiarizado con el devenir de la poesía latinoamericana desde los años cuarenta, no es fácil. Y no es fácil porque en la figura de Gelman, como pasó con la de Pablo Neruda, como pasó con la de Rafael Alberti, incluso con el último Antonio Machado, como en la de tantos otros, en la de Nicanor Parra, por otros motivos, siempre pende la sombra del malentendido, algo con lo que hay que contar en todo momento, Albert Camus supo de ello y lo padeció en propia carne, pero que en el caso de la llamada poesía comprometida la cosa puede llevar a desvaríos. No es ningún secreto que vivimos una época profundamente conservadora, si así no lo fuera esta advertencia no tendría sentido, y lo de conservadora viene al caso porque está enraizado en el imaginario actual que gentes como Gelman adquieran más fama por su filiación política que por su excelencia artística, algo que a estas alturas debería estar suficientemente claro por ser dicotomía estúpida, como habría que estarlo en el caso de Gotfried Benn o de Louis Ferdinand Céline, de Heimito von Doderer, de Evtuchenko, de Blas de Otero, y, si me apuran, de don Luís Rosales o de don Leopoldo Panero… en este apartado podemos apuntar una enorme legión.

Esta edición, insisto, es importante precisamente porque dará a conocer, para aquel a quien le interese la poesía, a uno de los grandes de nuestro tiempo en español. El que Juan Gelman fuera un destacado militante del movimiento montonero y que luego haya sido noticia por la dramática, espeluznante situación en que se vio envuelta su familia a raíz de la dictadura militar argentina,  el secuestro de sus hijos, a quienes asesinaron y el hecho de la desaparición de su nieta, nacida cuando la madre estaba mantenida con vida a fin de que diera a luz y poder así dar la niña  a unos padres adoptivos, no debe distraer, estamos de nuevo con los malentendidos, sobre la importancia certera de su labor poética. Pero sigamos con el drama, metáfora de la situación de tantos en Argentina en los años de plomo. Gelman supo de ello, supo, por ejemplo, que la niña había sido trasladada a Uruguay dentro de los planes de la OperaciónCóndor, supo que estaba viva y realizó una serie de pesquisas que le llevaron  a entablar polémicas con el presidente Julio María Sanguinetti. En esos debates la figura de Gelman, su gesto, fue apoyado por gentes como Günter Grass, Dario Fo, José Saramago, Joan Manuel Serrat… Hubo que esperar a la presidencia de Jorge Batlle, ya en el año 2000, para que la nieta apareciera, esa Andreíta de sus poemas, una mujer que ahora se llama María Macarena Gelman García. Ni que decir tiene que Gelman, que encontró los restos de su hijo, sigue buscando el paradero de su nuera. Aquí la voluntad se muestra en su lado más luminoso, como no otorgando resquicio a la desesperanza. Vamos ahora con esta edición de su poesía.

Cubierta del libro.

Dije antes que su pasado y presente políticos no debería distraer de su observación poética. Es este otro de los signos del conservadurismo político, pues se suele tender a pensar que un arte comprometido es sinónimo, ahora, de un mal arte, de un arte construido desde lo ideológico, desde la manipulación partidista, desde el sectarismo… cuando lo cierto, lo único cierto es que el arte pervive  a pesar casi de cualquier cosa. En el caso de Juan Gelman, además, el prejuicio se agrava porque su poesía, sobre todo, la perteneciente al grupo El pan duro, es eminentemente política, tanto, tan alejada por otra parte de ciertas estéticas oficiales revolucionarias, que incluso se opusieron a los cánones férreos que un poeta como Pablo Neruda ejercía en aquellos años cincuenta sobre estos grupos de arte comprometido. El poeta chileno, marxista avant la lettre hablaba de cambiar el mundo, los chicos de El pan duro empezaron a pensar que para cambiar el mundo había que cambiar también el lenguaje. Rimbaud entraba de nuevo en la escena revolucionaria, por lo menos su legado. De hecho había estado en la revuelta dela Comuna, en 1871. Luego fue preterido.

Los primeros libros de Juan Gelman pertenecen a  esta etapa de El pan duro: Violín y otras cuestiones; El juego en que andamos y Velorio del solo, pero es con su cuarto libro, Gotán, cuando la poesía de Juan Gelman cambia hacia una línea más radical en la depuración de los planteamientos del lenguaje. Es también cuando abandona la línea del Partido Comunista Argentino y se introduce en los vericuetos del peronismo revolucionario. Es en esta etapa cuando enlaza con lo que otros poetas latinoamericanos hacían en paisajes muy alejados: Nicanor Parra en Chile, Roque Dalton en El Salvador, Antonio Cisneros en Perú, Roberto Fernández Retamar en Cuba, el propio Mario Benedetti en Uruguay, es decir, alejarse de la poesía comprometida de los años treinta y cuarenta, tan castradora, y dinamitar el lenguaje desde dentro. Ni que decir tiene que el humor, el juego, la introducción del absurdo fueron esenciales en esa revolución del lenguaje donde el habla común adquirió, de nuevo, como en otros tiempos, carta de nobleza.

Acaso haya sido Pere Gimferrer aquel que haya visto con nitidez el lado proteico de la poesía de Juan Gelman. Nota en él  a un glosador de la poesía de Santa Teresa, a cierto jugador con heterónimos pessoanos, hasta casi un poeta sefardí. Pero, sobre todo, al creador de neologismos, que lo mismo bebe en los orígenes de nuestra poesía barroca, que termina sumergiéndose en las aguas del tango, del lunfardo del lenguaje coloquial porteño… Todo poeta se erige en sus relaciones con el lenguaje. No hay otro camino. El de Juan Gelman es uno de los dotados con mayor rigor y excelencia de aquellos de su generación que cambiaron el rumbo de la poesía latinoamericana.

Ya digo… felicitarse por esta edición.

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