No hay que temer a los dragones

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Estatua del dragón en la fuente del Parque de la Ciudadela, en Barcelona. / Wikipedia

La situación actual del mundo en Occidente -con las referencias clásicas diluidas en el océano de nuevos comportamientos que implican el abandono de la decencia antigua- se presta a relatos ejemplares, más o menos moralizantes. Como en los cuentos de iniciación tipo A través del espejo o Momo, la historia interminable o El señor de los anillos. Y hasta La guerra de las galaxias. Las historias tienen en común un escenario caótico, donde parece que sólo reina la ley de sálvese quien pueda. Y,  excepto en el caso del cuento de Lewis Caroll,  el escenario donde ocurren los hechos presenta un aspecto que aúna la paradoja de lo futurista y formas de la Alta Edad Media. Lo chocante es que algunos de estos cuentos –cinematográficos o de papel- se hayan concebido para adultos. O a lo mejor no tiene por qué chocar.

Se lleva tiempo hablando de que los occidentales alargan su infancia durante más años de los que la biología recomienda. Otra paradoja de la modernidad: ya que la infancia es robada en todo el mundo por la presión de la sociedad de consumo, en los países desarrollados, y por la presión del trabajo-esclavitud infantil, en los que están en vías de desarrollo.  Pero no es de esto de lo que quería hablar, aunque me da pie a entrar en el terreno del juego y del cuento, dos elementos de los que se sirven en las televisiones de la esfera anglosajona, reunidos en un programa llamado La Guarida del dragón, que pone a competir a personas con ideas pero sin dinero para que convenzan a empresarios con dinero pero sin ideas –los dragones- de lo conveniente que es invertir en esa idea. El caso es competir.  La moraleja es que no hay que tener miedo a entrar en esa guarida y parlamentar con los dragones. La realidad es que hay que aprender a pelear contra los competidores sin tregua para hacerse con el botín, caiga quien caiga.

Ha sido un experto en tormentas cerebrales y consultor del santo oficio de los negocios y las finanzas, David Mathieson, asesor que fue además del ministro británico de Asuntos Exteriores, Robin Cook, quien ha sugerido esa idea para que se ponga en práctica en España. En lugar de los bochornosos programas de vísceras y graznidos que siguen abundando en las cadenas.

Mathieson asegura que lo que España necesita es un cambio de cultura. De hábitos, supongo que quiere decir. Abandonar a su suerte al mísero Lázaro y adoptar las maneras de Epulon que le negaba las migajas de su banquete, actores bíblicos que recuerda Miguel Angel Aguilar en otro articulo. Y añade otro ejemplo televisivo, un concurso llamado El aprendiz, donde gente joven somete públicamente a examen sus supuestas capacidades comerciales y empresariales ante el regocijo o el lamento –según salga el espectáculo- del respetable.

Es seguramente plausible que la tele ofrezca programas en los que se somete a la gente a pruebas en las que deben demostrar su habilidad e inteligencia para los negocios mejor que las vergonzantes reuniones de feos gritones e insultantes de la telebasura. Lo chocante es que este consultor de FRIDE presuponga que en España no hay “cultura” emprendedora. A ver, si no, cómo cree él que se habría llegado a la conquista de América o a las expediciones científicas y comerciales de la navegación por todos los mares posibles. Aunque coincidiría con él en que la sociedad española ha cambiado desde entonces. Eso, sí.

Con todo, si traigo esto a colación a cuartopoder.es es para animar a los cazaprogramas televisivos a que se hagan con estas ideas. Seguro que salían bien de audiencia, dispuesta a despertar su sentido sádico de ver sufrir a los aspirantes a empresarios.  Igual que en casa los espectadores juegan a conocer mejor las respuestas de Saber y ganar, de la 2, aquí se pondrían a pergeñar ideas de empresas y a lo mejor salíamos antes de la crisis y del paro que nos ahogan. Aunque a mí me gusta más la idea italiana de celebrar unas primarias de la cultura entre todos cuantos italianos quieran participar, para informar a su gobierno de las prioridades que se deben defender en Italia. Ellos saben que la cultura nos salva de los abismos. Más aún si nos toca jugar en la cueva del dragón.

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