Tortilla de patatas con pan tumaca

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Bigas_Luna_obituario
El director de cine Bigas Luna, fallecido ayer, día 6, en una imagen del pasado mes de enero cuando fue nombrado miembro de honor de la Academia de Cine Catalán. / Toni Albir (Efe)

El cine español se nos muere esta primavera. Hace unos días se iba el sicalíptico y compulsivo Jess Franco y ayer se despidió Bigas Luna. Este catalán vestido de negro que siempre parecía que acababa de bajarse de una Harley, miró a la vida y sus placeres con la misma intensidad que un adolescente y nos lo contó con llaneza, un toque de poesía y algo de magia. Su cine sabía a tortilla de patatas con pan tumaca y olía a espuma del mediterráneo.

Bigas Luna era como Berlanga pero en bruto. Ambos nacieron junto al mar, reflejaron la esencia española de su tiempo en sus películas más recordadas –Berlanga con humor, Bigas Luna con pasión– y a los dos les gustaba la vida. Incluso confluyeron en una especie de relevo artístico en la novela de Almudena Grandes Las edades de Lulu, ganadora en 1989 del Premio Sonrisa Vertical, de la colección erótica homónima impulsada por Berlanga, y adaptada al cine por Bigas Luna, en una de las primeras apariciones cinematográficas de Javier Bardem.

El cine de este catalán universal, que se abrió al mundo sin renunciar a su tierra (Premio Nacional de Cine de Cataluña, 1998), estuvo siempre marcado por el erotismo, el hedonismo y la metáfora. En sus películas es difícil recordar los actores masculinos, porque las protagonistas eran las mujeres, unas mujeres latinas y exuberantes como el aceite de oliva: Francesca Neri, Stefanía Sandrelli, Anna Galiena, Penélope Cruz, Ariadna Gil, Verónica Echegui… A nosotros las que más nos gustan son las que nos cuentan España: sus adjetivos, sus atributos y sus exageraciones, las conocidas como trilogía ibérica y las otras.

Lo descubrimos en Bilbao hace ya “mil años” y sentimos que llegaba alguien con un lenguaje distinto, que luego presentó sus credenciales en Las edades de Lulú. Después lo disfrutamos en Jamón, jamón -lo que la ficción ha unido que no lo separe el hombre-. Nos reímos con Los huevos de oro y la España del ladrillo y la ambición. Nos pareció fabulosa La teta y la luna. No entendimos La Bámbola, nos aburrió La camarera del Titanic y no soportamos Volaverunt, pero Son de mar casi estuvo a la altura de la excelente novela de Manuel Vicent. En Yo soy la Juani no logramos conectar y preferimos no acordarnos de Didi Hollywood.

Hacia el final de su vida tuvo tiempo de presentar candidatura a la presidencia de la Academia de Cine tras la salida de Alex de la Iglesia: venía con ideas nuevas sobre la relación del cine con internet, pero fue derrotado por González Macho; y la brillante idea de recuperar y promocionar El Plata, un decadente cabaré de Zaragoza que tuvimos la suerte de conocer en sus “peores” tiempos y que aún reflejaba la esencia del erotismo de transición.

La vida de Bigas Luna seguramente fue tan pasional como su cine, que osciló entre el erotismo y la magia: empezó con la historia de una puta, Bilbao, y terminó con una de ciencia ficción: El mecanoscrito del segundo origen, la novela de Manuel de Pedrolo en cuya adaptación se encontraba trabajando cuando se subió a la Harley y se fue. Seguramente a comer tortilla de patata con pan tumaca y a bañarse en el mar.

3 Comments
  1. celine says

    Muy bueno. Del Plata lo que recuerdo es el olor de orines rancios y una verguenza ajena simulada a base de carcajadas a la fuerza. Por eso el cine de Luna no me moló nada. Pero me gusta esa idea tuya de que esté por ahí disfrutando de la Harley.

  2. Ciro says

    Muy buena semblanza de vida y obra y mejor despedida al que se va en la harley como un puntito a lo lejos.

  3. icoman says

    Descanse en Paz. Seguro que lo hará!!

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