Deliciosa decadencia de verano

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El escenario preparado para las "Noches del Olivar de Castillejo". / fundacionolivardecastillejo.org

Apagadas las últimas hogueras de San Juan, la temporada de verano abre interesantes perspectivas para que tanto visitantes como madrileños ociosos –si es que queda algo de eso- disfruten de veladas que traen aires antiguos -un tanto decadentes, si quieren, pero muy agradables- a las tardes veraniegas.

De entre las muchas tentaciones que se ofrecen, destaco Las Noches del Olivar, que ofrecen en comandita la Residencia de Estudiantes y la Fundación Olivar de Castillejo. Es la ocasión de conocer ese jardín de olivos centenarios, donde en su día se alojaron su fundador, José Castillejo, del que luego les cuento; el poeta Dámaso Alonso, el polígrafo Menéndez Pidal, el naturalista Ignacio Bolívar y el filántropo Juan López Suárez, entre otros.

El programa, que acaba de empezar con un ciclo de jóvenes promesas y músicos consagrados,  hace cohabitar la música de Brahms, Debussy y Rachmaninoff con bossa nova, blues, boleros y música argentina, sin el menor asomo de complejos que, a estas alturas, por otra parte, resultarían fuera de lugar. Los complejos, digo.

Así que, mientras escucha a la San Patricio Big Band quizás pueda paladear una horchata con fartons, a la brisa de la noche de verano, bajo las ramas de olivares que llevan varias legislaturas y reinados vistos. O cenar a la luz de las velas, mientras escucha un piano. En todo caso, se puede seguir su actividad veraniega en su página de Facebook. 

La cosa da también para ver teatro –Buero Vallejo (El tragaluz), Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte), Reginald Rose (Doce hombres sin piedad)- y buenas películas. Quienes se perdieran en su momento el documental Inside Job, alegato contra los causantes de la crisis financiera de Charles Ferguson, tienen ahora la oportunidad de verlo. O Futbolín, de Juan José Campanela, o a Judi Dentch en Philomena, de Stephen Frears. La entrada vale 6 luros, eso sí.

Prometí decir algo sobre Castillejo, un ejemplo de español cabal, de los que abundan a pesar del vociferio de patio de vecinos en que a veces se convierte nuestro país. Coincidió en la universidad con Giner de los Ríos, a finales del siglo XIX, lo que le llevó a vincularse con la Institución Libre de Enseñanza y ser secretario de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, en 1907. Murió en el exilio, al acabar la Segunda Guerra Mundial.

Diez años después de lo de la Junta de Ampliación de Estudios, en 1917, compró el olivar –que entonces quedaba a las afueras de Madrid- y consiguió que esos amigos intelectuales lo compartieran con él. Gracias a la Fundación, tres generaciones después, el recinto ha resistido y ahora lo podemos disfrutar todos.

No sólo en verano sino durante todo el año, la Fundación organiza encuentros y actos culturales por su cuenta o en colaboración con la Residencia de Estudiantes, el British Council, la Casa de América, El Instituto Francés y editoriales como Castalia y Siglo XXI. También, actividades que recuerdan su vieja vinculación con la Institución Libre de Enseñanza.

Es inevitable sentir cierta melancolía de un tiempo y un lugar que ninguno de nosotros ha conocido, pero sobre lo que sí hemos podido leer. Un tiempo y un lugar que debiera pertenecernos. Pero, en fin, yo sólo trataba de dar ideas para las tardes y noches de este verano que empieza. A pesar de la abrumadora sensación de cansancio general producida por los efectos del golpe de estado al Estado de Bienestar, no sólo en España. Pero esa es otra historia.

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