El poeta detective

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Aníbal Malvar

 Para Iso, tabernera

Foto_Malvar2Insólitas historias como la del Poeta/Detective son bastante sólitas en la ciudad de Compostela, que es mi ciudad. El Poeta/Detective, de joven, solo era Poeta. Habitaba una buhardilla baudeleriana con tragaluz, desorden de libros apolillados y madera vieja, y escribía poemas invendibles y novelas comerciales que nunca se vendían nada. Como era tan feliz pasando hambre y calamidades, una noche el Poeta decidió dedicarse también al periodismo, ya que era, junto a la de abrazador de olas, una de las escasas profesiones que le garantizaba seguir sufriendo penurias y no deslucir su condición de Poeta y de maldito.

Empezó a trabajar para cantidad de periódicos y revistas de toda ideología y laya, lo que le obligaba a realizar cotidianas piruetas ideológicas y éticas.

Así, de 10 a 12 de la mañana, cuando escribía el reportaje para el El Prudente Español (que era el que mejor pagaba), se vestía traje azul y corbata amarilla y redactaba noticias cargadas de tedio y tópicos inanes que gustaban mucho en dirección.

Llegado el mediodía, enviaba el trabajo, se despojaba del traje y se enfundaba ropa holgada y algo sucia para escribir incendiarias columnas anarquistas alumbradas de pasión y odio para el vespertino La Hoguera, columnas tan inspiradas que a veces hacían arder los quioscos por su sola presencia en ellos. Eso enardecía a los antisistema, que lo veneraban por las calles y le regalaban cócteles molotov con rosas roja sen la boca de una botella primaverante de gasolina.

A la hora del almuerzo, para no desinspirar su esquizofrenia, el Poeta preparaba un primer plato vegetariano y un segundo plato de puro colesterol, lo que le permitía mantener un físico envidiable a sus cuarenta y tantos.

A las cuatro de la tarde, vuelta empezar con la revista Nuestro Dinero Sucio, para la que el Poeta se enfundaba ropa de periodista o de esclavo, según días, e ingeniaba sartas de adulaciones de muy difícil parangón en la literatura contemporánea, adulaciones dedicadas a políticos, banqueros, hedge founds, paraísos fiscales y especuladores. Lo hacía tan hermoso que, cada navidad, recibía en su buhardilla cestas con botellas de La Veuve Clicquot, bustos de José María Aznar tallados en oro y algún que otro Jaguar, que siempre metía en su garaje, sin que sus novias se enteraran, antes de donarlos a las ONGs. Los donaba no solo porque no sabía conducir, sino porque eso es lo que haría cualquier poeta maldito y verdadero.

Acababa la jornada escribiendo una redacción (no se le puede llamar de otra forma) para el diario socialista A Medio Plazo, donde discurseaba sobre cómo recuperar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad sin emprender procesos traumáticos ni subvertir el orden. O sea, a medio plazo. Las revolucioncitas socialdemócratas conviene hacerlas despacito.

Después cenaba un mendrugo de pan, pues el hambre nunca debe ser más exigente que la sed y no sobraba el cash-flow, y se lanzaba a la noche en busca de sus amigotes Ameixeiras, Jaureguízar, Malvar, Muñoz, Del Río y García Arano. Todos ellos, también, poetas malditos. Hablaban en las tabernas de poesía antigua, y maldecían a todos los contemporáneos, sin excepción, con imprecaciones ebrias que hubieran hecho empalmar hasta al divino Marqués de Sade; bebían y se drogaban como posesos que invocan los deliriums tremens de De Quincey y Allan Poe; seducían a estudiantas de filología que llevaban el carpe diem dibujado en el vello púbico; y, finalmente, se las llevaban a acostar, que no hay costumbre más sana.

Cuando la musa se le quedaba onírica (que es como se le quedan dormidas las amantes a los poetas), el Poeta se levantaba silenciosamente, prendía la vela del escritorio, la colocaba en el interior de la inevitable calavera y, desnudo, escribía poemas latentes e inexactos con los que las integridades de la belleza y la verdad de Keats estaban perfectamente preservadas.

Como era de prever, cuando el Poeta editóun libro con aquellos poemas noctívagos, bellos y verdaderos se hizo asquerosamente multimillonario.

Eso lo contrariónotablemente, pues el dinero de los derechos de autor no le cabía en las estanterías, ni debajo de la cama, ni en el frigorífico, ni en el sombrero, ni en la cisterna.

Además, sus amigos malditos se distanciaron de él. Le criticaban y, en las grandes borracheras drogadícticas, hasta lo acusaban de contemporáneo.

Viéndose empodrecido de dinero, el Poeta abandonólos periódicos, para consternación de neoliberales, anarquistas, socialistas, banqueros, subversivos y expoliadores. Y se arrojódespiadadamente al tedio. Hasta estuvo a punto de caer en la depresión, de comprarse una tele, de suicidarse con láudano, y, lo que es lo peor, de empezar a jugar al fútbol 7 los domingos con los maridos de sus amantes.

Fue entonces cuando encontróla salvación convirtiéndose en Poeta/Detective. Invirtióbuena parte de su fortuna en sobornar a funcionarios y políticos para que crearan tal licencia, y abrióun despacho cutre en la barriada más arrabalera del centro de la ciudad.

Enseguida, el despacho del Poeta/Detective empezóa recibir variopinta y multitudinaria clientela. Políticos retirados solicitaban sus servicios para que los paseara por la calle y les enseñara esas aceras que ellos siempre habían ignorado. Los llevaba a asistir a la muerte de mendigos de invierno, les conminaba a que se atrevieran a escribir en las paredes de los prostíbulos la palabra amor, y los ponía a pedir monedas tocando la armónica en el metro.

También acudían al Poeta/Detective meteorólogos que deseaban saber dónde habitan el otoño, la primavera, el verano o el invierno.

Y asistía a viejos médicos diagnosticados de enfermedades terminales que deseaban que alguien les comunicara la inminencia de su muerte con desesperanza hipocrática, no con la crueldad hipócrita habitual en estos casos.

Un juez contratóal Poeta/Detective para que averiguara donde estaban enterrados los ojos de la justicia ciega, y aquel fue uno de los grandes éxitos investigadores del Poeta/Detective, pues encontrólos ojos de la justicia ciega en los ojos del juez, y al juez lo inhabilitaron, y cuando dejóde ser juez se sintiópor vez primera un hombre justo. Y dejóde estar ciego.

En resumen, asuntos consuetudinarios, ñapas propias de cualquier Poeta/Detective.

Pero el cliente tipo que más acudía en busca de los servicios del Poeta/Detective era el hombre enamorado (la mujer nunca ha necesitado un Poeta/Detective para nada).

Generalmente, eran hombres que creían en los amores imposibles, que son los únicos que duran más de un par de polvos. El Poeta/Detective seguía a las mujeres, las observaba, las espiaba, intuía sus razones para vivir y para morir, sus gustos y sus disgustos, lo carnal de sus almas, allanaba sus hogares para fotografiar las huellas que dejaban sus ojos en los espejos, las seducía para adivinar el fruncido con que sus labios pronuncian las mentiras y las verdades, los gritos y los silencios, sus falsas fobias y sus perversas filias, sus formas de vestirse y de desnudarse, y algunas otras cosas más deletéreas, más intuidoras de que amor no es antónimo de muerte.

Y toda esa información se la transmitía a sus clientes para que estos encontraran la forma de acercarse a aquellas mujeres. Quédecirles. Quéno hablarles. Cómo desenredar su amor. El Poeta/Detective no siempre garantizaba el éxito, pero los hombres enamorados son muy fáciles de contentar.

Un día llegóal despacho del Poeta/Detective una mujer. La primera desde que colgara la placa en la puerta del número 13 de la Calle del Olvido. La mujer tenía cabello claro, piernas no interminables y mirada dolorosa. Arrojóun par de miles sobre la mesa de madera y le preguntó.

—¿Estarías dispuesto a investigarte a ti mismo?

—No

—Vas a necesitar una coartada. Dentro de poco, van a acusarte de asesinato.

—¿Del asesinato de quién?

—Del mío —dijo ella.

Fueron eternamente felices durante un rato. La mujer fue asesinada dos meses después. El asesino no le deformóel rostro. Era demasiado bello.

Al Poeta síle deformaron el rostro mientras lo interrogaban en comisaría. Quizáporque no era demasiado bello. Las pruebas contra él eran enormemente contundentes. Aun matándola, a la bella Sara el asesino le había preservado la hermosura, lo que descartaba a nobles y oligarcas seguros de su impunidad, a burgueses reprimidos, a defensas centrales del Real Madrid, y a proletarios y desclasados rabiosos.

Un crimen tan limpio y estético solo lo podía haber cometido un poeta.

Tras imaginativas torturas y vejaciones en manos de la policía, el Poeta/detective percibióque si quería sobrevivir solo le quedaba confesar el crimen que no había cometido o contar una fábula. Y decidiócontar la fábula.

Relatóel Poeta a la policía lo siguiente, con palabras densas porque tenía reventados los labios: "Caminaba la Belleza por parajes apartados porque le apetecía estar sola. Apenas se encontraba con nadie. Eran bosques, playas, mares y páramos en los que solo se cruzaba con personas solitarias que andaban buscando la Belleza. Aquellos buscadores y buscadoras de la Belleza se cruzaban a la Belleza, la saludaban cortesmente, no la reconocían y seguían sus errabundos caminos. El crimen sucedióen un remoto sendero, cuando la Belleza se cruzócon alguien que no buscaba la Belleza. Era un hombre que la ignorócomo ensimismado. Pero después la siguió. Cuando la Belleza se adentróen un bosque umbrío, se arrojósobre ella, la golpeó, la violóy la asfixiócon manos delicadas para no dejar marcas, como hacen los poderes públicos. Se fue de allímuy contento, sabiendo que muchos de sus iguales siempre habían anhelado una oportunidad de asesinar a la Belleza. Y fue un hombre muy respetado por el resto de sus días".

Aquella fábula impresionóa jueces y a policías, y el Poeta salióabsuelto. Pero nunca se libróde su sentimiento de culpa. Ni siquiera cuando descubrióquién había sido el verdadero asesino de su amante. Historia que quizáalgún día os cuente. O quizáno. Las historias no suelen tener finales tan felices como las fábulas.

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