Pink Floyd: una historia de fantasmas

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Carátula del nuevo álbum de Pink Floyd, 'The Endless river'. / Columbia Records

Para empezar, la portada no augura nada bueno. Frente a la vaca interrogante del Atom Heart Mother, frente al abanico de luz de The Dark Side of the Moon, frente al simbólico cerdo industrial de Animals, en la carátula de The Endless River se extiende un océano de nubes y un gondolero que rema por el cielo sin caerse. Cursi, muy cursi. El ambiente vaporoso prosigue en el interior, durante una hora larga de teclados atmosféricos, lentos solos de guitarra y bombos inflados. La crítica especializada ha sido unánime al certificar una obra, que más que el último legado de Pink Floyd, parece su certificado de defunción. Los comentarios de muchos fans oscilan entre la rabia, la lástima y la estupefacción. Casi nadie entiende cómo es que una de las bandas más grandes del rock ha podido entregar, después de un silencio de veinte años, una suite orquestal que apenas difiere de las que perpetran sus imitadores.

La respuesta se halla en unas declaraciones, por no decir excusas, del guitarrista David Gilmour, quien ha explicado que el disco es, ante todo, un homenaje al teclista del grupo, Richard Wright. Capitaneados por Phil Manzanera, un batallón de productores e ingenieros de sonido ha luchado durante meses para abrirse paso en el caos de descartes de las sesiones de grabación de A Division Bell, el último disco oficial de Pink Floyd hasta la fecha. Económicamente, la operación ha sido todo un éxito, una vez comprobada la ansiedad de los fans por hacerse con el supuesto testamento de la mítica banda británica.

Musicalmente, sin embargo, esas explicaciones no terminan de convencer a nadie. Uno de los problemas es que hay bastantes pasajes en The Endless River en que los teclados de Wright suenan como si intentase emular a Vangelis, y Wright fue un teclista excepcional pero, desde luego, no era Vangelis (ni siquiera Vangelis, la mayoría de las veces, es Vangelis). Excepto en un par de temas (especialmente en el escalofriantemente hermoso Anisina), los excesos en la mesa de mezclas han hipertrofiado el sonido en una acumulación de capas de acordes. Falta espontaneidad, falta mordiente, falta el bajo de Waters y falta la voz de Gilmour, que por pura anécdota canta una canción casi al final del disco. Falta todo eso y sobran productores. Apenas un par de huesos para reconstruir la sombra del gran dinosaurio de Pink Floyd.

Supongamos que había un motivo oculto detrás de una operación meramente comercial. Es muy posible que Gilmour y Mason, los dos supervivientes de la banda tras el divorcio con Waters y la muerte de Wright, se encontraran en apuros económicos lo bastante graves como para atreverse a resucitar la leyenda, pero, de ser así, probablemente no es la primera vez que los sufren en dos décadas. Sospecho, o quiero sospechar, que detrás de este endeble canto del cisne llamado The Endless River hay un exorcismo, un ritual, una historia de fantasmas.

No es la primera vez que Pink Floyd se enfrenta a los fantasmas. Cuatro décadas atrás se produjo un extraño reencuentro en que el primer guitarrista, Syd Barrett, visitó los estudios de Abbey Road durante las sesiones de grabación del Wish You Were Here. Barrett, uno de los miembros fundadores, había abandonado la banda en 1968, poco antes de que sacaran el segundo álbum, debido a sus excesos con las drogas. Desde su exilio, Barrett quiso lanzar una carrera en solitario que fracasó después de varios intentos a pesar de la ayuda que le prestaron, entre otros, David Bowie y el propio Gilmour. Mientras tanto, Pink Floyd, con Gilmour reemplazándolo a la guitarra, siguió en la brecha disco tras disco hasta obtener un resonante éxito mundial en 1973 con The Dark Side of the Moon, que fue número uno en los Estados Unidos y terminó con más de cuarenta millones de copias vendidas.

Su siguiente trabajo en estudio apareció dos años después, Wish You Were Here, y en él había una larga suite de 26 minutos, Shine on you Crazy Diamond, que era un recuerdo y un tributo emocionado a Barrett. Por una extraña coincidencia, Syd Barrett, gordo, completamente calvo y depilado, se presentó (como un espíritu reclamado desde el más allá) en los estudios de grabación justo cuando Waters, Gilmour, Wright y Mason estaban mezclando las pistas de Shine on your Crazy Diamond. En una entrevista realizada en 2001, Wright contó:

Algo que nunca olvidaré sucedió en las sesiones de Shine on your Crazy Diamond. Llegué al estudio y vi a ese hombre sentado al fondo. Estaba tan lejos como tú lo estás de mí. Y no lo reconocí. Dije: "¿Quién es ese fulano?" "Es Syd". Y simplemente me vine abajo, no lo podía creer. Se había afeitado todo el pelo, es decir, hasta las cejas, todo. Iba caminando de arriba abajo, todo el tiempo rechinando los dientes, era horroroso. Y Roger estaba llorando, y creo que yo también, los dos estábamos llorando. Fue muy chocante, siete años sin vernos, y llegó entonces, cuando nosotros estábamos haciendo esa canción en particular. No sé, coincidencia, karma, destino, ¿quién sabe?

Syd Barrett nunca recobró la salud ni volvió a sus días de gloria. Se refugió en Cambridge, en casa de sus padres, desterrado por iniciativa propia del escenario musical, y, las raras veces en que lo entrevistaban, decía no recordar nada de Pink Floyd; ni siquiera reconocía a la banda ni a ninguno de sus viejos amigos. Murió en 2006 de un cáncer de páncreas.

Richard Wright también falleció de cáncer dos años después. Desde aquel lejano Wish You Were Here, su nombre no volvió a aparecer en ninguno de los temas de Pink Floyd y fue expulsado de la formación por Roger Waters durante la grabación de The Wall, otra obra maestra que marcó la cúspide de la egolatría y el mal carácter del bajista. Por aquellos tiempos, a comienzos de los ochenta, Waters había tomado definitivamente las riendas del grupo e intentó disolverlo tras una agotadora y larga batalla legal de la que salió derrotado. Gilmour y Mason se quedaron al timón de la nave y no recobraron a Wright como miembro de pleno derecho hasta 1994, en The Division Bell, el álbum de despedida de Pink Floyd hasta hoy en día.

Creo que lo que esconde este último y póstumo trabajo es un acto de rehabilitación hacia Wright, un desagravio post mortem después de que Waters lo echara a patadas y de que su nombre desapareciera durante más de una década de los créditos musicales de la banda. En algunos pasajes de The Endless River, el órgano y los sintetizadores suenan como si intentasen recobrar la magia envolvente de Shine on you Crazy Diamond, aquel bello sortilegio dedicado a un amigo perdido. Suena como un réquiem desorientado, como una ouija donde los fantasmas no acaban de aparecer. Como un conjuro fallido.

Pink Floyd (YouTube)
7 Comments
  1. el peregrino says

    Ap,11

  2. Alberto Díez says

    Es un grandísimo disco. Y la portada es fiel al estilo del grupo y de gran belleza…curioso preferir la foto de una vaca.

  3. claudio neira says

    Desde chile te digo eres un conchesumadre ignorante como puedes hacer esos comentarios eres periodista o sacowea

  4. Alberto says

    Todas las críticas negativas del disco son hechas con mala intención. Tengan más respeto por la banda más grande de la historia. El disco, para u información, es una delicia musical. Es un digno trabajo de Pink Floyd. La gran mayoría de la gente en las redes sociales ha opinado que es un excelente disco. Sólo los Don Nadie como tú han dicho tonterías.

  5. vialitofloyd says

    Concuerdo con los comentarios de Alberto.

  6. vialitofloyd says

    Sin embargo, buena la redacción del periodista.Deja la sensación de ser un fans de Pink Floyd frustrado y enfadado.Desde Chile Saludos

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