El combate contra el feroz individualismo

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Thomas Piketty
Thomas Piketty, autor de "El capital del siglo XXI" / Wikipedia

No hay fórmulas secretas ni mágicas, empecemos por ahí; lo que sí hay es capacidad humana, inteligencia y conciencia de que –como dice el director de cine Umberto Pasolini- los que gobiernan el mundo, cada país, cada multinacional, están arrastrando a la gente –nos están arrastrando a todos- a un individualismo aniquilador; a pensar que no hay sociedad (Margaret Thatcher dixit), que el gasto social de los gobiernos sólo contribuye a crear gandules que viven a costa de los que trabajan; que trabajar es un privilegio y una suerte; que los parados son un ejército de inútiles, poco preparados para la vida moderna; que la cultura es una chuchería ornamental de la que puede prescindirse; que lo único que merece respeto en la vida es hacer dinero, devorar antes de ser devorado”, la máxima de Emilio Botín, q.e.p.d.

Así que conviene escuchar a los que se han parado a reflexionar sobre qué está pasando y qué se puede hacer para recomponer cierta postura digna de ser llamada humana. Entre la literatura económica que se `puede leer estos días hay dos libros que merece mucho la pena leer con atención. Uno es del economista francés Thomas Piketty  que acaba de salir traducido al español, El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica de España, 2014).

Para trazar un esquema reconocible en un vistazo, la tesis de Piketty es que los ricos tienden inexorablemente a hacerse más ricos, ayudados particularmente por las crisis que los lanza en su carrera; que el mercado, simplemente, está para eso. Y que les favorece el rampante individualismo: se acabó la clase obrera, se acabaron las asociaciones de vecinos en busca de bienestar; se dejan corromper los partidos adecuadamente para aniquilarlos también y dejar que crezcan los populismos. Ahora lo único que importa, lo que da importancia, es hacerse rico, make money. Sin dudarlo un segundo, Piketty propone un impuesto universal progresivo a los ricos que beneficie a todos. Y no por demagogia, sino considerando que mientras la riqueza media crece un 1 %, los ricos ven incrementada la suya en un 8 %. Justicia obliga.

Para Piketty, el peligro de la desigualdad rampante es que las instituciones democráticas caigan en manos de la élite, poco inclinada por naturaleza a inversiones sociales en favor de la mayoría de la población. Por eso defiende  que el crecimiento depende, en buena medida, de la inversión en educación y en formación, de modo que la mayoría de la población y no sólo una élite sepa lo que se cuece y cómo cocerlo adecuadamente, en beneficio de la mayoría.

Piensa el economista que la austeridad es la peor receta para lo que está pasando en Europa, donde el crecimiento se ha parado frente a lo que pasa en Estados Unidos, que partió de una situación de paro similar a la europea y hoy la diferencia es enorme, a su favor. Lástima que el Bundesbank y Merkel no parece  que sean fans del profesor de la Paris School of Economics, recientemente creada. 

En varias entrevistas que le han hecho, el profesor critica la actitud de Francia y Alemania respecto a España e Italia, por permitir que estas últimas pagaran tan caros sus tipos de interés: el individualismo de las naciones de la pretendida Unión Europea remeda así el de las personas. Piketty las ha tildado de miopes egoístas. Porque no se trata de caridad cristiana, se trata de eficacia y, cuando las diferencias son abismales, en economía, el sistema amaga con un estrepitoso fracaso, en el que también los ricos lloran.

Pero en una situación como la actual, los que menos tienen -tanto personas como países- están pagando en proporción mucho más que los que más tienen. Por eso, Piketty defiende rotundamente que los ricos aporten más al Estado, como paradójicamente, está pasando en Estados Unidos. Y que desaparezcan los paraísos fiscales, lo que, con voluntad, podría conseguirse.

El autor aboga por una mejor cohesión europea, un parlamento que sí represente a los europeos según la población de sus países, y que quiera avanzar hacia una unión política, presupuestaria y fiscal. O sea, una Unión Europea que funcione. Hasta ahora no ha dejado de ser un ensayo con pretensiones.

Portada del libro "¿Qué hacemos con la deuda?"
Portada del libro "¿Qué hacemos con la deuda?" / akal.com

Pero el fantasma del regreso a las monedas nacionales sigue flotando por todas partes, especialmente, en los países del sur, a los que, curiosamente, los del norte han dejado de llamar “cerdos”, después de que hubiera que añadir otra G al acrónimo PIGS, para acoger en el club a Gran Bretaña, en apuros hace unos cuatro años.

El otro libro:  ¿Qué hacemos con la deuda? (Akal, 2014) es una obra de varios autores coordinados por la economista Bibiana Medialdea, dentro de una colección que incluye otros trabajos sobre pobreza, educación, cultura, etc . En el libro se contemplan las causas del endeudamiento español y qué cabría hacer para salir de la trampa de austeridad impuesta por la Unión Europea, que impide a España salir del atolladero y combatir, entre otras cosas, el paro. Los autores (Ignacio Alvarez, Oscar Ugarteche, Iolanda Fresnillo y Juan Laborda) concluyen que es una deuda impagable y que la solución aboca a una quita. La pregunta será ¿quién paga la quita? Pero hay más: ¿por qué se empleó una cuarta parte del PIB nacional en rescatar a los bancos, según un informe del FMI, si tenemos en cuenta que su deuda es una deuda ilegítima, que en nada contribuye al bien común? Y, sobre todo, ¿hay forma de que estas decisiones se tomen de forma realmente democrática?

Son preguntas que nos competen a todos nosotros, por encima de protestas callejeras, que nos empujan a organizarnos en sociedad civil, a entrar en política, a ocuparnos de la política, porque en sus respuestas hay un dilema político y no de otra índole, y es lo que defiende la tesis del libro. Merece la pena tomarse unos minutos para mirar el vídeo de abajo.

Ahora hay que acostumbrarse a crecer poco pero de manera sostenida, para garantizar el auténtico progreso. Crecer, sí, pero un 1 ó un 1,5 % y no las cantidades depredadoras de antaño. ¿Quién se lo contará a los insaciables? Ya veremos.

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