Francisco Umbral, la forja de un noctámbulo

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Portada del libro. / planetadelibros.com

Ha sacado a la luz la editorial Planeta un libro que reúne páginas de Francisco Umbral, que andaban sueltas, escritas en el aire, porque eran páginas para ser leídas ante un micrófono, en la radio. Y como quiera que va para 8 años –ya- que el escritor dejó este mundo cruel, viene bien este libro como pretexto  para recordarle.

Un escritor polémico, genial en algunos hallazgos literarios, procaz y provocador, no muy amado por feministas debido a su desdén hacia las causas perdidas. Causa perdida él mismo, cuya niñez sin caricias le construyó una piel coriácea y cierta altivez traducida en indiferencia por las críticas.

Sobresaliente, cumpliendo con su artículo diario allá por cuantos medios pasó: El Norte de Castilla, Diario de León, El País, El Mundo... algunos de los cuales brotaban de las catacumbas del Café Gijón. Su descarada sinceridad le valió un no asiento en la RAE y enemigos de variado pelaje que, a pesar de levantarle todo tipo de obstáculos, no acertaron a evitar que se le concedieran premios, como el Cervantes.

Este Diario de un noctámbulo (Planeta, 2015) es un diario narcisista de un hombre joven que fue niño con muchas necesidades no satisfechas, muchas carencias físicas, pero también es el diario de un poeta, de un escritor ya andante. La noche y un micrófono, a media luz el estudio de la radio –La Voz de León–, propician estos escritos. Para los admiradores de Umbral es una buena noticia. Una lectura pendiente de lo que se había escrito para ser dicho en voz alta. La gran baza de la radio, ahora tan desaprovechada.

Paco Umbral –todavía, Pérez- invocaba a Sartre, a Juliette Greco, a los referentes de entonces que iluminaban los amaneceres de quienes tenían 20 años con cierta capacidad inquisitiva, con curiosidad por lo que se hacía fuera de España. Pero también a Perico el de los palotes y a quien hiciera falta para acertar en la diana y en el corazón de sus oyentes.

Buenas noches, juventud, diosa matinal del mundo, buenas noches... Tienes levantada una estatua en cada cuerpo virgen, hermosa y mitológica juventud. Estamos aprendiendo, ya que no a vivirte heroicamente, sí a contemplar, cuando menos, el incomparable espectáculo de la juventud sobre el mundo […] ¿Qué otro paraíso terrenal que éste de la edad primigenia y solar?”

Corría el final de la década de los 50 en esa famosa España gris del Franquismo que, oficialmente sería todo lo gris que quieras pero individualmente la gente se lo montaba como podía. Aquel joven periodista, no tocado aún de la rabia por la pérdida de su único hijo, soltaba esta reflexión por los micrófonos de la radio en León:

El revisionismo inexorable e irrespetuoso de nuestro tiempo ha dado a los jóvenes una especie de sabiduría precozmente madura, un terrible y estéril renunciar contra el que no hay nada que hacer. Por primera vez en la historia, quizá, la juventud renuncia a su futuro y no desea ya sino vivir íntegramente su momento irrepetible, bailar descalza sobre su abril total.”

Y suena como si lo hubiera dicho ayer o como si pudiera decirlo hoy mismo. Un joven Umbral que invoca a los de su generación con la madurez de un hombre mayor, como de vuelta.

El poeta locutor se permite cierta capacidad crítica hasta donde entonces se podía llegar, cuando le da las buenas noches al futuro: “Porque una cosa es el futuro de los periódicos, ese futuro apocalíptico y teledirigido, y otra muy distinta el futuro del corazón.”

No sé si le hubiera gustado a Umbral que se publicase este libro, pero me parece que no desmerece del resto de su producción. Umbral es un escritor de altibajos –no sé si hay escritores encaramados siempre en lo excelso, no se me ocurre ninguno- pero en ese libro se aprecia la construcción del escritor que fue después, dueño de una prosa poética bella, desgarradora, a menudo tierna. La prosa que le permitió escribir Mortal y rosa, su libro más querido, una obra catártica, dolorida, cuyo hálito presidió su propia existencia.

No sé si alguna vez será este país justo con la memoria de Francisco Umbral, ya que no es un país apto para la justicia literaria. No sé si eso importa ya. Así que, como aún estamos en enero, vale terminar esta nota con su salutación nocturna al mes que inaugura el año.

Todo se vuelve salutaciones a enero sin pararse a pensar en lo que viene detrás. Y eso que el propio enero es ya un mes de hambre y cuentas escasas. Tras el hartazgo pascual, todos somos en cierto modo mendigos de uno mismo.”

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