Julio Verne, la vida se resume en un mapa

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Retrato de Julio Verne. / Wikipedia

En la Casa del Lector, hasta el 19 de julio, y haciendo compañía a la exposición sobre Roberto Bolaño, se muestra, bajo el título de Nuevos viajes extraordinarios. Julio Verne/Eric Fontenau, una deliciosa colección de objetos, provenientes del Museo Julio Verne de Nantes, del escritor inventor de la ciencia ficción junto a H.G. Wells y otra, que son réplicas actuales a aquellas ideas del novelista, del artista Eric Fontenau, que se han inspirado en las narraciones de éste, sobre todo las referentes a los países imaginarios. El resultado semeja esos gabinetes íntimos, dotados de una atmósfera tan peculiar que son semilleros de los sueños más insospechados, incluso de los más monstruosos, y que poseen un cierto aire de ensueño, que el carácter de los objetos del escritor, todos muy representativos del XIX, potencia porque exigen el aire fantasmagórico del quinqué, el trazo bello de la caligrafía, el terciopelo de los sillones, la atmósfera enrarecida de las estufas de carbón.

El diálogo que Fontenau quiere establecer con Julio Verne requiere una segunda visita ya que el espectador lo primero que hace es dejarse fascinar por los objetos pertenecientes al novelista, lo que no deja de ser obvio ya que dejarse llevar por el diálogo conceptual que se establece entre un escritor enorme del XIX y un artista nacido en 1954 no es fácil de delimitar cuando alrededor de uno se hallan manuscritos de muchas de las novelas, más de 60, que pertenecen al ciclo de los Viajes extraordinarios y algunos de esos hermosos ejemplares, de los más perfectos que nos dio la espléndida tradición editora del XIX, de las publicaciones de Pierre Jules Hetzel, tan idóneas que no hay edición conmemorativa de Verne que no incorpore la edicion de Hetzel, al modo en que los dibujos de Tenniel acompañarán siempre las ediciones de los libros de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll.

Nada más entrar nos topamos con objetos curiosos, un mapa imaginario de la isla misteriosa que Julio Verne dibujaba por etapas según escribía la novela, también una deliciosa maqueta del Nautilus, el castillo del capitán Nemo, que no se parece en nada a aquella fantasiosa versión de un cadillac-submarino de los mares de la película de Hollywood basada en Veinte mil leguas de viaje submarino, y una vitrina bastante inquietante donde cuelgan pequeños escritorios basados en el de Julio Verne. Ni que decir tiene que la obra es de Fontenau.

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Cartel de la exposición. / @mataderomadrid

El plato fuerte está en la segunda sala, la principal, donde nos topamos con uno de esos globos terráqueos, color café con leche oscuro, tan propios del XIX, propiedad del escritor. Si seguimos los trazos inscritos en el globo nos daremos cuenta de que son muescas impresas por el escritor, como hacía Billy el Niño más o menos por las mismas fechas en las culatas de sus pistolas para llevar las cuentas de los hombres que asesinaba, para calcular las distancias de sus islas imaginadas con territorios reales. La visión es borrosa pero hay unas vitrinas al lado, el plato fuerte de la exposición que enseguida nos aclaran el conjunto: junto a algunas bellas ediciones de las novelas impresas por Hetzel, como Michel Strogoff, La vuelta al mundo en ochenta días, La isla misteriosa o De la tierra a la luna, nos encontramos con algunos de los manuscritos de algunas de sus novelas que son tremendamente significativas. Por haber hay hasta una rara curiosidad, el manuscrito de un libro de poemas de Julio Verne, actividad secreta en un escritor que pasaba por ser de un atroz realismo narrativo y que, sin embargo, es una de las mentes más fantasiosas del siglo XIX.

Con Julio Verne hubo siempre un tremendo malentendido: cuesta imaginar que la consideración que ahora se le tiene, incluso como precursor del mundo descrito en Blade Runner, de su última novela, París, capital del siglo XX, que el editor no quiso publicar porque pensó que la novela era bastantes pesimista, lo que en realidad era, pertenece a la segunda mitad del siglo XX, cuando escritores como Julien Gracq se lo tomaron en serio o colectivos como el OULIPO, donde había escritores increíbles como Perec o Raymond Queneau. Hasta entonces había pasado por ser un autor de best sellers que leían todos los niños pero con un valor literario muy limitado. Por eso, cuando contemplaba los manuscritos tan trabajados de Verne, con esa caligrafía de letras de molde, con una idea tan sutil del espacio tipográfico, me vino a las mientes la labor tan importante que entre nosotros llevó a cabo Miguel Salabert, que tradujo la obra de Julio Verne y escribió un libro, El desconocido Julio Verne, en 1974 en CVS, que sigue siendo referencial para cualquier estudio serio sobre el escritor nacido en Nantes.

Merece la pena acercarse a Matadero para contemplar esta exposición: Verne ha llenado el espacio de la imaginación de la infancia europea durante cinco o seis generaciones y, sin embargo, es uno de los escritores más extraños, desconocidos y curiosos del siglo XIX que están aún por descubrir. Ya digo, lean la reciente edición de París, capital del siglo XX, y se toparán con una paisaje dominado por máquinas, rascacielos de cristal, trenes de alta velocidad y calculadoras donde el hombre es incapaz de ser feliz y opta por la autodestrucción. Imagen que rompe con ese constructor de Arcadias del progreso de otras novelas suyas, donde en realidad se ha querido vislumbrar un optimismo que era la propia vitalidad del siglo del imperialismo europeo.

Julio Verne, ese desconocido.

1 Comment
  1. celine says

    Qué bien que recuerdes a Miguel Salabert quien, desde luego y con mucho, era quien más sabía de Verne en España.

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