El último día de Alí Habibi

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De izquierda a derecha: Pedro G. Cuartango, subdirector de 'El Mundo', David Benedicte y Mohammed Azahaf, mediador intercultural y especialista en inmigración, durante la presentación de la novela. / Ediciones B

De David Benedicte he leído algunos libros de narrativa, no de poesía, aunque muchos de los que lo han hecho me han asegurado que es una de las voces más aquilatadas de la generación de poetas nacidos alrededor del 70, por ejemplo, Guía Campsa de cementerios y en su momento reseñé la obra llamando la atención sobre la originalidad de ese modo de narrar. Cuando dije original quise decir que era autor que tenía algo propio que decir y que si bien se ajustaba al canon del género, lo cierto es que poseía cierta habilidad y voluntad endiablada para salirse con la suya, es decir, para escribir de manera genuina, rozando, a veces con maestría el tópico obligado del género. Esto Benedicte suele hacerlo muy bien.

Ahora nos sale con una novela negra, un thriller ambientado en Lavapiés, el barrio que llaman multicultural de la capital, y que narra las últimas horas del marroquí Ali antes de caer muerto. El libro sale en pleno apogeo en los medios de comunicación de la cuestión yihadista, se titula Tiempo muerto para Alí (Ediciones B) y, al contrario que muchos, considero que la actualidad no juega a favor de la novela porque suele dar lugar a malentendidos. Benedicte conoce bien los entresijos del barrio aunque tengo para mí que una cualidad alta de este libro consiste en que se ha inventado una determinada zona dotándola del aire más expresionista que haya podido encontrar. El barrio da para esto e incluso para hacer una incursión en la novela fantástica, pero de lo que se trata aquí es de resaltar esa cualidad, ya que Benedicte no es autor proclive al costumbrismo, antes bien es un dinamitador de géneros porque posee corte lírico y algunas de sus metáforas valen por páginas enteras, lo que es mucho decir. En esta novela el barrio es un lugar que semeja la selva virgen contada por un explorador, no por un nativo, lo que refuerza la sensación de hallarse en terreno hostil, extraño y, lo que es peor, desconocido incluso para los que habitan allí. Esto Benedicte lo perfila con sabiduría, al igual que la tendencia hacia el tópico sociológico, que a veces roza, pero que salva porque la potencia del lenguaje es capaz de redimir cualquier cosa, incluso el momento en que se nos dibuja la ficha del marroquí Alí, nacido en Esauira, y que, acompañado de una perra extraña llamada Sharapova, descuida las enseñanzas del Corán porque juega, con ánimo de poseso, al baloncesto.

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Ejemplares de 'Tiempo muerto para Alí'. / Ediciones B

La novela describe, comienza con tres disparos y finaliza con tres disparos, al modo del bucle circular que inventó James Joyce en Finnegans Wake y que es recurso idóneo en lo literario para cuestionar el sentido narrativo del tiempo, las últimas horas de Alí, de los Habibi, un chico cuyo padre es imán de la mezquita de la calle Ave María, y que se enfrenta de manera trágica al estricto orden religioso y paternal de la familia. Alí mata a un filipino con un destornillador y espera sentencia, desde luego de la policía, que es lo que menos le importa, pero sobre todo de la familia, y es mérito grande del autor que en los dos últimos capítulos asistamos a un juicio, con frases en árabe algunas de ellas, del padre y del tío que casi parece una parodia del juicio final y que nos despierta terrores recónditos. La última escena, de una intensidad bien narrada, da cuenta del asesinato de Alí y del guardia municipal Paco, del que sólo se dice que es “un muni sonriente que lleva a sus hijos Dani y Luís dentro de sí”. La que capta todo este barullo es la hermana de Alí, que parece promesa de futuro en un mundo devastado. Así finaliza el libro. Por ello no hemos reventado nada: la excelencia de la novela no radica ahí sino en el modo de narrar el espanto y aquí esta reseña permanece muda.

En sus Antimemorias, André Malraux describe su experiencia en la guerra sirviendo en carros de combate, cuando tenía a sus órdenes a alguien que presumía de asesino. Allí nos alecciona sobre el invento típico de clase media que ve en el asesinato cierto halo romántico cuando, como dice, las clases altas y bajas han sabido siempre que la cosa es de orden animal, como los lobos. Benedicte, al igual que Malraux, sabe de ese mundo semejante al animal y presiente que los actos se producen con ese afán de absurdo narrado magistralmente por Albert Camus en El extranjero, y ese magisterio no se le ha escapado a Benedicte porque tanto el asesinato del filipino, como el de Alí, como el de Paco mantienen, en el modo de narrarlo, esa bendita objetividad que es un modo de posicionarse ante el mundo, el del atisbo del absurdo, en la contemplación del sinsentido.

Lo que me interesa destacar, sin embargo, de este libro es la estructura tan peculiar del mismo, donde los capítulos se dedican a las horas, como un recuento final, que faltan hasta que acontezca el sacrificio de Alí, porque en el fondo se trata de eso y al modo bíblico, y los párrafos cortos que, como fogonazos, alumbran el destino de todos los personajes, comenzando por Alí pero continuando con el de la hermana de éste, personaje muy acabado y que considero el más rotundo de la novela.

Se hablará a propósito de ésta de yihadismo y cosas similares pero creo que en esta novela David Benedicte ha narrado la historia imposible de un chico marroquí en un ambiente donde reina la opacidad más absoluta, la ley de la supervivencia más atroz y, en el fondo, la ignorancia más terrible, que en este contexto es lo de menos. Queda la tele, emitan lo que emitan, como salida al exterior, como le sucede a la hermana... Los monstruos, nos dice Benedicte, anidan sólo en nosotros mismos.

Ediciones B (YouTube)

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