Paul Strand, el gesto de lo invisible

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La familia Luzzara
La familia Luzzara, Italia, 1953, de Paul Strand / coleccionesfundacionmapfre.org

Hay algo en la fotografía de Paul Strand que sugiere que su autor habría sido carne de cañón macarthista de no haber escapado de Estados Unidos a tiempo. La exposición que ofrece la Fundación Mapfre de su fotografía es inequívoca: a la mirada de Strand le incumbía la gente y sus historias personales, las dificultades de sus vidas, producidas por la eterna injusticia, la inacabable avaricia, el desgaste de vivir.

Era un artista comprometido y decidido, sospechoso a los ojos de la política establecida en los Estados Unidos de su tiempo. Se había formado con Lewis Hine, su primer profesor que le contagió la preocupación por mejorar las condiciones de vida de la gente. Sus fotografías son denuncias como bofetadas, en las que resalta la dignidad de las personas por muy humildes que sean o muy zarrapastrosas que parezcan.

A todo buen fotógrafo se le supone la facultad de saber dar significado al trozo de realidad elegida para fotografiarla. Strand lo hace de forma soberbia. Sus retratos parecen bronces que respiran aire vital, los grupos humanos componen la expresión de una protesta callada pero contundente, los objetos, las calles, los edificios plasmados por él son narradores de historias suculentas, irrepetibles. Las personas, anónimas, sin relieve, adquirían el empaque de un emperador al pasar por sus objetivos.

Empezó en plan exquisito, practicando la fotografía pictórica que se había impuesto hacia la primera década del siglo XX, pero muy pronto se pasó a la calle, espoleado por su curiosidad por las vanguardias, a singularizar objetos sin importancia para darles relieve.

Strand hizo sus pinitos en el cine, con un corto llamado Manhatta (1921), en colaboración con el fotógrafo Charles Sheeler y valiéndose de poemas de Walt Whitman como telón de fondo. Es un cine que funciona como fotografías con movimiento, tratado con el mismo amor con el que Strand fotografiaba a su mujer, Rebecca, o a la cámara Akeley, diseñada para fotografiar animales salvajes y que, a sus ojos, era un objeto bello, no sólo útil.

Amigo del también fotógrafo Alfred Stieglitz, que estuvo años casado con Georgia O’Keeffe,  Strand recibió su apoyo y consejo, aunque desarrolló siempre su trabajo con enorme independencia y un impulso decidido por observar con avidez lo que pasaba a su alrededor, estuviera donde estuviera, Nueva York, Italia, Francia, Ghana…

La Fundación Mapfre atesora una espléndida colección de la obra de Strand, con 111 fotografías que abarcan los cambios que experimentó a lo largo de los años y se jacta –con razón- de tener la mejor colección europea y más completa del norteamericano. Esta exposición permanecerá abierta en la sede de Bárbara de Braganza, de Madrid, hasta el 23 de agosto.

Getty Museum (YouTube)

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