Polvo estival con sonata de grillos

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Lucía Martín *

Imagen: shutterstock
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La genial pluma de Antonio Lucas me descubrió hace unas semanas a Alexandra David-Neél, una mujer digna de admiración que no se dejó atropellar por los convencionalismos de la época que le tocó vivir y que, entre otras cosas, afirmaba: “Que cada cual siga enteramente, siempre y en cualquier parte, el impulso de su naturaleza, ya sea ésta limitada o genial. Solo entonces el hombre sabrá lo que es vivir en lugar de despreciar la vida sin haberla vivido jamás”. Lo del impulso de su naturaleza se me quedó en la cabeza, como esas melodías machaconas que aparecen de improvisto y no consigues quitártelas durante horas. Qué poco sigue la gente el impulso de su naturaleza, qué poco nos dejamos llevar y qué lástima no hacerlo más a menudo. Quizás nos permitamos más la licencia, tan sana, en verano, por aquello de las vacaciones y los destinos en los que no nos conoce nadie. Las dosis de libertad son mayores durante el estío, solo hay que ver el número de pies con chanclas por la calle…

Pienso todo esto después de un buen polvo en el asiento de atrás de un coche. Tuve que pararme a pensar cuántos años habían pasado desde que lo hice en un coche la última vez: calculé rápidamente, mientras me hallaba con las piernas apoyadas en la ventanilla, con la puerta abierta, dejando que el frescor de la noche peinara mi escaso vello púbico. Esta frase la habría escrito de otra forma más gráfica y soez Robe, de Extremoduro, pero no quiero yo asustarles tan pronto, aunque que conste que suscribo todas las expresiones de mi paisano.

Volvamos al polvo en el vehículo. Más de 15 años, haciendo la cuenta rápida. Vamos, que tenía yo 25, también era verano y andaba retozando en la parte trasera de un coche con el que después sería el padre de mi hija. Anda que no ha llovido desde entonces. Seguro que tú, querido lector/a, llevas también una eternidad sin follar en un coche y solo lo usas para ir a comprar el pan, para llegar a la ofi o para desplazamientos largos. Muy mal, porque follar en el coche es muy excitante. Yo quise intentarlo hace unos años, cuando salí, brevemente, con un votante del PP (lo digo aquí para testimoniar de mi error, que acordarse de los errores es bueno, sobre todo para no volver a cometerlos). Decía que lo quise intentar con él, que además tenía un coche molón, un Saab. Pero no pudimos. Cosas de la logística: que si tengo los asientos de las niñas y habría que quitarlos (quítalos y los metes en el maletero fue mi respuesta). Que si tengo el maletero lleno de trastos y no puedo. En fin, tras varios “que si” entendí el mensaje: aquel tipo no quería follar en su coche. Él era más de polvos en la cama y los días de guardar, es decir, los sábados por la noche y no todos que me hacía pasar un hambre… Por eso, y no solo por la tendencia política, nuestra relación hizo aguas pronto.

El tipo de esta noche ni es votante del PP ni va a ser padre de ningún descendiente mío, no llevo intenciones, aunque la verdad yo nunca llevo intenciones de nada, ni siquiera llevaba intenciones de follármelo cuando lo conocí en el bar. Atractivísimo, bien vestido, elegante, buena conversación y sin duda, con el mejor afrodisíaco para una mujer: me hacía reír. Cerramos aquel bar y quedó claro que no queríamos despedirnos. Así que deambulamos por el pueblo hasta encontrar otro bareto abierto. A la tercera copa de vino blanco nuestras lenguas se encontraron, sin contemplaciones, sin dulzura alguna, lo edulcorado lo dejamos para las películas de Hollywood. Me comió la boca él y a mí eso me pone sobremanera porque como soy brava y suelo asustar, me gustan los tipos que no se amilanan y me entran como Mihuras… Pero yo seguía sin tener claro lo del polvo: estaba de vacas, no conocía el entorno, tampoco me apetecía ponerme a buscar un hostal. “Vayamos a otro sitio que estamos dando un show”, me comentó este Adonis que me comía la boca sin tregua. De camino al coche nos íbamos parando en cada esquina, como los adolescentes: seguro que los borrachos que merodeaban por las calles a deshora tuvieron que verme las bragas en más de un momento, porque sus manos, juguetonas, me subían el vestido cada dos por tres buscando los ardores de mi coño. Que parecía un río desbocado.

Cuando llegamos al coche nos planteamos qué hacer y por el rabillo del ojo vimos una pequeña carretera que llevaba a ninguna parte. El lugar idóneo.

Me encanta amanecer al día siguiente con heridas de guerra: un mordisco, un pellizco o las rodillas completamente amoratadas porque te las has desollado vivas con los enganches de los cinturones mientras cabalgabas sobre una buena verga. Fijo que en un Simca 1000 no me las habría lastimado tanto, los coches son cada vez más inhóspitos para según qué cosas.

Una no sabe si es una buena verga o no hasta que se da de bruces con ella. La intuyes a través del pantalón, puedes imaginarla mientras la acaricias sobre la ropa, pero no hay verdad como la verdad desnuda de la polla. Y ésta era buena, vaya si lo era: generosa en tamaño y en diámetro.

“Sube, que estoy como loco por sentirte” me dijo mientras seguía besando mi boca con lujuria. Justo me dio tiempo a sacar el condón, que no sé cómo encontré a la primera en mi bolso de Mary Poppins. Follamos con ansiedad, con prisa, con ganas de corrernos, como podrían hacerlo dos adolescentes. De hecho, al terminar, estábamos los dos riéndonos porque nos habíamos comportado como tal, tanto que acabamos incluso comiendo gominolas mientras mi cabeza descansaba en su pelvis y mis piernas desnudas se abrían a la negritud de la noche. No os podéis imaginar qué gusto follar en el asiento trasero de un coche, en mitad del campo, y que el único sonido sean tus gemidos, los suyos y una sonata de grillos alrededor. No os podéis imaginar qué gusto volver a comportarse como un adolescente al que le bailan las hormonas. Ya estáis tardando en dejaros llevar por el impulso de la naturaleza. Que es verano y el tiempo y los grillos acompañan.

(*) Lucía Martín es periodista y autora de ‘El sexo de Lucía’ (Popum Books, 2014).

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