Alejandra Díaz Ortiz *

Papá canta. Bueno, más que eso. Papá es un pop star. Es el ídolo de millones de fans por el mundo. De hecho, cuando yo nací, Mike Richards ya era una estrella.
¿Qué me envidias? ¡No sabes lo qué dices! Cuando mi padre se va de gira es como si se fuera a la guerra. Al menos así lo llora mi madre mientras él desaparece por meses enteros, casi siempre en verano. Al final, entre el calor y el mal humor que campa por casa, el estío termina por transmutarse en un insoportable hastío.
Mamá blasfema a todas horas. Sobre todo a aquellas en las que no obtiene respuesta al otro lado de la línea telefónica. Tras la cena, va calculando el tiempo previsto para el concierto de turno. Cuando estima que ya se han acabado los bises y rebises, se aferra al teléfono.
A intervalos de cinco minutos, comienza por llamar al número de papá. Luego al hotel. Luego al manager. Al batería, al guitarrista y, así, uno a uno, a todos los del equipo, requiriéndoles cualquier información sobre su marido. Hasta que llega el amanecer y a mi padre le da la gana de llamar a casa y, por supuesto, de montar una bronca monumental.
Eso suele ser el preámbulo de tres días de soledad -y leche con galletas- para mi pequeña hermana y para mí. Y es que, como una cansina canción de verano que se repite año tras año, al colgar el teléfono, mi abatida madre se mete en la cama, como quien se mete en un imaginario útero, incapaz de moverse por temor a renacer.
Primera ley que aprendí en la infancia: las grupis no deben casarse con sus cantantes.
Días después de la bronca, como emulando a Lázaro, papá vuelve a resucitar. Al segundo timbrazo, mamá se levanta como una loca para escuchar como le canta, por enésima vez, una vieja canción que le escribió tras conocerla después de un concierto y que nunca llegó a grabar.
Antes de volver a desaparecer, él le jura y perjura que la echa mucho de menos.
Gracias a eso, retorna el desequilibrado equilibrio a casa. Mamá, pletórica de una súbita energía, nos hace escuchar los discos de papá y repetir sus canciones mientras nos hace ensayar una extraña coreografía para una hipotética fiesta de bienvenida a nuestro pop star que, estoy segura, nunca llegaremos a celebrar. Pero, al menos, reina la paz durante un tiempo.
Hasta que algún medio airea una de las famosas correrías nocturnas de mi padre, como siempre, rodeado de grupis. Entonces, igual que todos los años, mamá nos deposita en casa de los abuelos y desaparece, resuelta a rescatar a su ídolo. No la volvemos a ver hasta que reaparece feliz, colgada del brazo de papá.
Esa alegría dura unos quince días. Luego, aburrido de la bucólica vida familiar, mi padre se escabulle en el estudio para preparar "el nuevo material"… Y vuelta a rodar.
Según voy creciendo, mi compasión hacia mi madre aumenta. Paso de pelearme con ella, aunque trato de entender la enfermiza pasión que siente por su marido.
Para mí es un hombre extraño que apenas para por casa, mientras que mis amigas y novios no quieren salir de ella. Creen que es genial tener un padre que sale en la tele porque trabaja dando saltos en el escenario calentando jovenzuelas. Pues no, no lo es.
Nada más lejos del glamour que ver a tu padre desaliñado, deambulando en calzoncillos por toda la casa. Es un gruñón neurótico que no soporta el más mínimo ruido, ¡cómo si no viviera de él! Un maniático que no tolera el desorden ¡cómo si su camerino fuera un ejemplo de ello! Se tira pedos y le huelen los pies. Lo cierto es que, de no haber tenido éxito, le habría tocado seguir la suerte de su padre, un cansado vendedor de carretera.
Pero se convirtió en la estrella que esta noche da un concierto en la ciudad. Y aunque papá está aquí -¡el diablo sabrá dónde!- no nos ha llamado. Aún así, mamá nos llevará a verlo.
Hoy presenta su nuevo trabajo discográfico. Según los críticos, «Two hearts» es una obra maestra. Es el canto desgarrado de un corazón a otro, que se confiesa incapaz de amar a nadie más.
Mamá está muy herida. «No soy sin ti», el primer sencillo del disco, es la clave de su enfado. Está segura de que esa canción la escribió pensando en otra mujer. Papá jura que la hizo inspirado en su familia.
Yo estoy convencida que se la escribió al hombre que le canta al otro lado del espejo. Al único que él ama.
Por eso, y no por otra cosa, no soporto el pop. Lo siento.
Me ha gustado el relato. Pero al final hay un despiste: «Yo estoy convencida que se la escribió…». Pregunto:¿no debería ser:»yo estoy convencida de que se la escribió…»
Se oye y se lee: soy consciente que…estoy seguro que… me doy cuenta que…(Queísmo)(En la radio, en la tele,,,). Llama la atención lo poco que nos esforzamos por dominar la lengua que utilizamos. Un saludo,