Cuando Mozart y Salieri eran colegas

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El verdadero Antonio Salieri, por Joseph Willibrod Mahler. / Wikipedia

El odio mortal de Salieri contra Mozart es una de esas fábulas intemporales sin ninguna base real que van engordando a base de repetirse y repetirse, según el modelo de la famosa sentencia publicitaria de Goebbels. El cuento lo empezó Pushkin en un relato breve que sirvió de libreto a una ópera no muy conocida de Rimski-Korsakov; después dio pie a Amadeus, una extraordinaria obra teatral de Peter Shaffer, quien fue también el guionista de la película homónima -y no tan extraordinaria- de Milos Forman.

En un museo de Praga se descubrió hace poco la partitura de una cantata escrita al alimón entre el genio de Salzburgo y su supuesto archienemigo, Antonio Salieri. Dicha colaboración demuestra una vez más, por si hiciera falta, que su rivalidad nunca pasó del campo profesional, donde se admiraban y se respetaban mutuamente. A la hora de recoger el Oscar al mejor actor (creo que por una vez Salieri no fue secundario), F. Murray Abraham agradeció a su compañero de reparto, Tom Hulce, su extraordinario trabajo y aseguró que el mundo siempre asociaría su carcajada gallinácea con la risa cristalina de Mozart. Se trataba, por supuesto, de una burda falsificación histórica, tan chillona como la trama criminal o las pelucas esponjosas que adornaban la cabeza del compositor, representado al estilo de un punky dieciochesco. Ni Mozart era un botarate medio idiota que recibía melodías caídas del cielo como si fuera un médium, ni Salieri un inútil malvado y corroído por la envidia. Lo que ocurre es que la mentira del cine (la mentira del guión de Schaffer sumada al talento visual de Forman y a la magnífica puesta en escena) puso en pie una pasmosa falsificación cuya única semejanza con la realidad estriba en el nombre de los personajes.

Las incongruencias de Amadeus (tanto de la obra teatral como de la película) respecto a los hechos históricos resultan vergonzosas. En La inocencia del devenir, el filósofo Michel Onfray señaló las más importantes: "¿Qué muestra Forman? Un Mozart pedorrero, de risa histérica, un chiquillo indecente, genial, que electriza todo lo que toca. Dos o tres cartas escatológicas indecentes enviadas a su prima y que realmente pueden leerse en su correspondencia no bastan para transformar a un hombre en un perpetuo lanzador de pedos (...) ¿Y las groserías permanentes? ¿Cuáles son sus fuentes? ¿Qué biografías consultó?".

Coincido con Onfray en subrayar que, a pesar de estas libertades, lo más grave de la versión Schaffer/Forman es la tergiversación impuesta al personaje de Salieri, un compositor notable que sale retratado como un mediocre celoso, además de perverso, homicida y sacrílego. Más lamentable todavía resulta leer esta declaración conjunta de director y dramaturgo intentando justificar el engendro: "El film no pretende ser una obra biográfica, aunque lo es, sino que intenta llegar a un público más sencillo, menos sofisticado". Lo mismo podían haber dicho que lo que habían perpetrado era una película histórica para imbéciles.

Al menos queda para el recuerdo -aparte de la música de Mozart- la interpretación soberbia de F. Murray Abraham, un actor magistral cuyo difícil carácter le ha relegado a este tipo de papeles. Cuando años después Jean Jacques Annaud lo reclutó para el elenco de El nombre de la rosa, telefoneó a Milos Forman para preguntarle si era verdad que resultaba muy difícil trabajar con él. "Depende del papel que vayas a darle", respondió diplomáticamente Forman. "De inquisidor" respondió mosqueado Annaud. "Estupendo, no vas a tener problemas".

De haber poseído algunos de los rasgos de ese monstruo maquiavélico incorporado por Abraham, Salieri (que tampoco estuvo en ningún manicomio) habría sufrido después lo indecible, cuando le tocó ser profesor de futuros prodigios de la música como Beethoven, Schubert y Liszt. En realidad, el italiano no sólo admiraba a su colega sino que fue uno de los pocos que asistieron a su entierro. Mozart tuvo su final en una fosa común y unas paladas de cal no porque fuese un músico pobre y desconocido (al contrario, era uno de los compositores más célebres de su época y derrochaba dinero a espuertas) sino porque el cochero erró el trayecto y llegó al cementerio cuando estaban a punto de cerrar la cancela. En el caso de Amadeus, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

AFPBB News (YouTube)

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