ARCO 2016, bajo un conservadurismo obligado

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Visitantes recorren los pabellones de la Feria Internacional de Arte (ARCO) 2016. / Fernando Alvarado (Efe)

ARCO siempre promueve los sentimientos encontrados. Por un lado, uno desea que esta feria sea importante para así poder hacerse un hueco entre las grandes, y eso a pesar del repaso que nos dio Art Basel en Miami. Por otro, cuando te acercas a ver la cosa, no puedes aguantar más de una hora, después de buscar agujas de oro en pajar de heno pasado y beberte algunos gin tonics, bebida en que ARCO parece superarse año tras año a tenor de que algunas veces parecen servirse ensaladas con ginebra en vez de la normal combinación; y, de paso, hartarse de ver pasear lo que ahora se llama postureos de todo tipo, desde la pamela un tanto obsoleta, propia de la época de la infancia de ARCO, en pleno felipismo, hasta el caro traje de proletariado años treinta que parece es tendencia.

Ya la Feria ha sido inaugurada por los Reyes, Felipe y Leticia, y se han dejado ver los representantes de las instituciones, a veces en combinaciones curiosas, o no tanto, como la de ver juntas a Carmen Lomana y nuestra alcaldesa, Manuela Carmena. A Carmen le gusta posar junto a lo que ella considera nuevos tiempos y hace meses que invitó a una fiesta a Iñigo Errejón, por aquello de crear tendencia, y ahora toca centrarse en lo que se presenta, que no es poco, en el espacio inmenso de los pabellones 7 y 9 de IFEMA: 221 galerías de 27 países bajo el lema Imaginando el futuro. Inquietante metáfora.

ARCO se inauguró por vez primera en 1982 con Juana de Aizpuru al frente. Carlos Urroz, que prefiere celebrar los 35 años por todo lo alto en vez de los 40, ha traído, gracias a María Corral y Lorena Corral, firmas internacionales, como Mariam Goodman, de Nueva York, Lisson, de Londres, Kurimanzzuto, de México, que abandonaron ARCO en años anteriores y que han venido por aquello de la celebración. Lo que ha hecho decir a María Corral que estamos a la altura de Basel. Nada menos. Inquietante opinión por lo que tiene de auto-engaño.

Porque lo cierto es que ARCO es una feria donde, según dicen los galeristas, el comprador suele gastarse entre 3.000 y 10.000 euros, lo que hace que entre estos y la compra de las instituciones se termine salvando la temporada, pero deberíamos saber que esas cifras son las que gastan las galerías extranjeras en el sueldo de sus asesores. De ahí que lo que uno oye es voluntarismo puro y duro y lo que uno ve es conservadurismo teñido de nostalgia. Ah, aquellos tiempos en que se hacía caja. En este sentido, ARCO es un fiel reflejo de la política española. De la de siempre.

Me paseo por los stands y me encuentro con cosas de todo tipo. Entre las que hacen mercado, una instalación, Two figures one laughling... de Juan Muñoz; en Elvira González, Mujer en bañera, de Antonio López; en Marlborought, -2 millones y medio de euros-, escultura de Baselitz; en Thaddaeus Ropac, Yellow Song, por 1 millón de euros; en Lisson de Londres, una obra de Anish Kapoor, Random triangle mirror, por bastante más de 1 millón de euros, y, claro, las obras de siempre de Tàpies, Joan Miró, el correspondiente Picasso, Kounellis, el cubano Wilfredo Lam, hasta Jaume Plensa. Esto en lo que respecta a lo que se vende. Lo dije, conservadurismo. No queda otra.

Porque ARCO, que es feria que tenemos que salvar, no se ha recuperado del palo de que Art Basel se instalara en Miami y acabara con el proyecto de ARCO como puente trasantlántico entre Europa y Latinoamérica. De todas formas siempre nos quedará Portugal, dicen, con la mirada puesta este mes de mayo en la capital lusa, donde se inaugura ARCOlisboa, pero lo cierto es que la crisis y la falta de dinero negro ha hecho que las ventas mermen hasta extremos inconcebibles. ARCO lo tiene crudo.

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La reina Letizia contempla las obras expuestas en ARCO durante la inauguración de la feria. / Juan Carlos Hidalgo (Efe)

Pero sigamos con el símil político. Bien es verdad que la nostalgia y el conservadurismo son la nota esencial de la feria, porque es de donde sale el dinero. Pero ARCO atiende la futuro, a las fuerzas emergentes, y por ahí hemos visto una performance de Iván Sikic, artista peruano, Madrid Chapter, donde un hombre en calzoncillos negros anda hacia atrás recorriendo los distintos stands mientras, -la cosa dura 4 horas-, otro le va pegando en el cuerpo laminilllas de oro. El hombre de los calzoncillos negros es Mohamad Kuruman, refugiado sirio, que huyó hace años con su familia a España desde Líbano. En el stand donde expone Sikic, Luís Adelantado, se puede adquirir por 3.000 euros una botella hecha por él, recubierta de oro, que contiene monedas por valor de seis céntimos y que flota en un cubo de cristal que contiene agua del Mediterráneo.

Así, en la galería Beta Pictoris, de Alabama, Travis Sommerville imagina horcas, imágenes del Ku Kux Klan... Es una actualización de La balsa de la Medusa, de Géricault, para dar cuenta del drama del racismo en Estados Unidos con los emigrantes latinos, negros y los indígenas indios. Fuera de la feria lucen camiones pintados por seis artistas jóvenes, Abraham Lacalle, Javier Arce, Suso 33, Javier Calleja, Marina Vargas y Okuda San Miguel que, después de que cierre ARCO, el domingo, recorrerán España.

Pero no nos podemos despedir sin rendir homenaje a lo espectacular, y nunca mejor dicho: Pabellón suspendido III. Los sueños, una galería de hierro trenzado ideado por Cristina Iglesias, viuda de Juan Muñoz, que actúa a modo de refugio y que fue inspirada por Solaris, de Stanislaw Lem.

Mientras, dentro, sigue el postureo. Que no decaiga. Es parte de ARCO. La que no se vende.

AGENCIA EFE
1 Comment
  1. paco otero says

    leído…un cinco escaso para el arte contemporáneo en nuestra sociedad occidental…pero al igual que la política el mundo de la creación pictórica es fiel reflejo de nuestra mediocridad(y lo de mediocre ya es una apreciación alta)rulante…aclaro hoy prácticamente no se camina se rula

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