‘¡Cómo está Madriz!’, vigencia política de la zarzuela

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Una escena de '¡Cómo está Madriz!'. / teatrodelazarzuela.mcu.es

Una de las más terribles paradojas del franquismo consistió en haber manipulado dos géneros artísticos de raigambre popular y reivindicación social, como fueron la zarzuela y la copla, ésta de esencia republicana, para transformarlas en sujeto de explotación del folclore. Ello hizo que las generaciones de los años sesenta despreciaran con cierta saña y evidente desprecio tanto un género como otro, sin percatarse, por ejemplo, que las chulapas de La verbena de la Paloma son las mujeres libres que trabajaban de cigarreras en las dependencias de La Tabacalera, de Embajadores y que esta zarzuela dejaba entrever una reivindicación social evidente. Este tremendo malentendido nos ha perseguido hasta hoy.

De ahí que el estreno de ¡Cómo está Madriz!, en el Teatro de la Zarzuela sea bienvenido más que nada porque vuelve a dejar en su sitio a un género que ha reunido, como la opereta vienesa, con pasión a todas las clases sociales, lo que en épocas de intensa división social, como fue el siglo XIX, actuaba como una curiosa unión que no tenía más remedio que decantarse en una especie de música de esencia nacional. El que el pasado miércoles un grupo de una docena de personas irrumpiera en la sala, estaba entre el público la alcaldesa Manuela Carmena, no fue nada nuevo desde que esta zarzuela se estrenara el 20 de mayo. Todos los días, entre el público, hay personas que manifiestan su discrepancia con lo que se representa y el exalcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, entre otros títulos y destacado melómano, adora a Bruckner y es sobrino bisnieto de Isaac Albéniz, se levantó de su asiento y abandonó el recinto del Teatro manifestando que le costaría mucho volver a la Zarzuela. Lo que sucede es que este miércoles la cosa tomó rumbos inquietantes, estaba la alcaldesa, aunque en boca del director de la Zarzuela, Miguel del Arco, no parecía que fuese algo planeado sino que se desbordó hasta el punto de reventar la función.

La obra es una mezcla de La Gran Vía y El año pasado por agua, las dos de Federico Chueca, autor que me descubrió, mi generación, ya digo, tuvo un grave problema con la zarzuela y la copla, aunque menos con ésta última porque ya sabíamos de Miguel de Molina, con esas imposibles camisas de topitos y, qué narices, nos gustaba a rabiar la Piquer , nada menos que Friedrich Nietzsche, a quien le fascinaba La Gran Vía cuando la vio representada en Turín.

Opinaba Nietzsche, en clara ascendencia benjaminiana, que La Gran Vía era la primera obra musical donde se daba cabida a la ciudad, al modo, esto ya no es de Nietzsche, que Edgar Allan Poe había realizado en su famoso cuento sobre la multitud. Parece ser que lo que más le gustó fue el coro de Los Ratas porque se ensalzaba a unos delincuentes y eso era pura novedad en las representaciones musicales.

El filósofo tenía razón: a él le impresionó, pero lo que más escuece hoy día sigue siendo ese coro de Los Ratas. Sucede ahora que mientras éstos cantan se proyectan en el escenario fotografías de Miguel Bernard o Blesa o Rato o Luis Bárcenas, prueba contundente que da la razón a lo que director de la obra ha querido hacer con la unión de estas dos zarzuelas de Chueca y Valverde: que lo que estaba vigente en el siglo XIX en verdad hoy día ha cambiado muy poco. Gallardón es adepto a Bruckner, compositor esencialmente wagneriano y afecto a Nietzsche, en este sentido nuestro exministro de Justicia y exalcalde ha hecho poca justicia al filósofo alemán: no ha entendido gran cosa de lo que ahora sucede por una cuestión de anacronismo. En cuanto algo se actualizan los problemas surgen las viejas ronchas. Ya en el franquismo se suprimieron “El vals de la seguridad” o el “Pasodoble de los sargentos” porque suponían era burla de la autoridad. Lo eran.

La obra es provocadora e incide en toda la actualidad política, en especial la corrupción, donde no hay partido que se salve. En este sentido cabe decir que lo de las fotos de nuestros corruptos notorios era un tanto innecesario, por ser demasiado fácil, al igual que lo de la felación a un cura. Por contra, lo de la tertulia en que coinciden Valle-Inclán, Baroja, Benavente y Antonio Machado y donde se le llama maricón a don Jacinto, aunque ahora choque un tanto, es justo: éramos así y punto. No hay vuelta de hoja.

La idea de Miguel del Arco no es nueva. Se trata de establecer un paralelismo entre la Restauración de Cánovas Sagasta y los tiempos actuales con la alternancia PP -PSOE, idea que cada vez está más enraizada. Desde luego el vecino de la Plaza Mayor que no puede dormir y que cuando lo hace se le aparece el Madrid cantado por Chueca y Valverde es buena, al igual que los espectaculares movimientos de escena. La parte de canto se resiente a favor de la labor puramente de actores y se tiene vocación mala por el griterío. Paco León está estupendo como señor al que se le aparece en sueños aquel Madrid, y éste, tan semejante.

Una zarzuela que no ha pasado sin pena ni gloria, como todas, si no hubiese sido por el escándalo del miércoles pasado. Muchos, desde luego, así lo creen. Nosotros no.

El género ha demostrado, una vez más, que posee vigencia. La taquilla se ha agotado hasta la representación de este domingo 12 de junio.

Nosotros hemos querido dejar constancia de que ese lleno no obedeció sólo a ese hecho aislado sino que la obra lo merece. Seguro que se repondrá.

Teatro de la Zarzuela (Vimeo)
1 Comment
  1. asies says

    Totalmente de acuerdo.

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