Michael Herr: Dios ya pensará algo

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MIchael Herr. /Anagrama.
Michael Herr. / Anagrama

El pasado 24 de junio fallecía en Nueva York Michael Herr, escritor, periodista, guionista de cine, autor de uno de los mejores reportajes bélicos jamás escritos: Despachos de guerra. Enviado por la revista Esquire al epicentro de un horror que iba a revelar al mundo la cara oculta del sueño americano, Herr se convirtió, sin quererlo, en el Jenofonte de la guerra de Vietnam, esa guerra sucia, larga, sanguinaria y putrefacta donde no había héroes homéricos ni princesas raptadas. Para hacerlo, tuvo que encontrar su voz, afinar su instrumento, aguzar su oído hasta captar toda la agria cacofonía de la vida en combate: el gemido ronco de los moribundos, el silbido de las balas, el temblor de los incendios, la demencia, el pavor y la esquizofrenia atroz de las trincheras. "El periodismo convencional no sirve para cubrir esta guerra" escribió Herr, "del mismo modo que un ejército convencional no puede ganarla".

Cuando regresó de Vietnam, aturdido, traumatizado, tardó casi diez años en ordenar las crónicas publicadas en la revista y darlas a la imprenta para publicar el libro que fue aclamado como clásico indiscutible desde el día de su aparición. John Le Carré, Robert Stone, Tom Wolfe y Hunter S. Thompson, entre otros, le rindieron pleitesía. En Despachos de guerra, Herr logró expresar no sólo el descenso de una nación a los infiernos sino el propio subconsciente aterrorizado de una época que se estaba haciendo pedazos. Las drogas, el alcohol, el rock y la psicodelia se mezclan con las explosiones del napalm y el tableteo de las ametralladoras, acertando con la tonalidad particular de una experiencia de la que ningún combatiente, ningún testigo, podía salir indemne. "Vietnam fue lo que tuvimos en lugar de una infancia feliz", fue el sonoro epitafio con el que Herr describió su viaje al corazón de las tinieblas, una catarsis en dos tiempos (1967 y 1969) cuyo recuerdo no olvidaría nunca.

La fama instantánea le valió una llamada de Francis Ford Coppola para que le echara una mano con el intratable guión de Apocalypse Now. Con su experiencia en primera línea de batalla, Herr profundizó los detalles del combate y la psicología de los soldados, esmaltando más aún la alucinante y soberbia pesadilla imaginada por John Milius a partir de la novela de Conrad. Poco después Stanley Kubrick le pidió que escribiera la adaptación de La chaqueta metálica, basada en la novela de Gustav Hasford, The Short-Timers, un libro donde Herr reconoció los mismos acordes alucinantes que había escuchado en medio de la selva vietnamita:

Portada del libro editado por Anagrama, Despachos de guerra, de Michael Herr.
Portada del libro editado por Anagrama.

– ¿Cómo puedes disparar a mujeres y niños?

– Fácil, sólo hay que apuntar un poco mejor. Qué puta es la guerra, ¿eh?

Al contrario que con muchos de sus colaboradores, Kubrick mantuvo la amistad con Herr a través de largas e intempestivas conversaciones telefónicas. Quiso reclutarlo para un trabajo sobre un nazi enamorado del jazz, un guión basado en hechos reales que fue otro de los muchos proyectos abortados del genio neoyorquino, su segundo acercamiento fallido al Holocausto tras 'The Ayran Papers'. Herr no quiso participar, del mismo modo que rehusó amablemente la petición para pulir los diálogos de 'Eyes Wide Shut'. El gran director murió antes del estreno de la película y Herr se arrepintió de su negativa con un libro breve y hermoso titulado simplemente Kubrick.

En los últimos años vivió aislado, apartado de todo, igual que los veteranos de guerra cuya memoria ha quedado encasquillada para siempre en el olor a pólvora y el fragor del combate. Él mismo había descrito ese limbo en las páginas finales de Despachos de guerra, la sensación de haber envejecido décadas en apenas unos meses, con el alma flotando como "un inmenso paracaídas gris (...) esperando que se abriera". Alguien dijo una vez que hay escritores que van a la guerra de Vietnam, vuelven, lo cuentan y parece que han ido a por tabaco; del mismo modo que hay escritores que van a por tabaco, vuelven, lo cuentan y parece que han ido a la guerra de Vietnam. Michael Herr pertenecía a otra estirpe:

Cuando pasó el tiempo suficiente y el recuerdo se distanció y asentó, el nombre mismo se convirtió en una oración, codificada como toda oración, para superar los límites del ruego y de la gratitud: Vietnam Vietnam Vietnam, dilo otra vez, hasta que la palabra pierda toda su vieja carga de dolor, de placer, de horror, de culpa, de nostalgia. Entonces y allí, lo único que hacían todos era intentar sobrevivirlo, mascadura existencial, no había ateos en unas trincheras que te parecían increíbles. Incluso la amarga fe refractada era mejor que no tener ninguna, como el marine negro del que contaron que durante un intenso bombardeo, en Con Thien, dijo: "No os preocupéis, muchachos, Dios ya pensará algo".

Supersubjetc20 (YouTube)
1 Comment
  1. Y más says

    Epico. Triste.

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