José de Ribera, el gran tenebrista y grabador pendenciero

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'Cabeza de guerrero', de José de Ribera. / Museo del Prado.

Coincidiendo con la publicación del primer catálogo de dibujos de José de Ribera, El Españoleto, que ha realizado el Museo del Prado junto al Meadows Museum de Dallas y la Fundación Focus, la institución ha programado una exposición que se abrirá al publico el 22 de noviembre y estará en la sede madrileña hasta el 19 de febrero del 2017. La importancia de esta muestra reside en que Ribera, El Españoleto, siempre fue adscrito a la corriente proveniente de Caravaggio, pero en agudo contraste con éste, más dedicado a la pintura, nuestro artista dibujó con ahínco, placer manifiesto, gran cantidad de lo que ahora se llamaría arte gráfico, estando tremendamente interesado en la formación del diseño.

Ribera fue un virtuoso de la pluma, la tinta y el lápiz. La muestra del Prado quiere mostrar esa habilidad, amén de la originalidad de los temas tratados: estudios anatómicos y de figuras, algo normal en aquel tiempo, pero también escenas de martirio y tortura o de tortura oculta bajo el martirio, ofreciendo la oscura sensación de un sadismo del que no está exento Caravaggio. Sucede que los dibujos son tan proclives a ser sujeto de análisis científico de lo mostrado que ese aura de sadismo queda atemperado por un trazado expresionista pero muy dado al detalle. Ribera. Maestro del dibujo se perfila, así, como una exhaustiva exposición sobre El Españoleto, más de setenta obras, que supondrá un antes y un después en la manera de tratar a este artista y colocarle en el lugar que se merece, la de los Grandes Maestros del Barroco.

Comisariada por Gabriele Finaldi, exdirector adjunto de conservación del Museo del Prado y actual director de la National Gallery de Londres, Ribera. Maestro del dibujo reunirá, en la sala C del edificio Jerónimos, obras maestras ya conocidas como Sansón y Dalila o el San Alberto, junto a dibujos recientemente descubiertos, como Aparición de Cristo resucitado a su madre o dibujos nunca antes expuestos en España, como los doce dibujos de los que forman parte las Adoraciones, de Berlín y Nueva York, o el Hércules descansando, de Malta. Para formar tan formidable corpus ha hecho falta la colaboración de diversas instituciones, entre ellas el British Museum, el Fitzwilliam Museum de Cambridge, el neoyorkino Metropolitan Museum , el Istituto Centrale per la Grafica de Roma, el Museo de Bellas Artes de Córdoba o el de Bellas Artes de San Fernando. Todo ello para dejar chica la muestra habida de El Españoleto en 1992 , que dejó una impresión difícil de olvidar. Con esta exposición se rinde justicia a uno de los grandes dibujantes de su época, cuyos grabados alcanzaron gran difusión estando en vida el pintor por toda Europa y que fueron del agrado de Rembrandt, lo que es mucho decir.

Pendenciero, discípulo de Francisco Ribalta, Ribera, nacido en Játiva, es uno de los grandes hacedores de la escuela tenebrista, creada por Caravaggio, pero que atemperó con rasgos más luminosos cuando le influyó la pintura de Van Dyck, siendo de este modo uno de los pintores más curiosos de la llamada 'Escuela Napolitana'. Ribera, corto de estatura, pasó la mayor parte de su vida en Italia, donde fue conocido con el sobrenombre de “Lo Spagnoleto” por ser canijo y, además, sentirse muy orgulloso de ser español, ya que firmaba como “Jusepe de Ribera, español” o “Setabense”, es decir, de Játiva.

Ribera estuvo primero en Cremona, Parma y Milán y luego se trasladó a Roma, donde se metió de lleno en la pintura de Reni y Ludovico Carracci y conoció a los tenebristas holandeses que en la Ciudad Eterna imitaban a Caravaggio. Desde entonces la fascinación dejada por este pintor fue tan intensa que necesitó la influencia posterior de otro de los grandes, Van Dyck, para sacudirse parte de su yugo. Tenebrista, pues, y muy agudo en sus temas, se trasladó a Nápoles, a la sazón Virreinato español, porque creyó que allí iba a ganar más dinero.

Fue en esta ciudad –se aposentó en casa de Giovanni Bernardino Azzolini, a quien hizo su suegro casándose con su hija quinceañera–, donde Ribera comenzó su labor como grabador, fama que recorrió toda Europa hasta el punto del elogio de Rembrandt, que ya apuntamos. Ribera tuvo suerte, pues fue niño mimado de virreyes y eclesiásticos, los mecenas de la época y, además, al ser Nápoles perteneciente al Imperio, su obra tuvo una difusión enorme en España, donde dibujos y grabados fueron muy bien acogidos. Velázquez, de hecho, le visitó en esa ciudad en 1630.

Es entre 1620 y 1626 cuando Ribera pinta menos cuadros y se centra más en los dibujos y grabados al aguafuerte, que es lo que nos concierne. De esos años son obras maestras del grabado tales como San Jerónimo leyendo, El poeta y Sileno ebrio... en fin, unas diecisiete planchas que Ribera realizó antes de 1630 para captar clientes para su pintura, que era lo que realmente le interesaba.

Es ironía que Ribera grabara al modo de fotografías de catálogo y que se juraba una y otra vez que en cuanto su pintura fuera conocida dejaría el grabado y el dibujo y que ahora el Prado le homenajee con ellos como uno de los grandes de su época. No es la menor de ellas: sus temas, reprochados durante siglos como vulgares, son ahora vistos como descripciones de verdades que querían ocultarse en aquellos años bajo ropajes simbólicos y que tanto Caravaggio como él desbarataron.

Una muestra más que curiosa: imprescindible.

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