Francesca Woodman desaparecida

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Fotografía de Francesca Woodman
'Untitled, Providence, Rhode Island, 1975-1978'. Fotografía de Francesca Woodman. / bernalespacio.com

A menudo, no tener ni la menor idea de lo que vas a ver es la mejor manera de recibir el mensaje. No había oído hablar de Francesca Woodman ni conocía su obra ni sabía nada de ella cuando abrí las puertas de la galería Bernal Espacio, en Madrid, y aquellas fotografías en blanco y negro revelaron su orbe de espíritus. Rincones oscuros, paredes en descomposición, manchas de humedad y, en primer plano, el cuerpo de una muchacha. A veces iba sin ropa pero siempre estaba desnuda y la impresión que producía cada imagen era la misma de esos viejos daguerrotipos donde habían intentado capturar un fantasma. En algunas, el fantasma aparecía en movimiento, como una sombra arañada por la luz. En otras, permanecía tercamente instalado en su desnudez, gravitando sobre la carne y la piel, señalando el lugar donde ya no estaba. En la más aterradora de todas era apenas un fogonazo borroso atravesando la lápida de un cementerio.

Segunda fotografía de Francesca Woodman.
'Untitled, New York,
1979-1980'. Fotografía de Francesca Woodman. / bernalespacio.com

La muchacha era Francesca Woodman, una joven artista estadounidense que se suicidó a los 22 años, arrojándose desde lo alto de un edificio del Lowear East Side en Manhattan. Hija de una pareja de artistas plásticos, George y Betty Woodman, Francesca Woodman descubrió la fotografía cuando su padre le regaló su primera cámara. Durante una estancia en Roma estudió a fondo la pintura renacentista y el surrealismo, pero en seguida absorbió esas influencias en un estilo absolutamente personal. Más que estilo, en el caso de Woodman, se podría hablar de visión, el intento por atrapar la esencia de algo que se le escapaba, quizá su propia vida. Se colocaba ella misma como modelo la mayoría de las veces, por comodidad también, pero más por la obsesión de saber cómo y quién la miraba.

Para ella el arte del autorretrato acabó convirtiéndose es una forma de ilusión, de elusión, de desilusión, puesto que las casas en ruinas, los espejos empañados, las sillas y los muros no son tanto el lugar donde sucede el misterio sino el misterio mismo, su circunvalación y su objeto. La cámara de Francesca Woodman no retrata el espacio sino el tiempo, un tiempo donde ella ya no está y lo que causa tanta desazón al mirar su obra es la sospecha de que nunca estuvo. "Estoy tan cansada como vosotros de mirarme" escribió en una de sus cartas. "Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones". Basta observar cualquiera de esos autorretratos donde nos mira con una cara átona y desamparada para comprender que lo decía muy en serio. Hay algo obsceno en el espectáculo de esas fotografías desenfocadas, como asomarse a un abismo ajeno, asistir a una ceremonia que nunca tuvo lugar y a la que no hemos sido invitados.

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