50 años de El padrino: todo por una deuda de juego

  • Mario Puzo era ludópata, le gustaban los casinos, en los que perdió miles de dólares. Las Vegas era un lugar que adoraba y al que estaba enganchado
  • El elegido para la dirección fue fue Francis Ford Coppola, que también tenía que alimentar a una familia, muchas deudas con su recién fundada compañía independiente y bastante prestigio como guionista

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Fue el creador de una de las frases más legendarias del cine: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”. Editores, productores y lectores conocían su inconfundible aspecto: grandes gafas sobre sus ojos ojerosos, enorme habano en sus dedos y camisas con cuellos de grandes puntas. Mario Puzo era ludópata, le gustaban los casinos, en los que perdió miles de dólares. Las Vegas era un lugar que adoraba y al que estaba enganchado.

De hecho, el personaje de Moe Green, amigo de juergas de Fredo Corleone y liquidado por Michael, es un tipo del hampa sobre el que Puzo se documentó bien. El judío y todopoderoso Moe Greene está basado en Bugsy Siegel, que fue asesinado con un tiro en el ojo. Bugsy fue fundador de Las Vagas e íntimo de Meyer Lansky, que en El padrino II es el Hyman Roth, el viejo enfermo que descansa y conspira en Florida. Y no acabó ahí la relación de Puzo con la ciudad del juego: en 1975 escribió Los tontos mueren, sobre un escritor obsesionado por los casinos de Las Vegas y que él consideró su mejor obra.

La adicción al juego y los despilfarros de Puzo se multiplicaron y la cosa llegó a ponerse realmente seria. De hecho, llegó a conocer el aliento en la cara de un matón de la mafia que le había prestado mucha pasta. O pagaba once de los grandes o le partían las piernas. Quién sabe si le confeccionaban un holgado traje de cemento.

Aterrorizado, el escritor, que había publicado ya dos novelas, una titulada La Mamma y que se había vendido muy bien, pidió cita para hablar con el nuevo jefe de producción de Paramount, un joven de piel bronceada, pelazo y también aficionado a las grandes gafas, las fiestas y la cocaína. Se llamaba Robert Evans y solo había sido sastre y un espantoso actor en películas como El hombre de las mil caras o Fiesta, pero con solo 34 años estaba en la cima de Hollywood.

Evans atendió en su lujoso despacho al orondo y nervioso Puzo,que se sentó y fue directamente al asunto: tenía una deuda de 11.000 dólares y una idea para escribir una novela sobre las familias de la mafia en Nueva York. Solo tenía 20 páginas escritas.

“Bob, o me lo compras o me parten las piernas”, remató. Evans entendió la urgencia, le gustó la idea de Puzo y le ingresó en el banco más dinero del que necesitaba: 12.500 dólares. Antes de indicarle la salida le espetó: “Escribe el puto libro”.

Fue una jugada extrañísima para un gran estudio porque la novela de Puzo se iba a llamar The Mafia y precisamente Mafia era el título de una película sobre el crimen organizado que acababa de estrenar Paramount y que había sido un auténtico fiasco. Los responsables eran el guionista Lewis John Carlino y el irregular director Martin Ritt.

En la película, protagonizada por Kirk Douglas, también el hijo de un poderoso jefe de la Mafia regresa de la guerra, en este caso de Vietnam. En la novela de Puzo Michael no quiere participar en los negocios criminales de los Corleone e ingresa en el muy pijo Dartmouth College, de la Ivy League. Allí es donde conoce a Kay, su futura esposa. Cuando Estados Unidos entra en la Segunda Guerra Mundial, Michael se alista en la Marina, lucha en el Pacífico y es licenciado como capitán para recuperarse de sus heridas en el 45.

El primer manuscrito de la novela El padrino era de 150 páginas y por una opción de compra estaba ligada legalmente a Paramount, aunque en Universal también estaban interesados por ella. Olían a éxito. La jugada le salió redonda a Paramount porque resultó ser un bombazo editorial y Puzo se convirtió en una celebridad. El padrino estuvo nada menos que 67 semanas en la lista de los libros más vendidos de los Estados Unidos y llegó a vender más de 21 millones de ejemplares.

Tras su muerte, su hijo Anthony (de los cinco que tuvo) llegó a decir que a Puzo le gustaba la buena vida, aun cuando no podía pagarla. Las deudas llegaron a ser un gran problema para los Puzo, pero el patriarca siempre decía que cuando acabara su bestseller todo se solucionaría. Estaba convencido de ello y para sacarlo adelante se documentó concienzudamente en bibliotecas y hemerotecas.

Puzo nació en Hell's Kitchen (barrio conflictivo donde comienza su imperio el joven Vito Corleone), pero no conoció de primera mano a la mafia. Él solo era un universitario con sueños de escritor. En su juventud leyó los artículos que hablaban de la detención masiva de capos de 1958 y vio los juicios televisados que aparecen en El padrino II.

Además fue el primero que habló de las Cinco Familias de Nueva York, bandas inspiradas en las legiones romanas, con sus capos, sus consiglieres, sus soldados… También Vito Corleone está basado en capos que solían aparecer en la prensa: Frank Costello y Vito Genovese.

Tras comprar la novela, Evans necesitaba a un director y coguionista y pensó en que la mejor opción sería un italoamericano. “Quiero que esta película huela a pasta”, sentenció. Y al final la pasta casi se huele, como la que enseña a hacer Peter Clemenza a Michael. El elegido por Evans fue Francis Ford Coppola, que también tenía que alimentar a una familia, muchas deudas con su recién fundada compañía independiente y bastante prestigio como guionista (había escrito Patton, por la que ganó su primer Oscar, y ¿Arde París?).

Coppola ambicionaba ser un cineasta a la europea, un autor a lo Fellini. Y odiaba hacer cine comercial de encargo para los estudios, pero no tenia otro remedio y pagaban muy bien. El Padrino encarnaba todo lo que Coppola quería evitar. Y lo curioso es que a Puzo su novela tampoco le convencía demasiado. Los dos se conocieron para llevar a buen puerto el encargo y enseguida se llevaron bien, había química y a los dos les chiflaba la comida italiana, el vino californiano y los buenos habanos. De hecho, volvieron a trabajar juntos en los guiones de la II y la III y también en Cotton Club, otro encargo de Robert Evans y sobre gangsters.

Tras un rodaje en el que Coppola casi es despedido y una excelente campaña publicitaria, la adaptación de la novela de Puzo se estrenó el 20 de octubre de 1972. Ante los cines, y bajo la nieve, se veían colas kilométricas. Evans conservaba su cargo y su sueldo. Y lo que es más importante: había hecho historia con una de las más grandes obras maestras del cine y que existe por algo tan trivial como una deuda de juego.

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