LIBRETERÍA

‘Domingo de Revolución’, la historia de un encierro

  • Comentario literario de 'Domingo de Revolución', de la escritora cubana Wendy Guerra

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Narrativa contemporánea: Domingo de Revolución

Autora: Wendy Guerra

Edita Anagrama

Comentario literario de Pedro Araque

‘Domingo de revolución’, de la escritora cubana Wendy Guerra, es la historia de un encierro, de una reclusión que dura ya demasiado; cuando una isla se convierte en una prisión de la que no puedes escapar, pero de la que tampoco deseas huir. La historia donde hasta entre los más próximos, te sientes extraña y vigilada, y no dejas de ser para el mundo en general un aprendiz de disidente.

Dudaba sobre la oportunidad o no de comentar esta bella novela en estos días de cuarentena obligada. Pero, ¿qué mejor momento para generar empatías del encierro, su soledad y su abandono, y desterrar en algunos la antipatía de idearios políticos que persiguen a esa generación que llaman nietos de la Revolución cubana?

La novela ‘Domingo de Revolución’ hay que disfrutarla sin complejos. Te perderías su lírica cuando dice “Cien años de soledad me hizo poeta, porque eso es poesía…”. O esta otra: “Vivo en un zoológico humano donde nos medican y vigilan… Soy sólo una espía en la jungla del arte”. Pero si no te librases de andrajos y prejuicios tampoco encontrarías su epopeya: “Debo ser la única persona que hoy se siente sola en La Habana. Vivo en esta ciudad promiscua, intensa, atolondrada y dispersa donde la intimidad y la discreción, el silencio y el secreto, son casi un milagro, en un lugar en que la luz te encuentra allí donde te escondas. Tal vez por cuando uno aquí se siente solo es porque en verdad ha sido abandonado”.

Wendy Guerra, una Dulce María Loynaz, con grandes dosis de Anaïs Nin, criada literariamente a los pechos de Gabriel García Márquez, pero con una personalidad literaria arrolladora. Todas sus palabras encajan con perfección, con la de un artesano, con la de un minucioso relojero. Encajan en cada una de sus sensaciones, de sus emociones, de sus pensamientos, hasta de sus olores y colores. Escribe una prosa bella, a flor de piel, con los ritmos del poeta. Y el poeta es libre, es contracultura, es disidente porque no se le puede encerrar en ninguna jaula por mucho oro que lleve.

Cada encierro, cada claustro es individual por mucho que le afecte a la colectividad, pero en este caso además es universal. El particular encierro de Cleo, protagonista de ‘Domingo de Revolución’, en Cuba y en su mundo sin futuro, te lleva a reflexionar sobre tu mundo y tu futuro. Cleo enfrenta el reflejo que le devuelve su espejo, afrenta con valentía sus realidades ocultas, lucha con sus atavismos y sobre todo con su soledad, esa que tan bien entienden los poetas. Y no encuentra en ninguno de los mundos que frecuenta su futuro porque el futuro común, el que debería ser, el lógico, no existe. Así que tan solo resulta posible un refugio: yo soy mi isla.

Este es el fragmento escogido de Domingo de revolución, uno de los pensamientos de Cleo, su protagonista:

«Llegó julio, y con él, la transparencia del verano. La luz de Cuba reproduce con nitidez todas las imágenes de lo que en realidad soy, eso que he guardado para mí. Cuando quiero disimular un sentimiento, un gesto o un ademán agridulce que viene con los recuerdos, la luz natural hace explícito el paisaje interior y te desnuda en plena calle, a pleno sol. La irradiación te levanta el vestido y te posee. Aquí no se puede esconder nada, ni de ti, ni del otro; la transparente iluminación de esta isla retoza con los secretos y los vence.

El verde olivo constante y el rojo candela, el amarillo profundo, los anaranjados humeantes sobre la gama de azules, el blanco escarlata y violáceo de las nubes sangra al atardecer, resistiendo gota a gota el último momento del fatigoso y ardiente día, definiendo la pátina sentimental de un país que grita lo que siente.

Todo describe el grosero síntoma de estar en Cuba un verano completo: el sabor del mango en la boca, destilando el trópico crudo, yodado, dulce, el mamoncillo resbaloso y la almendra ácida machucada en la acera que ahora huele a tierra mojada. Ya al atardecer, la colisión de un arcoíris salobre te saca del mar a empujones porque el peligro amenazante de los relámpagos, la boca cortada por la sal, los dedos engurruñados, los temblores, el hambre y la sed, anuncian que anochece. En la casa te esperan o no…, pero es tarde, hay que salir del mar.

Regresas pensando que pudiste nacer en el paraíso. Es la perenne luz del verano, culpable de esa vívida confusión de eternidad que vive en mi cuerpo y me posee.»

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