Recetas contra el patriarcado que mata a las mujeres en América Latina

  • Perú, Colombia, El Salvador, México y Paraguay son los seis países con mayores índices de violencia contra la mujer en América Latina
  • Expertas y activistas de dichos países exponen su trabajo en el territorio junto a Manos Unidas para acabar con la lacra machista en el continente americano

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En México nueve mujeres son asesinadas al día y en los que va de año solo en Veracruz han asesinado a 33. En el pequeño país de El Salvador fueron asesinadas 364 el año pasado. En Colombia el 51% de las víctimas del conflicto son mujeres, aunque hay que tener en cuenta que ellas participan mucho menos en el enfrentamiento armado. En Perú el 9 de enero ya se habían producido cinco feminicidios. En Paraguay cada siete días hay un feminicidio y siete mujeres mueren al mes en partos.

La muerte es la peor cara de la violencia machista en América Latina. Las cifras fueron dadas a conocer esta semana en una mesa redonda de Manos Unidas sobre los feminicidios, la pobreza, la trata y la explotación en la región. Las expertas procedían de Perú, Colombia, El Salvador, México y Paraguay, los seis países con mayores índices de violencia contra la mujer en el continente americano. Pero además de exponer la cruda realidad, estas mujeres que trabajan con la población más vulnerable, expusieron algunas de las recetas que aplican sobre el terreno, de la mano de la ONG católica española.

En México, “ser indígena y pobre recrudece el hecho de ser mujer”, explica Lizette Hernández, de la Asociación Civil Kalili Luz, que trabaja en temas de violencia de género y desaparecidos en las altas montañas de Veracruz. Allí la mayoría de las mujeres hablan náhuatl y no castellano. “Viven la exclusión desde el momento en el que nacen. La mayoría son analfabetas y viven en condiciones precarias de agua y salud”, añade. A esa situación se suman los malos tratos. Pero además, cuando intentan acceder a la Justicia, “son violentadas por las instituciones”.

Por eso, ha explicado Hernández su organización intenta con Manos Unidas darles “un acceso a la Justicia justa” y una pequeña “autonomía económica” que mejora su situación de vulnerabilidad. También tratan de que las mujeres “conozcan los Derechos Humanos e identifiquen la violencia que han vivido a lo largo de toda su vida” y empiecen a “tomar el poder que históricamente les han quitado”.

Ana Ruth Orellana, del Movimiento Salvadoreño de Mujeres, se identifica a ella misma como víctima del patriarcado. Su padre entendía que la vida de las mujeres debía limitarse a las tareas del hogar y al cuidado de los niños. Ahora trabaja con “empoderar a las mujeres” a través del aprendizaje de sus derechos.

“Tenemos leyes preciosísimas en El Salvador, pero son letras muertas si las mujeres no saben que son sujetas de derecho”, añade. En su experiencia ha podido comprobar que las mujeres sufren violencia machista no solo en las zonas rurales, sino en los diferentes estratos de la sociedad. “Las mujeres naturalizan la violencia porque toda la vida la han sufrido y por eso es muy importante la sensibilización y en la educación", añade.

El Movimiento Salvadoreño de Mujeres cuenta con un pequeño ejército. Orellana explica que 50.000 mujeres nutren sus redes en los municipios. “Dejamos que ellas sean las protagonistas. Nuestro principal proyecto es organizar a las mujeres y que ellas mismas den al proyecto sostenibilidad en el tiempo”. Eso sí, lo hacen bajo la mirada atenta de los hombres, que muchas veces las sienten como una amenaza, con los peligros que eso conlleva.

Otra realidad cruda para las mujeres es la de Paraguay, país de Mirta Lezcano que trabaja en Tatarendy -- "la llama que arde" en guaraní--, una organización que atiende a mujeres en situación de prostitución y de calle. Este país fue el último del continente en habilitar el voto para las mujeres, ya en 1961. Allí la mayoría de la pobreza tiene rostro de mujer y ellas “no figuran entre las prioridades del Gobierno”.

En su asociación las tareas más importantes son la alfabetización y la capacitación de las mujeres para que puedan exigir los servicios de salud. En Paraguay, cuando las mujeres que se prostituyen cuando acuden al médico son maltratadas desde el principio, explica Lezcano. “Una mujer que no sabe leer y escribir no puede conocer sus derechos y, si no los conoce, no los puede exigir”, añade. Por eso, la formación de estas mujeres es “fundamental” para “romper con el círculo de pobreza que se transmite de generación en generación”, indica.

Sobre la situación de las mujeres en Colombia, Diana Marcela Torres, del Servicio Jesuita de Refugiados, explicó que “la violencia es mucho más fuerte en el contexto rural que el urbano” y que cuando ellas acuden a denunciar abusos y agresiones se encuentran con una Justicia que las cuestiona. “El comisario pregunta si es cierto y en qué contexto fueron los golpes”, señaló. Su organización realiza acción humanitaria acompañando a los desplazados, más recientemente a los venezolanos; también en la prevención para que los menores, y en especial las niñas, no se vinculen a los grupos armados y a las dinámicas de violencia sexual. También buscan soluciones duraderas al desplazamiento forzado.

“Muchas veces convocamos reuniones en las comunidades rurales y solo acuden hombres. Son las mujeres las que hacen el trabajo más fuerte, pero ellas no hablan. Hemos hecho todo un trabajo para sensibilizar a los hombres de estas comunidades y abrir los espacios. Con las mujeres tratamos que se eduquen dentro de su contexto, sus saberes y puedan liderar procesos”, explicó Marcela Torres.

Y también apunta a otro aspecto clave para abordar la desigualdad de las mujeres en América Latina: “Las telenovelas mexicanas y colombianas van perpetrando el romanticismo con la violencia: si me cela es que me ama y, si me cela, me golpea si otro me mira”, indica Torres. Todo parte de ese sistema machista que desde sus manifestaciones más nimias es fomentado por la sociedad, también “por nuestras madres y abuelas”. “Es ese romanticismo el que termina legitimando nuestra violencia física y sexual”, denuncia.

La educación de mujeres y hombres en la igualdad; la toma de conciencia de los derechos de las mujeres; y la mejora del acceso a la Justicia y a los servicios sanitarios para ellas son las herramientas básicas, según estas mujeres, para que sus países consigan salir de la lista negra de la violencia machista.

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