La hiperactiva presidenta de la Comunidad de Madrid sale tanto en los medios que ni siguiera tiene tiempo para aprender el ABC de la Constitución. Pobrecilla, echémosle una mano entre todos y leamos por ella el texto constitucional. De esta forma sabrá que está prohibida la iniciativa popular para la presentación de proposiciones de ley en las Cortes en materia tributaria, incluso cuando la proposición cuente con un respaldo muy superior a las 500.000 firmas exigidas por la Constitución (artículo 87.3 CE) para las iniciativas autorizadas.
¿Por qué incita entonces a la “rebelión” popular contra el incremento del IVA previsto a partir del 1 de julio por la Ley de Presupuestos para el año 2010? Sólo podríamos conocer las verdaderas intenciones de Esperanza Aguirre si ella misma nos confesara lo que entiende por “rebelión” contra el imperio de la Ley en una democracia parlamentaria. Como no creo que esté dispuesta a sacarnos de dudas, no tenemos más remedio que echarle una ojeada a la Historia reciente para, rebuscando en los sistemas políticos similares al nuestro, encontrar a un personaje parecido a doña Esperanza cuya trayectoria hubiera sido tan dilatada para recibir un veredicto definitivo y pacífico por la mayoría de los historiadores.
El nombre que me viene entonces a la cabeza es el de Pierre Poujade, que apenas dirá algo a las jóvenes generaciones, incluidas las nuevas del Partido Popular. Sin embargo, el término “poujadisme” como sinónimo de revuelta fiscal estaba todavía muy vivo en la imaginación del constituyente español de 1978 como para motivar, ya lo hemos visto, la prohibición constitucional de cualquier iniciativa popular en cuestiones tributarias. En realidad, desde los “motines harineros” de la Edad Media, las rebeliones fiscales siempre han sido un agente de cambio y algo pueden decir al respecto las revoluciones francesa y norteamericana. Pero Poujade significa algo distinto, es la agitación popular impulsada “desde” arriba aprovechándose de algún tipo de malestar social o encapsulándose en el cuerpo de la sociedad con fines e intereses de naturaleza estrictamente personal.
El capitalismo globalizado y su amplia fase (1993-2007) de crecimiento continuo en el que el papel del Estado ha ido perdiendo peso, y con él la carga de los impuestos, nos había hecho olvidar el nombre de Poujade. Pero, como dijo Marx, cuando la Historia se repite lo hace como farsa. Poujade, un antiliberal confeso, ha sido ahora encarnado en femenino por la supuesta campeona del liberalismo madrileño de la Puerta del Sol. La Presidenta de Madrid tiene todo el derecho del mundo a criticar la subida del IVA, aunque el pensamiento conservador (en los aledaños del PP, aunque también en las proximidades de ciertos núcleos del PSOE) tradicionalmente ha insistido en incrementar dicho impuesto utilizándolo como moneda de cambio para exigir una rebaja de las cuotas empresariales de la Seguridad Social o de los tipos del IRPF. Los políticos, como cualquier persona, tienen el derecho a contradecirse, a condición –para que los creamos- de que fundamenten su nueva opinión. O no. Pero, en cualquier caso, lo que no pueden organizar son recogidas de firmas contra los tributos o instalar mesas callejeras contra el poder legislativo en asuntos fiscales. La democracia es, ante todo, respeto a los procedimientos legales. Y, si éstos te disgustan, pide un cambio antes de dedicarte a sabotearlos.
Poujade inflamó el ánimo de los pequeños comerciante franceses allá por el año de 1953. Su partido, la Unión de Defensa de los Comerciantes y Artesanos (UDCA) consiguió 52 escaños (entre ellos el de un jovencísimo paracaidista del que luego hablaré) en las legislativas de 1956, ensayando uno de los ataques más eficaces contra el parlamentarismo de la IV República. El problema, entonces como ahora, era más bien nimio. La revuelta francesa iba dirigida contra un leve aumento de los beneficios “oficiales” de los pequeños empresarios sujetos a tributación hecho con mayor realismo que el que deparaban las “evaluaciones globales” de la época. Pero el malestar social, también como ahora, era enorme, pues a comienzos de la década de los 50 la economía gala se colapsó después de los años gloriosos, prósperos y artificiales que siguieron al fin de la II Guerra Mundial. Poujade fue un líder efímero, pues la descomposición social que él mismo contribuyó a acelerar cayó en el zurrón del general De Gaulle y alumbró a su favor el nacimiento, más o menos autoritario, de la V República.
Poujade se esfumó de la arena política francesa desde entonces, pero su modelo hizo fortuna y nunca le han faltado imitadores de ocasión. Y casi todos ellos alcanzaron sus objetivos. El propio Poujade consiguió la rendición incondicional del Estado francés al comprometerse este último a que sus funcionarios de Hacienda no efectuaran inspecciones a las empresas cuya cifra de negocios resultara inferior a 60 millones de francos, por ejemplo. En 1990-1991 el Stop Heseltine Movement dirigió en el Reino Unido las protestas contra un impuesto local –el poll tax- forzando la dimisión de la premier Margaret Thatcher (tan admirada por Aguirre) y su sustitución por John Major. Y, en nuestro país sin necesidad de ir más lejos, al ministro Solchaga jamás se le olvidará que a finales de 1990 la opinión social –nunca sabremos si fue la “pública” o la “publicada”- le obligó a retirar su famoso proyecto de valoración inmobiliaria –el catastrazo- que, de haber prosperado, a lo mejor le habría puesto algún freno a la hinchazón de la burbuja cuyo pinchazo no controlado ahora tanto nos agobia Vemos que todos estos movimientos de resistencia colectiva al impuesto, cuya espoleta suele ser de bajo calibre (ahora la excusa es uno o dos puntos de incremento del IVA, algo que, al parecer, nos va a despeñar hacia el Apocalipsis económico), se pueden convertir en terremotos sociales y políticos en épocas sostenidas de crisis si encuentran un buen Catilina. Así lo pusieron de relieve en su día los mejores analistas del fenómeno Poujade, como Stanley Hoffman (Le mouvement Poujade, 1956) y Jean Stoetzel (La psicología social del impuesto en la Francia contemporánea, 1965), que identificaron el estado de contracción de los negocios y los excesos de oferta posteriores al auge económico de posguerra como los mejores aliados políticos de Poujade.
Pierre Poujade falleció el 27 de agosto de 2003 a los 82 años de edad. Con dicho motivo, el otrora joven paracaidista al que el finado hizo miembro de la Asamblea francesa en 1956 declaró al diario Liberation: “con Pierre Poujade perdemos un líder que personificó la lucha de las clases medias contra la burocracia y la fiscalidad”. El nombre del antiguo paracaidista era, y es, Jean Marie Le Pen, que el pasado domingo ha obtenido unos resultados excelentes en la primera vuelta de las elecciones administrativas del país vecino. Estoy seguro de que la inteligencia de Esperanza Aguirre le hará rechazar este incómodo testigo en la inquietante carrera que desde hace tiempo ha iniciado contra los impuestos, y que en estos precisos instantes la conduce, a medio plazo, hacia ninguna parte.
muy buen comentario pero no lo comparto en principio no es comparable le pen con esperanza en segundo lugar estar en contgra de la subida es una cosa natural y mas sabiendo que es pra seguir pagando subvenciones con nuestros propios impuestos y sin haber recibido nada a cambio antes, ahora bien si a ud. le parece bien alla ud.
A Leones: Gracias por su comentario. La subida del IVA en estos momentos es una decisión que compromete la recuperación de la demanda interna y es socialmente regresiva. Pero la formación de la voluntad popular debe hacerse por los cauces constitucionalmente previstos y no acudiendo a iniciativas expresamente prohibidas por la Constitución. En una democracia representativa, las reglas de elaboración de las leyes son aún más importantes que el contenido de las normas en cada caso específico.
Magnífico análisis, señor Bornstein, las cosas son tan claras como usted explica. Gracias por su lucidez
Ante un personaje como la presidenta de la Comunidad que se apunta a todos los populismos, mientras da una y otra vez la espalda a los problemas sociales, da gusto leer a Felix Bornstein que la critica desde la constitución y su siempre riquisima documentación.