Al Partido Popular, y a su presidente Mariano Rajoy, les sucede lo mismo que a los equipos de fútbol gafados por las meigas: parece que tienen al club rival noqueado durante la mayor parte del partido, pero no terminan de concretar y meter el balón en la portería contraria. Con lo que se arriesgan a que, en el último minuto del match, el equipo opositor les elimine del campeonato marcando gol en un rebote inesperado. Es cierto que el PP tiene unos problemas internos que no son menores, como los interrogantes judiciales de la trama Gurtel o el procesamiento, también por indicios racionales de corrupción, del último presidente conservador del Consell balear, pero, continuando con el símil deportivo, las bajas sufridas por el contrario a lo largo del juego son, en términos electorales, objetivamente mortíferas. La conducción de la economía por el presidente Rodríguez Zapatero y su equipo de confianza (?) es tan devastadora para los ciudadanos que es una lástima, como sucede con los delitos de riesgo en las carreteras, que no exista todavía un código de circulación política para los usuarios y ejercientes de este ramo de actividad que pueda imponerles a perpetuidad la retirada del carné que les habilita para ejercer la profesión.
Sin embargo, todas las encuestas de intención de voto, incluidas las del CIS, demuestran que el PP no aprovecha los gravísimos errores del rival y no consigue despegar respecto a la posición del PSOE ni merece el suficiente aprecio del electorado. Todavía no conocemos los más que probables cambios en la intención de voto que causará la reducción de los haberes de los funcionarios públicos y las drásticas medidas complementarias que el señor Rodríguez Zapatero anunció en su comparecencia parlamentaria del 12 de mayo, pero no es seguro que la situación de emergencia nacional que vivimos los españoles levante un viento favorable a las expectativas de gobierno del candidato Rajoy. Al menos con la fuerza de un huracán devastador para el PSOE, que es lo que, previsiblemente, debería haber sucedido ya para el partido político de un señor que, hablando de la situación económica, se empecinó cuando arreciaba en olfatear simplemente una leve desaceleración del ritmo de crecimiento y ha terminado, impotente, por solicitar el perdón de funcionarios, dependientes y pensionistas por las draconianas medidas de ajuste que los mercados le han forzado a adoptar.
¿Por qué? En mi opinión, Rajoy tiene piedras en los zapatos que no le permiten remontar la situación debido a que el candidato del PP es frágil como el cristal y, a su lado, ha reunido un equipo también poco consistente. La política se hace con personas, y su calidad redunda en los programas y las ideas. La crisis económica está poniendo a prueba al Gobierno, pero aún lo hace con mayor intensidad a un PP carente de un programa de urgencia contra la recesión que sólo los convencidos de antemano no echan en falta. Observemos, por ejemplo, las ideas-fuerza que definen la política fiscal de los populares, aunque antes deseo expresar, como petición de principio, una cuestión previa. Ésta alude a mi posición personal desde la que escribo esta nota, que paso a identificar.
Para ello me he revestido con el velo de la ignorancia ideado por John Rawls y he dejado a un lado mis intereses y mis convicciones como votante. Con dicha abstracción y como experto en fiscalidad puedo hablar amparado en una doble condición: desde la realidad de la independencia de este medio, en primer lugar, y, por otro, desde la pretensión firme e individual de acercarme a ese ente que denominamos objetividad exento de emoción. Por consiguiente, voy a ejercer la ética de la especialización preconizada ya hace más de un siglo por Durkheim. Esa ética es una consecuencia inmediata de la división del trabajo social y, en mi modesta opinión, es la única que cuenta al teclear bajo la pantalla del ordenador.
Del lado del gasto, las propuestas del PP son anfibológicas: algunas rezuman sensatez, pero todas ellas son vagorosas. Está muy bien predicar la reducción de un gasto público desbocado respecto al caudal de los ingresos, salvo en el supuesto de que siempre se insista en lo mismo –la reducción como mantra- sin designar las partidas específicas del Presupuesto que resultarían afectadas en caso de acceder al Gobierno. Y más exótico aún es negar al Gobierno una política de ajuste que antes le había exigido a bombo y platillo. Como San Pedro con el gallo, Rajoy se arrepentirá algún día de lo que dijo en la Cámara en su turno de réplica a los planes del Gobierno sobre los funcionarios.
Por su parte, la política de ingresos del PP es peor que su supuesta estrategia de contención del gasto, por no llamarla, sin más, calamitosa: rebelión contra un tributo, el IVA, que los populares siempre han dicho que había que subir como moneda de cambio para rebajar la imposición personal (especialmente el Impuesto sobre Sociedades) y las cuotas patronales a la Seguridad Social. Y, en el mismo tono del diapasón propagandístico, cabe señalar la manera genérica, machacona y sin distingos -un verdadero toque de rebato-, que Rajoy utiliza para exigir del Gobierno una reducción intensiva de todos los impuestos para reactivar la actividad económica, el consumo y la inversión. A pesar, todo ello, del penoso estado de las cuentas públicas, del déficit y la deuda, y de los ataques masivos contra la renta fija española en los mercados bursátiles, por no hablar de la renta variable emitida por nuestras entidades financieras. Con la particularidad de que en estos momentos de zozobra y depresión ninguna mejora de la oferta fiscal podría resucitar al muerto que es la economía española, pues falta en los ciudadanos la confianza necesaria en el futuro para invertir y consumir. El dinero es hoy sólo un valor refugio que permanece ocioso y no desagua en los circuitos de la actividad económica, como lo prueba el espectacular aumento de la tasa de ahorro privado que hemos visto durante el último año en nuestro país. Para comprobarlo, Rajoy no tiene más que observar las severas medidas de ajuste, alzas de impuestos incluidas, que están acometiendo urgentemente nuestros vecinos europeos.
Es una pena que Rajoy sea registrador de la propiedad en lugar de historiador. La magistra vitae que es la Historia le habría enseñado entonces los beneficios electorales de la postura de su propio partido no hace muchos años y en circunstancias políticas y económicas también difíciles. Con el retrovisor bien instalado, el pontevedrés tendría ya una estrategia política para competir con garantías en unas elecciones generales. En efecto, en 1992, al comienzo de una grave recesión de la que comenzamos a recuperarnos en 1995-1996, el refundador del PP, José María Aznar, tomó la iniciativa de reformar un Impuesto sobre la Renta que llevaba muchos años atosigando a las clases medias urbanas no sólo por la estructura y la elevación de los tipos marginales de la tarifa (que, como también ocurre hoy, se concentraba en un 80% en las rentas del trabajo), sino igualmente por otros factores que agitaban el descontento de algunos grupos sociales hasta entonces reacios a otorgar su confianza al partido conservador. Ejemplos: la tributación conjunta obligatoria en el IRPF (en vigor hasta la Sentencia del Tribunal Constitucional de 20 de febrero de 1989) o la retractación del ministro Solchaga, a principios de 1992, de su reforma a la baja del IRPF, aprobada por una Ley de 6 de junio de 1991, ante la gravedad de la crisis, con la promulgación de un Real Decreto-ley de eficacia retroactiva (luego confirmado a duras penas por el Tribunal Constitucional), que incrementó en tres puntos porcentuales la tarifa del IRPF y, además, subió dos puntos el tipo general del IVA.
Aznar, se estuviera o no de acuerdo con él respecto a la nueva orientación que dio a la política fiscal, no se perdió en improvisaciones ni demoró su estrategia. En el mismo año 1992 impulsó una convención monográfica de su partido sobre los tributos, que trasladó a la opinión pública una voz distinta y con personalidad propia en materia económica. Con este programa, los populares comparecieron ante el electorado en 1993... y perdieron. Pero insistieron en la siguiente ocasión (1996) con fe en sí mismos y finalmente consiguieron gobernar durante dos legislaturas, ya que en el año 2000 la intensificación de su programa fiscal, la consolidación de las cuentas públicas y la estabilización macroeconómica que permitió a España entrar en la zona euro, fueron la ejecución de un programa, coherente y trabajado, que les otorgó a los populares la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.
Los conservadores españoles, además, eligieron bien los tiempos para introducir sus rebajas fiscales (en su primera reforma, 11 puntos porcentuales en el marginal máximo del IRPF), ya que tuvieron la prudencia de esperar, para su entrada en vigor, a la reanudación de la actividad económica después del shock de la crisis de 1992-996. El IRPF de los populares, que básicamente ha llegado hasta nuestros días al ser respetadas sus líneas maestras por la reforma del ministro Solbes del año 2006, sólo se aplicó desde 1999, por lo que, pasado lo peor de la crisis, contribuyó a la creación de empleo y al incremento de la inversión y el consumo. Insisto: no se trata de encomiar o no un modelo fiscal (hoy, por cierto, completamente amortizado), sino de poner de relieve y en valor electoral el dato de que, entonces y a diferencia del PP de Mariano Rajoy, los conservadores españoles tenían en la mano, frente a la recesión y a sus rivales ideológicos, un programa económico diseñado con precisión, iniciativa propia y credibilidad para gran parte del electorado.
En contraposición a sus mayores, el PP actual es el rey del no. A todo se opone sin formular alternativas que definan la identidad política de la vieja gaviota popular. Volvamos, para terminar, al símil deportivo. En los deportes de pelota, se gana cuando introduces el balón en una canasta, en un agujero o en una portería. A veces, como en el rugby, también vale con entregar la pelota al compañero, siempre que sigas corriendo y traspases la meta. Ahora bien, siempre se pierde la partida cuando el esférico no sale nunca de la mano del propio jugador. Por eso no despega en las encuestas el autocomplaciente y ensimismado Rajoy. A don Mariano, que parece un niño metido a político, sólo le gusta jugar al yo-yo.
Magnífico articulo, Bornstein. Lo que se aprende con él. He tenido la impresión de que Rajoy sería mejor en el gobierno que en la oposición. ¿Tiene sentido eso?
Excelente el artículo de Félix Bornstein.
Yo añadiría una impresión que me ronda últimamente: o el líder de la oposición cambia su discurso y el tono del mismo, o va a terminar matándonos de aburrimiento a todos, pues, no contento con no aportar ideas, da la impresión de que disfruta “sufriendo” o “sufre” disfrutando y atacando a Zapatero hasta el punto de que, como decía hace unos días un periodista en la televisión, “si no tuviera a Zapatero tendría que inventárselo”.
Por favor, Sr. Rajoy, deje de mirar la paja en el ojo y en la circunfleja ceja ajenos y empiece a mirar la gurtelviga en el suyo…
El problema del PP fue la inoperancia, la misma que la del Gobierno. Dejaron hacer y no propusieron cosas para salir de la crisis. Que se hablaba de la reforma laboral, pero nunca conocimos en profundidad, cómo sería la del PP. Pedían reformas…pero no decía qué reformas y cómo hacerlas.
Ahora se anuncia que bajan el sueldo a los miembros del gobierno y ellos anuncian que van a hacerlo en sus comunidades autónomas. Han tenido más de 1 año para hacerlo, pero lo hacen ahora para demostrar que ellos también lo hace. Proclaman medidas que harían pero no las hacen en sus comunidades autónomas, mientras el paro se desboca en alguna de ellas (Galicia que es la comunidad con mayor crecimiento en menos tiempo, desde que llegó la nueva Xunta)
Si ganan las elecciones, será por la inoperancia del gobierno, a menos que las medidas surjan efecto.
Seguramente en el próximo CIS, postmedidas de efecto, el PP volverá por delante de las encuestas, pero como hemos dicho anteriormente, por la inoperancia del rival.
El PP no sube en las encuestas porque carece de programa, de Lider y de mercado de votos. (Al PP, como holding de sectas religiosas que es, le votan los de siempre). La distancia que marcan las encuestas se la deben al Sr. Dhont. Si los votantes de ZP se abstienen, sube la proporción de los votantantes del PP.
Urge renovar todo el sistema electoral. Pero ni PPeros ni socialistas quieren hacerlo. Este les garantiza el control eficaz de la dedocracia.