Obama y el buen samaritano

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Obama se despide de la prensa tras la rueda de prensa del miércoles. / Shawn Thew (Efe)

¿Le han zarandeado a Barack Obama muchos electores por ser un “bloody heart”, por latir su corazón al compás de los quejidos de los norteamericanos más pobres, por sentir una compasión poco puritana hacia los individuos desarbolados por el vendaval de la recesión? ¿Está Obama fuera de lugar en su país por ser demasiado “gauchiste”, por esa sutileza del espíritu que enciende las simpatías hacia su persona a este lado del Atlántico, en el que se aprecian mucho más los buenos sentimientos que entre los hoscos y desabridos ciudadanos del Imperio de las barras y las estrellas? ¿Cómo habéis podido vosotros –dicen los socialdemócratas del  Viejo Continente–, que sois unos vaqueros de medio pelo, meterle ese rejonazo electoral a la vaca sagrada de los europeos, a 'nuestro' Nobel de la Paz?” “¿Dónde está vuestra solidaridad para las víctimas de la injusticia y el infortunio, por qué apenas os protegéis unos a otros y no os defendéis de los poderosos, de los amos del capital y los mercados?” “¡Un poco de por favor, una llamita de caridad ante la desgracia, hombre!” “¡Unas migajas de compasión, insensibles y brutos rednecks!” “Bien dicho”, diría un testigo imaginario de esta diatriba progresista, un miembro de una izquierda europea que, hoy muy alejada ya de sus orígenes materialistas, ha solicitado su inclusión en el partido de los buenos samaritanos.

Si fuera verdadera la tesis del “eterno retorno”, la izquierda postsocialista le habría dado a la manivela de la máquina del tiempo y estaría hoy instalada en un idealismo de estirpe católica, muy distinto al individualismo protestante de los Estados Unidos, ese valedor impasible del “que cada palo aguante su vela” y de la ética de la responsabilidad hacia uno mismo como señor de su destino. Huyendo de los relatos complejos, la trama es de novela sencilla aunque seguramente verídica: en América rige el “Estado protector” (el estado del orden público, de la policía y de la defensa frente a la agresión exterior) y en Europa el “Estado productor” (el de la redistribución social y los servicios públicos de naturaleza universal).

“¿Quién es mi prójimo”? (Lucas, 10, 29-37). La respuesta la conocen todos los católicos desde la infancia. Es la historia del hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de una cuadrilla de ladrones que le dejaron medio muerto al borde del camino. Pasa primero un sacerdote, ve al caído y sigue de largo. Luego un levita hace lo mismo. Pero hete aquí que un samaritano, un miembro del pueblo impío por naturaleza, se compadece del herido, alivia su dolor, le sube a su montura y le conduce a un mesón, pagando de su propio bolsillo los gastos al mesonero cisjordano. Al filósofo John Sparrow, antiguo decano del All Souls College de Oxford, le gustaba comentar este pasaje evangélico a sus alumnos, aunque él ponía la lupa, no en el buen samaritano, sino en el levita y el sacerdote, en los que adivinaba un sentimiento de culpa (que, o yo estoy ciego, o realmente no aparece en Lucas por ningún lado) al no haberse detenido a ayudar al apaleado por los bandidos. Según Amartya Sen, que fue testigo directo de las lecciones de este filósofo tan pragmático, el levita y el sacerdote  -eso dijo Sparrow- “deberían haber tenido el coraje moral de pasar junto al herido por el mismo lado de la vía, caminando en línea recta, sin ayudarle y sin sentir vergüenza o embarazo”. En  cualquier caso, Sparrow (“Too much of a Good Thing”, University of Chicago Press, 1977) invertía las preguntas tradicionales. En vez de inquirirnos sobre “lo que nos debemos los unos a los otros”, tenemos que ver, -y  a Sparrow no le asaltaban  muchas dudas para contestar con un “nada” a la cuestión- la cara oculta pero verdadera del problema  y dar un argumento  sin evasivas a  lo que en el fondo constituye una cláusula indefinida pero muy fácil de desentrañar si somos francos con nuestras inclinaciones naturales. Es muy fácil: no es trigonometría saber “lo que NO nos debemos los unos a los otros”. La moral sería de esta forma, simplemente, una actitud social negativa: no debemos nada a los demás si no les hacemos daño.  Éste es el aforismo principal de la ética puritana, la de los disidentes religiosos del protestantismo británico que fundaron los Estados Unidos.

El difunto Sparrow debió de ser un hombre terrible. Al menos a mí me lo parece, pero eso es lo de menos. Lo que importa es que, elevada a su máxima potencia, los razonamientos de este profesor delimitan con nitidez los respectivos campos del juego político que practicamos por una parte los europeos (sobre todo los del continente y bastante menos los compatriotas de James Bond) y por otra los ciudadanos  estadounidenses.  Otro bárbaro norteamericano –era brutal y de 100 palabras que usaba 99 eran “tacos”- fue el presidente Lyndon Baines Johnson, pero ha sido el presidente más “izquierdista” de los Estados Unidos con su programa de la “Gran Sociedad”. Obama está fracasando donde triunfó Johnson. Sin embargo, eran otros tiempos, irrepetibles: la lucha por los derechos civiles y la prosperidad de los negros y otras minorías en una época de estabilidad económica que luego se quebró por la crisis petrolífera y el “shock” económico de los 70. En ese mundo nació Obama, en los días gloriosos de la sociedad civil norteamericana, tan bien analizada por Robert Putnam. Si nos fijamos un poco en los momentos de acceso al poder de los presidentes norteamericanos “de izquierdas” (Roosevelt, Johnson, Obama…) y en sus circunstancias, comprobaremos que ganaron la Presidencia en  momentos muy poco “norteamericanos” por el declive coyuntural del país: la “Gran Recesión” de los años 30, la mala marcha de la guerra del Vietnam y la protesta de los negros y de los revolucionarios “groovies” de las “camisas de flores” de los 60, y ahora la tremenda crisis financiera de comienzos del siglo XXI. Las dos primeras veces los norteamericanos se hicieron un poquito “europeos” con mayor o peor fortuna, pero no emplearon mucho tiempo en recuperar su carnet de identidad . Roosevelt (y Truman) ganaron la II Guerra y fueron los guías supremos de Occidente. El legado de Johnson no duró mucho y  apenas diez años después apareció Reagan (otro guía, aunque de signo contrario, de Occidente).

Obama ha sido un caso parecido: llegó a la Presidencia en medio de una crisis –bélica y económica– insoportable para su país y con el mandato popular de sacarlo del desastre. Esa era la condición suspensiva de su triunfo electoral de 2008. A cambio se le perdonó todo: ser negro, intelectual y refinado, y muy “europeo” en sus programas de estímulos públicos a la demanda, es decir, los connaturales a un “Estado productor” de corte francés o renano. Mucho intervencionismo estatal y muy pocos resultados, con la gente perdiendo sus viviendas y sus empleos. Veremos a ver qué pasa en el futuro, con una Cámara de Representantes republicana y una exigua mayoría demócrata en el Senado. Por ahora Obama ha sido desterrado por los electores a un estado de libertad vigilada. Como diría su viejo amigo Putman, antes mencionado (con el que coincidió en algún debate sobre la sociedad civil en los años 90), en estos momentos  Obama “está solo en la bolera”. Pero la tarde aún no ha terminado, las puertas siguen abiertas y queda mucha partida. Y “barack”, en la lengua del Profeta, es lo mismo  que “afortunado”.  Aunque hay mucho “bendito” de sacristía que le quiere hacer la cama y pretende oficiar su funeral antes de la hora señalada. Van demasiado deprisa, porque sólo Dios restaura lo que pasó. Amén.

1 Comment
  1. celine says

    Qué bello artículo, Bornstein. Cuántos conocimientos encierra. Sigo pensando que Obama va a necesitar mucha baraka, pero no porque lo esté haciendo mal, me parece, sino porque son las cosas las que están mal para todos. Y no sé si está en manos de un sólo hombre el solucionarlas. Imagino, más bien, un sórdido aparato, con ojos chinoides y panzas rosadas, cuellos rojos, como dice usted, deshumanizado y desconsiderado hacia la dignidad humana, dictando las normas de ahora en adelante. Normas que, indefectiblemente aplastarán a los de siempre pero en mayor número. Bush acabó con la clase media americana, dicen. El rumbo del estado de cosas acabará con todas las clases medias del mundo que quedan, si nadie lo remedia. Ya ve: volveremos a la Fe. Es casi lo único que queda. Baraka para todos.

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