Del nuevo impuesto portugués sobre la paga extra de Navidad me parecen noticiosos, sobre todo, los siguientes puntos:
1.- Su carácter retroactivo
El tributo gravará una renta salarial ya devengada antes de su aprobación. Las pagas extras son retribuciones diferidas de un trabajo realizado a lo largo del año (y del período impositivo del IRPF o del IRS, su equivalente portugués). La contraprestación de ese trabajo –las pagas extras- se retrasa al inicio del verano o a las Navidades a modo de préstamo forzoso que, mes a mes, el trabajador concede y renueva a su empresa con el objeto de facilitarle los flujos financieros para su liquidación. Llegado ese momento, el trabajador rescata un ahorro (no retribuido) con el que puede afrontar los gastos excepcionales de las vacaciones y las atenciones a su familia en una época especial del año. El traslado temporal de los haberes del trabajador al final de los dos semestres del año es una convención que ha ganado firmeza gracias a una vieja costumbre. Es una ficción jurídica. El trabajo que las extras retribuyen es, por el contrario, una realidad consumada. El nuevo impuesto desbarata las previsiones financieras de los trabajadores del país vecino en un momento crítico para las economías domésticas. La ruptura unilateral por el Gobierno de las reglas del juego establecidas para 2011 impedirá a numerosas personas “tapar algún agujero” o cubrirse un poco ante un futuro incierto. Sólo una situación de emergencia nacional (unida al hecho de que se trata de una retroactividad no completa, sino impropia o de grado medio, por no haberse adoptado la medida después del devengo del Impuesto sobre la Renta, el 31 de diciembre) puede avalar la constitucionalidad de la decisión tomada por el nuevo Gobierno conservador de Pedro Passos Coelho y justificar lo que a primera vista parece un atraco.
2.- Su rigor excesivo contra las rentas del trabajo
El Gobierno portugués se ensaña con los trabajadores. El nuevo impuesto se aplicará a todas las rentas superiores a mil euros mensuales, deduciéndose la cuantía del salario mínimo (485 euros al mes). Al residuo de la operación anterior se le gravará al tipo del 50%. A falta de ulteriores precisiones, el Gobierno del país hermano afirma que se trata de una medida universal y que las rentas empresariales, las ganancias del capital y las producidas por el arrendamiento de inmuebles también se verán afectadas. Pero es dudoso que se imponga el principio de igualdad. A diferencia de las rentas salariales, las citadas en último lugar o están libres del sistema de retenciones a cuenta, o escapan al control administrativo, o (frecuentemente) se benefician de las dos cosas a la vez. Alternativamente al objeto del nuevo tributo (que va a contraer aún más el consumo y la demanda interna), este gravamen extraordinario habría podido gravar con más lógica algunas manifestaciones de riqueza ociosa. Puestos a imponer sacrificios exigidos por la Salvación de la República, se habría entendido mejor, creo yo, un recargo patrimonial (no necesariamente elevado) sobre los tramos superiores de los productos del ahorro no destinados por sus dueños a la inversión (depósitos bancarios a plazo, participaciones en fondos de inversión colectiva…) o al menos hacerlos copartícipes (como debería haberse hecho igualmente con las contribuciones empresariales a la Seguridad Social) en el esfuerzo adicional solicitado a los trabajadores portugueses. Sin embargo, la acción gubernamental ha preferido, una vez más, soportar el descontento popular hacia lo que se presenta como algo inevitable que arriesgarse a recibir los arañazos de un gato furioso. Es una emergencia nacional, pero en la nación no están todos los que son.
3.- Su agresión a un símbolo popular
El veterano aguinaldo era, hasta no hace mucho, un “regalo”, el sobre con el que nos obsequiaba la empresa al llegar el Adviento. Eran unos días vividos con la esperanza puesta en que todos fuéramos un poco más humanos coincidiendo con el cambio de año y disfrutados con el deseo de renovación social. El sobre pasó luego a los códigos laborales, a las obligaciones jurídicas, pero incluso bajo esa forma el aguinaldo y la paga extra siempre han conservado, en mi opinión, algo del aroma de la inocencia infantil, el deseo de que no se apague, del todo y definitivamente, el rescoldo de la ilusión asociada a la Navidad. Siempre hacíamos votos por las venturas que encontraríamos “hoc in anno”, “en este año” que comenzaba a despuntar con la extra navideña. Según Joan Corominas, en esa expresión latina se encuentra el origen del aguinaldo medieval. La verdad es que no ha tenido el mejor fin de los posibles. Ya no se libra del ajuste ni Dios. Sólo se escapan los dioses que se deslocalizan. Si al otro lado de la frontera la Virgen de Fátima ha perdido sus poderes, echémonos a temblar los de la otra parte del Guadiana. “Menos mal que nos queda Portugal” es un himno imposible, pertenece al pasado. No es un consuelo ni siquiera para los españoles más ilusos.